Sensualidades fílmicas: María Antonieta Pons en su centenario
- Rafael Aviña - Sunday, 03 Jul 2022 07:27----------
A mediados de los años cuarenta del siglo pasado arrancaban los primeros mitos de rítmica sensualidad en el cine mexicano, con los que Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, Amalia Aguilar, Meche Barba, Rosa Carmina y otras más como Lilia Prado, Elsa Aguirre o Emilia Guiú, incluso, eran maltratadas, pervertidas y explotadas por los hombres, la sociedad y un destino trágico, a la vez que alcanzaban algunos minutos de gloria íntima y pública, ejecutando sus intensas coreografías. En efecto, sin más preocupaciones que bailar y mover cadenciosamente el cuerpo, aquellas actrices representaron a las sensuales mujeres-objeto de caderas anchas y piernas de vértigo, que cargaban con el ritmo de la rumba o el mambo en la sangre, en esa comunicación íntima entre música y cuerpo llevada a cabo en el santuario del cabaret. Sin duda, Mari Toña Pons fue una de las mayores estrellas de ese género en el que cabían el melodrama, la comedia, el cine policíaco, el suspenso, e incluso la comedia ranchera.
Bullanguera, bailadora y sensual
Nacida en La Habana, Cuba, el 11 de junio de 1922, María Antonieta Pons tenía aptitudes para el voleibol y el baile y, aún menor de edad, obtiene un breve papel en La serpiente roja, película cubana de 1938, año en que fue descubierta por el cubano-español-mexicano Juan Orol cuando la Pons era una chiquilla espectacular de dieciséis años a quien convierte en su esposa y en protagonista de su película Siboney (1938), filmada en la isla, con canciones de Ernesto Lecuona entre otros y ambientada en la Cuba de 1868 durante la guerra independentista, para narrar la historia de una esclava liberada por el bondadoso propietario de una hacienda (el propio Orol, faltaba más), que la trastoca en una bella bailarina; una suerte de Pigmalión del Caribe cuando estalla la revuelta libertaria de la isla.
Sin embargo, el público mexicano no supo de Mari Toña sino cuatro años después, cuando Siboney se estrenó en el extinto cine Politeama en 1942, año en que la Pons realiza su segunda película bajo las órdenes de Ernesto Cortázar y Roberto Gavaldón: Noche de ronda, producida por Guillermo Calderón, uno de los mayores artífices del cine de rumberas y de la carrera de Ninón en particular. Ahí, su carisma y simpatía opacaron a las estrellas Ramón Armengod y Susana Guízar, y la Pons obtiene otro pequeño rol en La última aventura de Chaflán (1942), filme póstumo del afamado cómico Carlos López Chaflán, quien murió ahogado en Chiapas.
El impacto de la Pons es tal, que al año siguiente filma seis cintas: Cruel destino, dos de ambiente taurino (Mi reino por un torero y Toros, amor y gloria), Viva mi desgracia, drama rural con la estrella en ciernes Pedro Infante, Balajú, con David Silva, y la mejor de todas: Konga roja, dirigida por Alejandro Galindo, con Pedro Armendáriz, filmada en Veracruz, escenario de un crimen pero, sobre todo, de los desplantes rumberos de María Antonieta Pons y la participación de Toña la Negra.
Con Juan Orol realiza obras como Los misterios del hampa y Pasiones tormentosas. Con Raúl de Anda filma La reina del trópico (1945), en la que provoca la lujuria de Carlos López Moctezuma, quien la seduce y abandona en Papantla. Sin embargo, cuando lo va a buscar a la capital se topa con el héroe que encarnaba Luis Aguilar, un compositor que triunfa gracias a ella. Por su parte, Alberto Gout iniciaba, a partir de la segunda mitad de los cuarenta, una serie de sabrosas películas de ambiente cabaretil con rumberas orilladas a la perdición, como La bien pagada (1947), drama citadino para lucir los atributos físicos y melodramáticos de María Antonieta Pons. A ésta le sigue una estupenda película donde luce su ritmo, sus evoluciones de baile y caderas, y sobre todo su belleza e histrionismo: Flor de caña (1948), escrita por Janet y Luis Alcoriza y dirigida por Carlos Orellana. El arranque es notable: la cámara toma el lugar subjetivo de la protagonista: camina por el cañaveral, admirada por los cañeros que le lanzan piropos, hasta que llega a su casa y la vemos reflejada en el espejo: no es otra que la atractiva Maritoña Pons en el papel de Rosita, bullanguera, bailadora, sensual y deseada por todos, particularmente por Román (Víctor Manuel Mendoza), quien le propina una golpiza a Chel López, capataz de la finca, cuando éste arremete contra uno de los cañeros que dice sentirse adolorido.
Como Rosita le prepara un menjurje al enfermo, la esposa de éste (Maruja Grifell), la envidiosa Felisa (Irma Torres) y las demás mujeres del pueblo, a excepción de la simpática Carolina Barret, hermana de Agustín Isunza, la acusan de embrujar al doliente, hasta que un médico que lleva Román aclara todo. No obstante, la llegada de Alberto (Luis Alcoriza), hijo del patrón, pondrá a Rosita en un predicamento amoroso, al tiempo que surgirán más chismes sobre su honor, que incluso hará dudar a su propio padre (el siempre espléndido Salvador Quiroz). Por supuesto, todo resulta un pretexto para el despliegue de múltiples bailes a cargo de la Pons, mientras se debate entre el altivo Román y el indeciso Alberto.
El destino de una rumbera
Al igual que Ninón, María Antonieta Pons se convertiría en una de las rumberas más célebres del cine nacional, en virtud de su encanto particular y carisma absoluto, redondeado con un cuerpo impresionante. En 1949 aparece en Un cuerpo de mujer, de Tito Davison, con un guión suyo y de los prestigiados Edmundo Báez y Ricardo López Méndez, a partir de una historia original de Janet y Luis Alcoriza, en una trama que se repetirá durante el período de los desnudos estáticos y estéticos del cine mexicano en 1955: la modelo que posa desnuda y el pintor obsesionado con ella.
La película fue producida por el español afincado en México Ramón Pereda, quien se había casado con María Antonieta Pons pocos meses atrás, luego de haber enviudado en 1946 de la también actriz Adriana Lamar. Se trataba de un risible y moralista melodrama con fotografía de Gabriel Figueroa, contratado ex profeso para lucir aún más a la protagonista.
El ciclón del caribe y La reina del mambo, de 1950, y María Cristina y La niña popoff, con la canción tema interpretada por Dámaso Pérez Prado, de 1951, todas dirigidas y escritas por su pareja, Ramón Pereda, confirmaron las dotes de la Pons en el género. Los ritmos y los ambientes tropicales se adecuaron mucho mejor a sus vaivenes, que aquellos melodramas urbanos en los que aparecía como mujer fatal: La sin ventura (1947), de Tito Davison, o La insaciable (1946), de Juan José Ortega, por ejemplo. Realiza en 1949 una segunda versión de La mujer del puerto, dirigida por Emilio Gómez Muriel, en la que trastoca a la lánguida prostituta portuaria que interpretó Andrea Palma en una vivaz bailarina de rumba que también se prostituye pero que, al saberse enamorada de su hermano, se suicida. Por cierto, una joven y buena prostituta le comenta a María Antonieta Pons en El ciclón del caribe: “Como todas las mujeres, soy muy tonta y sentimental, la gente cree que vamos al vicio porque somos malas pero en realidad nos lleva el destino”...
El cine de rumberas iba a la baja y María Antonieta Pons tuvo que adecuarse a los tiempos que corrían a mediados de los cincuenta y en la década siguiente, con una industria en pleno declive opacada cada vez más por la televisión. Así, participó en comedias rancheras como Qué bravas son las costeñas, Ferias de México, Las cuatro milpas, Vámonos para la feria, Voy de gallo; relatos de corte erótico como La gaviota y Acapulqueña; cintas con cómicos también a la baja como Tin Tan y Clavillazo y las luminarias emergentes Viruta y Capulina, en títulos como Los legionarios, Nunca me hagan eso, La odalisca número 13, Las mil y una noches, Una estrella y dos estrellados, o Teatro del crimen, este último, un filme más bien ridículo con toques de suspenso que en parte recordaba a El fantasma de la ópera, donde Manuel Medel como el payaso Pancholín es un demente asesino obsesionado con Mari Toña Pons que comete una serie de crímenes en el Teatro El Roble, donde se presenta el espectáculo Fantasías mexicanas; pretexto para la inclusión de números musicales a cargo de Agustín Lara, Silvia Pinal, Luis Aguilar, Pedro Vargas, Ernesto Hill Olvera y Germán Valdés Tin Tan.
Por último, vale la pena citar La culpa de los hombres (Roberto Rodríguez, 1954), donde la Pons encarna a la ingenua empleada de una fábrica de medias, seducida por el timorato Enrique Rambal, hijo del dueño (Julio Villarreal), quien le pone una trampa para quitársela de encima al hijo y mandarla a la cárcel. Ya en prisión, la Loba (una presa lesbiana encarnada por Georgina Barragán) la protege, cura sus heridas, le acaricia su espalda desnuda y le comenta: “Aquí tenemos que consolarnos las unas con las otras.” No obstante, cuando la sabe embarazada monta en cólera y se ensaña con ella, en un filme predecible y truculento pero con situaciones inquietantes.
La bella María Antonieta Pons filmó más de cincuenta películas. Su último trabajo fue Caña brava (1965), de Ramón Pereda, con él mismo y Javier Solís; nació hace cien años y se retiró por completo en los años setenta. Falleció en la Ciudad de México el 20 de agosto del 2004, cuando tenía ochenta y dos.