Las andanzas de los hombres del norte
La fascinación por la cultura vikinga ha tenido en las últimas décadas un resurgimiento apabullante. Series, películas, cómics y hasta juegos de video han basado sus argumentos en las aventuras de estos guerreros escandinavos, famosos por ser grandes navegantes y llevar a cabo violentos ataques a las ciudades de Europa entre los siglos VIII y XI de nuestra era.
La literatura no ha sido ajena a esta tendencia. Borges, por ejemplo, era un entusiasta de la civilización vikinga y las letras islandesas. Prueba de ello es que en su tumba, en Ginebra, su viuda hizo grabar la imagen de siete guerreros que agitan sus armas y una frase perteneciente a un antiguo poema que conmemora la batalla de Maldon, ocurrida en el año 991, en la que el ejército sajón del reino de Wessex tuvo que luchar contra las hordas de vikingos comandadas por el rey Olaf I de Noruega.
En este mismo tenor, derivado de la admiración que siente por esta cultura del norte de Europa, Adrián Curiel Rivera ha escrito Vikingos, los verdaderos descubridores de América, una breve pero intensa saga nórdica donde recrea, en un centenar de páginas, varios siglos de la historia del mundo occidental.
Narrador experimentado, Curiel Rivera ha incluido, en los veintiún relatos que conforman este volumen, algunas de las más grandes hazañas bélicas y marítimas vikingas, tales como el despiadado ataque al monasterio de Lindisfarne, el asedio a la ciudad de París; la toma de la hasta entonces inexpugnable Constantinopla; el obcecado y eficaz cerco a la Sevilla musulmana, el desembarco de los nórdicos en Groenlandia y, por supuesto, la llegada de Leif Erikson a las costas de la Península del Labrador en América, quinientos años antes que Cristóbal Colón.
Estamos, pues, ante una saga en la que Adrián, con pericia de narrador maduro, ha decidido ficcionar los hechos, contando lo sucedido desde una perspectiva literaria sui generis en la que retoma la antigua vertiente de la novela histórica donde el discurso narrativo –y no la voluntad del escritor– determina el ritmo y el suspense del texto.
Los episodios relacionados con la historia satisfacen los requisitos de la más exótica novela de aventuras. Incluye cercos militares, parricidios, extorsiones tasadas, naufragios, destierros, violaciones, combates sanguinarios, paisajes gélidos, descubrimiento de tierras ignotas. Algunas descripciones son tan certeras que se quedan como dibujadas en la memoria del lector.
“Sevilla, en efecto, era una ciudad resplandeciente, sembrada de minaretes espigados cuyas piedras, a fuerza de austeridad y sencillez, rivalizaban en luminosidad y grandeza con el sol y las altas nubes. Pensé que no éramos dignos de ese entramado de construcciones perfectas. Las casas se extendían en largas terrazas, los parterres húmedos cobraban, a la sombra embriagadora de los naranjos, una coloración azul oscuro. Ordené a mis hombres que fuesen comedidos; que tomaran sólo lo indispensable: las jóvenes más hermosas, los metales más deslumbrantes.”
En algunas entrevistas a propósito de este libro, Curiel Rivera ha dicho que comenzó a escribir estos relatos cuando era muy joven y que decidió hacerlo porque desde niño es un apasionado de la literatura épica. Estoy seguro de que esta obra nació como un tributo a sus lecturas de infancia, a los volúmenes que tomó por casualidad de la biblioteca paterna y que lo marcarían para siempre en su estilo narrativo –pulcro y fluido–, apoyado en una minuciosa descripción de los ambientes: “Un par de jornadas después, a través de la bruma matinal, se fue prefigurando progresivamente una franja verde. Hacia ella enderezaron la nave. Millas más adelante los oscuros contornos de los álamos, de un azul casi añil, se redondearon. El viento mecía suavemente las copas frondosas y se respiraba una humedad tonificante.”
Tal vez la lectura más interesante de este libro se encuentra en que estas historias no son tan ajenas a nosotros como parecen, ya que los vikingos, pese a su fama de salvajes, eran también muy adelantados en algunos aspectos de su organización social. Las mujeres solteras gozaban de la misma libertad sexual que los hombres y las casadas podían optar por el divorcio si la pareja no los satisfacía. Curiel Rivera contribuye con este libro a redefinir el mito de la barbarie vikinga, demostrando a los lectores que la trascendencia de esta civilización va mucho más allá de aquello que Hollywood siempre ha pretendido vender.
Vikingos, los verdaderos descubridores de América, es un notable ejercicio de escritura, un trabajo de polifonía narrativa para leer sin prisa, bebiendo a sorbos una copa de vino tinto o degustando una tasa de buen café, pero, sobre todo, con una disponibilidad total de espíritu, condición indispensable para adentrarse en el pasado de este pueblo violento, navegante y conquistador.