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- Anitzel Díaz - Sunday, 26 Jun 2022 11:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El loco mundo del arte en tres actos

 

En mayo de este año las noticias más sonadas en el mundo del arte fueron el pastelazo que recibió la obra más famosa del mundo, la Mona Lisa, y la pintura de Anna Weyant, Falling Woman, subastada por Sotheby´s. Anna tiene veintisiete años y es la pintora más joven jamás representada por la Gagosian Gallery. El cuadro alcanzó el precio de venta de 1 millón 600 mil dólares. De alguna manera me remitió a 2019, cuando la noticia más sonada fue la de Comediante, la instalación de Maurizio Cattelan que consiste en un plátano pegado con cinta adhesiva a una pared y que se vendió por 130 mil euros.

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Una sala de un museo, cientos de visitantes, teléfonos apuntando, imágenes que dieron la vuelta al mundo. Una anciana en una silla de ruedas lanzó un pastel al cristal que protege la Mona Lisa en el Louvre. ¿Un performance, una protesta? Una desesperada llamada de atención por un joven activista disfrazado de anciana: “¡Todos los artistas te dicen que pienses en la Tierra! ¡Todos los artistas piensan en la Tierra! ¡Por eso hice esto! ¡Piensa en el planeta!” Tomando en cuenta que la temperatura promedio de la superficie del planeta ha aumentado aproximadamente 1.18 grados centígrados desde finales del siglo XIX, la protesta parece pertinente.

Las reacciones no se hicieron esperar –para eso sirven las redes sociales–, desde: “NO es la forma de llamar la atención sobre el cambio climático. Las obras de arte clásicas como la Mona Lisa son un regalo para toda la humanidad; necesitamos proteger el gran arte de todo el mundo” hasta: “Pocas pinturas, incluida la Mona Lisa, sobrevivirán al colapso ambiental. No hay arte en un planeta muerto.” Todas válidas, todas completando el acto público de la protesta.

El lanzamiento de pasteles nunca se ha reducido al acto en sí mismo; comenzó como un acto anárquico que atentaba contra las buenas costumbres y ha terminado como un huracán que atrae atención. Pastelazos históricos ha habido muchos: el de Bill Gates en 1999, el de Godard, Sarkozy… Incluso en México le tocó a la crítica de arte Avelina Lesper después de que descalificó el graffiti como una forma de arte.

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Son las seis en punto, una sala de subastas, copas de champagne, comienza la puja. Precio de salida, 300 mil dólares… 400, 500, 1 millón 600 mil. Cae el martillo. Vendido. Lo extraordinario no fue el precio que alcanzó la obra, sino la edad de la pintora. Anna Weyant, canadiense, tiene sólo veintisiete años.

Su obra, sin duda realista, sin duda contemporánea, transita entre el retrato y la naturaleza muerta, entre los maestros antiguos y el pop. Sus figuras, a menudo femeninas, tienen una sensualidad que aunque no es tan explícita como la de las obras de John Currin, sí nos remiten al pintor estadunidense. Hay cierto desasosiego pero no incomoda. Lo que sí, no se puede negar, es su maestría con el pincel.

Weyant es la última en acceder al Olimpo de la Gagosian Gallery, lo que muy pocos artistas vivos han logrado, tan joven ninguno.

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Una (pequeña) sala en una feria de arte: un plátano pegado a la pared con una cinta adhesiva; su título: Comediante; su autor: Maurizio Cattelan; la feria: Art Basel Miami, el año, 2019. La controversia que continuó en un performance impromptu; el artista David Datuna despegó de la pared la fruta y se la comió.

El contexto de la obra es: “símbolo del comercio global”. Al día de hoy se han vendido tres ediciones originales de la pieza a tres coleccionistas privados distintos por un valor de entre 103 mil y 130 mil euros. Como el objeto en sí es efímero, la obra consiste en un certificado de autenticidad de catorce páginas que incluye instrucciones detalladas sobre cómo instalar el plátano.

El mundo del arte es loco, diverso, infinito. Todo cabe, sobre todo la especulación. ¿Qué puede sorprendernos ya?

 

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