'Escrito en Tuxtla', de Oscar Oliva: un libro de delirio

- Marco Antonio Campos - Sunday, 24 Jul 2022 09:53 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Este artículo rinde homenaje a un poeta ya consagrado en las letras mexicanas de este siglo, miembro fundador de La Espiga Amotinada, Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas 1937), sobre todo por la aparición de su último libro, 'Escrito en Tuxtla', en el que, entre otras cosas, recorre su vida y las muchas que ha vivido.

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Tal vez la mejor decisión que Óscar Oliva tomó en los años finales fue el regreso a Tuxtla, la ciudad nativa. A sus ochenta y cinco años Óscar Oliva es cada día más joven, más lúcido, más intensamente poeta. Después de la publicación de su obra reunida, Iniciamiento (2018) y de su antología personal, Poesía de la perseverancia (2020), apareció en abril de este año Escrito en Tuxtla (Aldus-Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura), un libro intrincado, hondamente emotivo, escrito y estructurado como suele hacer el poeta chiapaneco en algunos de sus libros, combinando el verso largo, el verso breve, el poema en prosa. Es un libro-poema, o si se quiere, un libro dividido en veinte poemas, donde en cada poema circulan historias variadas que se unen, se alejan, vuelven, se van de nuevo... Es, con mucho, uno de los mejores libros que he leído de poetas mexicanos en los últimos años. Como si Oliva hubiera alcanzado una nueva madurez en la madurez.

El largo poema lo escribe acostado en un lecho en un cuarto de su casa, bebiendo una taza de café tras otra, conviviendo con todas las cosas simples, con todas las cosas del mundo, viviendo su vida, volviéndola a vivir, viviendo una docena de vidas, avizorando la muerte que se multiplica con la partida sin regreso de los allegados. Regresiones, mutaciones, reencarnaciones.

Escrito en Tuxtla, como él lo ha dicho, es un delirio, escrito durante y después de una penosísima enfermedad, aún con los efectos tardíos de la morfina. En pasajes el libro-poema está escrito con la velocidad del fuego que se propala en el bosque reseco. Por eso (al menos lo repite tres veces), en el poema puede haber una “descarga de imágenes que no puede controlar”, pero curiosamente esas imágenes son varios de sus altos momentos, porque suele suceder que la parte irracional de la poesía emocione más que la parte coherente. En otros pasajes Oliva se vigila rigurosamente a sí mismo y vigila racionalmente sus reacciones y recuerdos para señalarlas, y no pocas veces, para dar impresión de exactitud, pone incluso la hora y el minuto en que eso está sucediendo.

Entre variados asuntos que hallamos en el Escrito en Tuxtla, uno es la identidad. Oliva se pregunta quién es, quién eres tú. Preguntas, preguntas. Todo está sujeto a duda y al final de la vida podemos concluir que la hemos comprendido muy poco. Oliva interroga el mundo sabiendo que “no lo podremos desentrañar nunca”.¿Hacia dónde voy? ¿El tiempo no pasa y sólo pasamos nosotros? ¿El tiempo nos pasa? ¿El tiempo es eternamente joven y sólo el hombre y la mujer pasan y mueren? ¿Por qué todo huye y cada instante es un adiós? ¿Pero hubo alguna vez para un hombre tiempo suficiente? ¿Tiene algún sentido lo que digo yo, Óscar Oliva?

Por otro lado, se suceden en el libro los temas que existen desde siempre y que cada verdadero poeta le da su propio tratamiento: la mujer, la amistad, el viaje, la política, momentos poéticos definitivos de la poesía occidental y oriental que han quedado en nuestro corazón y en nuestra alma.

Como en Piedra de sol, de Octavio Paz, aquí todas las mujeres son una, todos los instantes son uno, y esos instantes y esas mujeres regresan, se van, regresan… Por eso cuando ve a la mujer en la cama: “lo festejo, como si hubiera recuperado la última historia por contar, la última historia por cantar de David Bowie: ‘en el centro de todo eso, en el centro de todo eso, tus ojos’.” Y junto a la mujer se deslumbra: “El resplandor entre el resplandor, por siempre.”

Todas las vidas

De su vida, que puede ser de la que Óscar Oliva más directamente habla, no sabe adónde mirar porque numerosos amigos y camaradas han partido, pero alucina verlos, y quiere hablarles, abrazarlos, pero desoladamente percibe que son sólo imágenes y sombras. En algún momento aún puede dirigirse a ellos: “hace tanto tiempo que he dejado el alcohol y los festines, pero continúo borracho de amor y de festines, por eso quiero, antes de continuar, que bebamos juntos, amigos de toda la vida, pero no los encuentro en ninguna parte, no sé si regresaron a nuestra ciudad natal, y si allí fueron sepultados, o si volvieron a subir al balcón del templo que se balancea en lo más alto del peñasco…”

Escrito en Tuxtla es también un viaje múltiple imaginado, que pudo haber hecho en tren o en coche o en autobús o en barco o simplemente en una silla giratoria donde “he acumulado miles y miles de kilómetros”, o pudo haber sido un viaje literario, reconociéndose como Odiseo, hasta que vuelve ya viejo y cansado a la tierra nativa, luego de naufragios y de extravíos por rutas equivocadas, de guisa que hasta su padre duda si es él. Me gustaría citar un verso que en especial me impresiona y resume una vida y es también una despedida de la vida: “Soy el último navegante que se encamina al exilio, sin maleta de viaje.”

En Oliva la política es un eje ardiente en su poesía desde su primera reunión en el libro colectivo de La Espiga Amotinada. Aunque en la edad tardía ha entrado a una posición más moderada, le duelen, como a todos nosotros, los “escenarios catastróficos”, que vemos consternados en el teatro del que somos espectadores y en el que miramos a personajes que no saben actuar y destruyen lo que tocan. En México, en los últimos lustros, esos “escenarios catastróficos” crecen, crecen, nos aplastan: las incesantes matanzas de criminales, que rompen la tabla de multiplicar, y quienes se han hecho dueños del poder en numerosas zonas del país; las decenas de miles de desaparecidos, de manera que se tiene la impresión de que si se escarba la tierra se encuentra uno; la terrible suerte de los migrantes que salen de un callejón por una mínima salida para entrar a un callejón sin salida…

Oliva hace que las citas o los pasajes literarios de otros poetas o escritores sean parte creativa de su escritura. Los vuelve de él, son de él, son él; por ejemplo, cuando recuerda a Allen Ginsbergh y a David Bowie abrazados recitando en Weimar, bajo las estatuas de Goethe y de Schiller, el desgarrado monólogo del rey Lear mientras carga el cuerpo recién muerto de su hija Cordelia; o como cuando, desde la huida del corazón, cree oír las melodiosas voces del ruiseñor de John Keats, que, como vino envenenado, lo embriagan mortalmente y le hacen crecer el anhelo de ir a “las hirvientes estrellas”; o cuando le resuenan las frases inmovilizadoras del vagabundo Molloy de Beckett, que nunca parece bajarse de su bicicleta; o la lectura de líricos arcaicos griegos (Arquíloco, Anacreonte) y poetas latinos como Catulo, Propercio y Tibulo, a quienes desde muy joven leía, para exaltar la relación de un hombre y una mujer enamorados, que desde siempre le ha parecido lo más bello en la tierra, aun si se padece la minuciosa desdicha; o cuando se encuentra en su viaje imaginario con personajes shakespearianos, como Hamlet ante el mar Báltico, u homéricos, como Odiseo o el anciano y sabio Néstor, rey de Pilos, “excelente en el consejo”.

Libro de un sobreviviente, Óscar Oliva, en Escrito en Tuxtla, buscó hacer un poema absoluto abarcando las vidas que ha vivido, desvivido, ideado, inventado o imaginado; tenemos la impresión que lo logró.

Estamos ante un gran libro.

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