La flor de la palabra

- Irma Pineda Santiago - Sunday, 10 Jul 2022 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Naturaleza y vida

 

En mi idioma materno, el didxazá (zapoteco), existen dos palabras para hablar de la naturaleza, una es nagá’, que hace referencia al verdor, a lo que crece y se reproduce, como las plantas, árboles, flores o la milpa, porque significa que habrá alimento, por lo tanto, habrá vida. La otra palabra, que usamos con más frecuencia, es guendanabani, que se traduce como el don de la vida, y que se refiere tanto a la vida humana como a la vida que hay en todo lo que nos rodea, ya que desde la concepción de los binnizá o zapotecas, como en la de varios pueblos indígenas, no podemos separar a las personas de la naturaleza, pues somos una misma entidad.

La idea de persona-naturaleza como un todo circular e indisoluble, está presente en muchos de los pueblos originarios del mundo, por ello no es raro que el ochenta por ciento de la biodiversidad que se conserva en el planeta esté precisamente en territorios indígenas, puesto que es en estos espacios donde se cuida lo que nos rodea, ya que consideramos que todo tiene vida y alma, por lo tanto, nuestra sobrevivencia depende de su conservación.

Desde varias lenguas indígenas las cosas que nos rodean son nombradas del mismo modo en que se nombra el cuerpo, tanto de las personas como de los animales; por ejemplo, una casa tiene cabeza (techo), boca (puertas), ojos (ventanas), así como una mesa tiene cara o una olla tiene boca y nalgas, de igual manera en que un árbol tiene pies y brazos, y la tierra tiene un vientre, donde recibe amorosa las semillas para reproducir y alimentarnos con la misma ternura con que recibe un cuerpo que debe volver a ser polvo, para recordarnos que todo lo que existe en el mundo es efímero y debe ser tratado con cuidado y respeto.

Tan inseparables somos personas y naturaleza que, en varias comunidades, en algún momento de la infancia, nos revelan que, al mismo tiempo en que nacemos, nace un animal que se convierte en guardián de nuestra alma, xquenda, le llaman en mi pueblo. Con esta revelación, abuelas y abuelos nos invitan a cuidar de todos los animales, para no lastimar al xquenda propio o de alguien más, porque todo el dolor que pueda sentir nuestro guardián lo sentiremos también nosotros. Sin embargo, cada vez escuchamos menos estas historias que se silencian frente al sonido de la modernidad y, al olvidarlas, olvidamos también el cuidado de la otredad y del entorno.

Es por ello que en las diferentes creaciones de personas indígenas, como en la literatura, tratamos de especificar que la naturaleza no puede estar separada de lo social, que los rituales y procesos espirituales no son parte de “creencias y supersticiones”, sino fundamento de nuestra salud física e interna; que los alimentos y la energía nutren o dañan de igual forma la salud; que las palabras y las acciones curan o condenan; que los saberes que aprendimos de las abuelas y los abuelos son tan válidos como los aprendidos en los libros; que los conocimientos que obtuvimos leyendo en el cielo, en la tierra, en las hojas, en el canto de las aves, en el movimiento del aire o del agua, valen tanto como los que vimos en un aula o laboratorio.

Tal vez, entre nuestros pocos recursos para enfrentar la violencia actual que alcanza todos los territorios, incluidos los indígenas, uno sea la actividad creativa-artística, para recuperar una forma de vida pensada desde lo colectivo, para contraponerse a las diferentes formas de opresión, puesto que desde este terreno podemos hacer visibles los daños causados a la naturaleza, la violencia que se ejerce sobre las personas defensoras del medioambiente o las guardianas de la vida; a través del arte podemos tener conocimiento sobre las diferentes culturas; entender la diversidad de cosmovisiones y pensamientos, mirarlas y que nos miren en la vinculación con la naturaleza, con la espiritualidad como fuente de riqueza, de conocimiento, de intercambio social y económico, basado en el respeto a todo lo que nos rodea, pues ello nos simboliza la vida misma.

 

Versión PDF