A la luz de la caricatura. A propósito de un libro de Esther Acevedo

- Alejandro de la Torre* - Sunday, 03 Jul 2022 07:18 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Un lúcido comentario sobre 'A la luz de la caricatura. Diccionario gráfico, México 1861-1903' –coordinado por Esther Acevedo– y el arte de burlarse de los políticos y sus políticas en el siglo XIX, mediante ese trabajo multidimensional que supone la combinación afortunada de la habilidad para el dibujo, gran capacidad de observación, conocimientos profundos y un severísmo y agudo sentido del humor, el sarcasmo y la ironía. 'A la luz de la caricatura' es una titánica obra capitaneada por Esther Acevedo, Gretel Ramos, Mónica Ponce, Helia Bonilla y Norma Angélica Pérez.

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Hablar de la caricatura política es un asunto serio. Quienquiera que haya estado cerca de su influjo, lo sabe, pues la caricatura es una manifestación artística que, desde hace varios siglos, se incorporó al séquito contrahecho de las artes menores, al tiempo que se convirtió en escenario de enconados enfrentamientos ideológicos y auténticas batallas culturales; un espacio de representaciones satíricas de la vida política, foro desacralizador de los poderes mundanos y ultraterrenos, y lugar para la puesta en escena de las aspiraciones sociales y la crítica de costumbres. La caricatura, además, construyó un universo autónomo ceñido a una lógica singular que se alimenta de la realidad y al mismo tiempo la transforma. Por eso deja una sensación agridulce, como la provocada por la revelación de una verdad que se mantenía convenientemente oculta bajo los ropajes de la solemnidad. La caricatura sirve para confirmar que el emperador va desnudo, y esa constatación nos inquieta y nos tranquiliza a la vez.

En cierto modo, la caricatura se erige en ojo deformante de la opinión pública que juzga a los actores de la clase política. Es un juez carnavalesco que condena y castiga simbólicamente a los figurantes del espacio político. La caricatura se constituye así en espacio de moralización política; se torna instrumento pedagógico que exhibe los rasgos fundamentales de lo correcto y lo incorrecto.

Es en esta dimensión didáctica donde la caricatura adquiere gran parte de su peso y de su seriedad. Su fuerza radica en que su mirada es capaz de reorganizar la lectura de lo político desde un lugar de producción cultural regido por la irreverencia. Es decir: el poder de la caricatura reside en su capacidad de subvertir el orden simbólico del poder, construyendo una dimensión paralela, en la que “el hábito sí hace al monje” y en el que “las apariencias no engañan”. Una realidad alterna en donde las figuras que debieran considerarse dignas de respeto se transforman en seres ridículos, repulsivos, grotescos o amenazantes, que han abandonado para siempre su apariencia humana y se muestran a los ojos del público mostrando su desnudez.

Para asomarse a ese mundo se ha publicado un libro extraordinario y bellamente impreso: A la luz de la caricatura. Diccionario gráfico, México 1861-1903, titánica obra capitaneada por Esther Acevedo, con la colaboración de otras cuatro investigadoras de aguda inteligencia: Gretel Ramos, Mónica Ponce, Helia Bonilla y Norma Angélica Pérez.

Nada más abrir el libro, se desata un torbellino de rostros bufos, grotescos, extravagantes, que nos agita y nos despeina. Por sus páginas desfilan presidentes que hubieran querido ser reyes, monarcas que hubieran preferido ser ciudadanos, militares cobardes con ínfulas de conquistar el mundo, ministros que no querrían vivir fuera del presupuesto, diputados de estupidez inocultable, magistrados que sueñan con la silla presidencial, consejeros perversos, periodistas serviles con su pluma en ristre, jueces venales, impresores exquisitos, poetastros, escritores a sueldo, eruditos, gobernadores atrabiliarios, ricachones miserables, obispos cubiertos de oro, traidores cubiertos de fango, tiranos manchados de sangre… además de la pléyade de arribistas, funámbulos y ambiciosos vergonzantes que se agita en el inframundo de la escena política. Eso sí, ninguna mujer: una muestra de que el escenario político y la opinión pública eran espacios patriarcales, masculinos por antonomasia.

En compensación, al final del libro, apartados del resto y en evidente conciliábulo, están agrupados los caricaturistas, los confesos autores intelectuales y materiales de la construcción de esta abigarrada imaginería política. Los sospechosos comunes: Jesús Alamilla, Daniel Cabrera, Alejandro Casarín, Constantino Escalante, Santiago Hernández, Jesús Martínez Carrión, Eugenio Olvera, Ángel Pons, José Guadalupe Posada, José María Villasana y demás héroes que nos dieron patria.

Aunque en el orden alfabético que corresponde a un diccionario, el libro es una caravana delirante de criaturas bufonescas que celebra una bacanal de sombras que, desde los pliegues del tiempo, se ríen con lucidez y desencanto. Ciento sesenta y tres personajes que van de Victoriano Agüeros a Nicolás Zúñiga y Miranda, se ríen con nosotros y de nosotros, que creemos “inventar” el mundo en nuestra infinita soberbia presentista. Y no. El mundo ya estaba ahí, y ya era un lugar caótico en el que era mejor reír para mitigar el llanto. De hecho, no es sólo que nosotros miremos las caricaturas, sino que ellas nos miran también y no pueden dejar de reparar en nuestra imperfección, nuestra estulticia, nuestra irrevocable decadencia…

Cuatro cuerdas le dan cuerpo y sonoridad al libro: la biografía que recorre la trayectoria vital de los personajes; el retrato “real” de los sujetos caricaturizados, que deja registro de la apariencia humana de los sujetos y documenta el denodado esfuerzo de los personajes por parecerse a su caricatura; la anécdota, que encuadra la labor de los protagonistas en su contexto y refiere los episodios definitorios de su personalidad; y los “recortes”, que permiten mirar en detalle a los personajes retratados y apreciar las transformaciones que sufrieron a lo largo del a tiempo, así como los modos en que fueron representados por el lápiz de los distintos caricaturistas.

Con todos estos elementos, esta obra coordinada por Esther Acevedo es un singular instrumento de navegación para surcar el agitado mar de tinta de la caricatura decimonónica. Es a la vez mapa y astrolabio, sextante, brújula y catalejo. El instrumento es tan útil que no solamente sirve para acercarse a las artes gráficas de la época, sino que es también un material de enorme valía para escudriñar los entresijos de la cultura impresa, para analizar los resortes y engranajes que hacían funcionar la opinión pública, para intuir las líneas de diálogo entre literatura y política, entre periodismo y poesía, entre pintura académica e imágenes plebeyas, entre la solemnidad cívica y las diversiones populares… en suma, para dilucidar todas esas intersecciones que posibilitan y le dan cuerpo a la historia cultural.

Este libro es ante todo una herramienta; una herramienta bellísima. Hallar belleza en los instrumentos de trabajo es un placer ligeramente malsano que cultivan quienes comparten un oficio o una afición, y quienes cultivamos las humanidades no podemos dejar de reparar en la belleza de los libros, valiosísimas herramientas en las que nos subimos para alcanzar las alturas del pensamiento… o a veces sólo las alturas. A la luz de la caricatura conjuga magistralmente utilidad y belleza; por caricaturizar a José Gaos, podemos decir: “Lo bello, si útil, dos veces bello”.

 

*Investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH.

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