Vangelis: arte total y arte de uso diario

- Hermann Bellinghausen - Sunday, 19 Jun 2022 06:40 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Fama y admiración mundial merecieron cuatro compositores griegos contemporáneos, tres de ellos nacidos hace un siglo, en los años veinte: Iannis Xenakis, Mikis Theodorakis y Manos Jatzidakis. El cuarto, nacido en 1943, fue Evángelos Odysséas Papathanassiou, quien de alguna manera (o de varias) viene de ellos con el nombre de Vangelis, el punto donde sus antecesores convergen.

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Iannis Xenakis, nacido en el exilio en Rumania pero formado en Grecia, es uno de los padres teóricos y prácticos de la música electrónica original, que poco tiene que ver con lo que designa hoy ese término. Música concreta, electroacústica, variaciones estocásticas, matemáticas aplicadas, o bien concebida como un espacio arquitectónico –colaboró como ingeniero con Le Corbusier– autónomo. Casi sideral. Antes combatió a los nazis con la resistencia griega. La suya es una obra para minorías educadas, desarrollada en Francia.

En cambio Theodorakis es, o comenzó siendo, un músico del pueblo, comprometido, combatiente, perseguido político, exiliado en Francia y Alemania. Quizás el “músico nacional” de Grecia. Santón de la izquierda. Su obra es compleja, diversa, completa. Universaliza el “sonido griego” y lo lleva más allá como creador de grandes frescos sinfónicos y corales, y delicadas instrumentaciones de cámara.

El “más griego” podría ser Jatzidakis, amigo de la poesía y el repertorio clásico: Eurídice, Lisístrata, Agamenón; de los poetas modernos; poeta él mismo. Ya en 1947 anda musicalizando la versión griega de Bodas de sangre, de García Lorca. Hará un ballet para Béjart. No les teme a Shakespeare ni a Cervantes. Dedica su vida a promover la música nacional.

Vangelis cayó en un mundo muy distinto. Aquellos se hicieron adultos combatiendo a los nazis en su propio suelo. A esa edad, Vangelis está en la cresta del pop griego e internacional. En plena Era de Acuario, con el futuro crooner Demis Russos triunfa con el grupo Aphrodite’s Child y sus melodías dulces y solares, que pronto evolucionan a material más pesado en un disco apocalíptico, 666, pionero del rock sinfónico y los álbumes conceptuales.

Así como Xenakis y Theodorakis realizan su trabajo fuera de Grecia, más temprano que tarde Vangelis se afinca en Gran Bretaña, en el momento más álgido del gran rock sesentero y setentero. En un período en el que todo es posible, él hace de todo: crea asociaciones firmes con Yes y en especial con Jon Anderson, al tiempo que mana las mismas aguas de John Tavener (favorito de los Beatles, compositor mayor de música sacra y espiritual), John Cale (de Velvet Underground, alumno de Xenakis), Mike Oldfield con sus campanas tubulares y Brian Eno (del glam rock a la invención sonora electrónica y ambiental, productor de discos extraordinarios de bandas formidables como Talking Heads y James, colaborador definitivo de Bowie).

Vangelis claramente es genial e incansable. Su discografía revela que prácticamente grabó un disco por año, o más, entre 1966 y 2016. En parte se estableció en un nicho demasiado predecible de la música “del futuro” o “espacial”, que lo mismo acompaña documentales telúricos y películas de ciencia ficción que sirve para rubricar noticieros televisivos.

Debe la mayor fama a sus bandas sonoras, aún más que Jatzidakis con Siempre en domingo y Theodorakis con Zorba el griego. Su pista para Blade Runner es inseparable del culto cultural a la cinta. Trabajó para creadores mayestáticos como él. En realidad, desde el principio (nació niño rico) él llevó su propio circo. Se inició en el sintetizador en la adolescencia, cuando pocos en el mundo podían hacerlo. Tuvo acceso a Stockhausen antes que los roqueros británicos.

De manera incomprensible para mí, tiene dos grandes álbumes fuera de su catálogo y los prohíbe: Hypothesis y The Dragon, ambos de 1971. El primero significa un encuentro formidable con el jazz que venía creando Miles Davis, y el segundo es una pieza dura de rock progresivo muy a tono con los británicos de Soft Machine y el Hot Rats de Zappa. Según Vangelis, “no representan su estilo”.

El desarrollo musical de las bandas sonoras, elemento determinante en muchas grandes películas, data de Chaplin y Prokofiev, o los exiliados en Hollywood como Korngold y Weil. Con Vangelis gana nuevas dimensiones. A él debemos buena parte de nuestra idea de la música “cósmica” y de la “grandeza de la naturaleza” a la Mahler. Al grado de que la Agencia Espacial Europea le encomendó Rosetta para la nave lanzada por ellos, y para la NASA compuso una Mythodea, para ser estrenada cuando la sonda Mars Odyssey llegara a Marte. Ya había musicalizado Cosmos, de Carl Sagan.

Sonorizó epopeyas: Antártica, Alexander, 1492: la conquista del Paraíso, La Féte Sauvage, L’Apocalypse des Animaux. Incluso el himno para el Mundial de futbol en Japón (2002) salió de sus astronómicos teclados.

Más allá de sus “grandes éxitos”, el Oscar y los discos de platino, Vangelis deja obras de notable belleza formal, como Greco, Earth, China; sus ciclos con grandes voces del cine y la ópera (Caballé, Norman, y por sobre todas las voces, Irene Papas); sus finísimos remakes para piano en Nocturne (2019); el maravilloso set de danzas The Thread (2020).

La película de su vida lo ubica entre las grandes (y más grandilocuentes) figuras de la música contemporánea. En las fotos se le ve macizo. Gordo también. La cantante Jessy Norman se declaró admirada de su vitalidad y entusiasmo, ya hombre mayor. Debió ser razonablemente feliz. Su música lo es. Le debemos melodías entrañables como los temas de amor de Blade Runner, de Ridley Scott, o El año que vivimos en peligro, de Peter Weir. Comparte el panteón cinematográfico con Ennio Morricone, Maurice Jarre, Bernard Herrmann, Nino Rota y los ya mencionados, pero también hereda la chispa de Stravinsky, y se vincula en caliente con la revolución del rock psicodélico y el progresivo.

En cine, teatro, danza o sinfonía, su espectáculo sonoro siempre supo entregar a la imagen en movimiento.

 

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