Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
libro.jpg

El otro lado de los libros

'El infinito no cabe en un junco', Carlos Clavería Laguarda, Altamarea Ediciones, México, 2021.
Alejandro Badillo

 

No sé qué tan predecible pueda ser, en estos tiempos, el mercado editorial. En una época dominada por temas coyunturales y, sobre todo, el dominio de lo explícito sobre lo simbólico, el libro El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo, tendría la vida breve que se espera de los títulos con temas que no están de moda. Sin embargo, la bien narrada crónica de la invención del libro y sus transformaciones sigue acumulando lectores y ediciones. Las razones atrás de este éxito tienen que ver, a mi parecer, con sacar el conocimiento del aula para abarcar un público amplio; también cuenta el involucramiento de Vallejo como personaje, lo cual conecta de inmediato con el lector. Como apuntó José María Espinasa en las páginas de este suplemento, la académica describe la historia del libro como si fuera un cuento de hadas, complemento perfecto para la minuciosa recreación que hace del mundo antiguo y sus bibliotecas.

A la par del éxito de El infinito en un junco se publicó, a finales del año pasado, una especie de respuesta: El infinito no cabe en un junco, de Carlos Clavería Laguarda, doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona y especialista en la historia del libro y de las bibliotecas. El texto de Clavería es, de alguna manera, una crítica al bestseller de Vallejo, entendiendo crítica como una voluntad de diálogo y, sobre todo, una discusión de ideas. A través de capítulos como “No está permitido disentir”, “Sobre si leer cuesta mucho”, “Cura en salud” o “El infinito despropósito humano y los libros”, entre otros, vemos lo que hay atrás del cuento de hadas que nos presenta Vallejo. En primer lugar –y como línea argumental de todo el ensayo– encontramos la siempre problemática relación entre poder y conocimiento. Es verdad: las bibliotecas antiguas eran monumentos a la sabiduría y un repositorio para las ciencias y artes. Sin embargo, también eran instrumentos al servicio del soberano y de la clase dominante. Como apunta Clavería, atrás del gusto por el saber estaba la necesidad siempre creciente de información. Mapas, crónicas, saber filosófico, matemático y planos de invenciones, eran importantes para inclinar la balanza en una batalla y, por supuesto, continuar el predominio de un reino sobre sus competidores. Era la lógica atrás de la incautación de documentos que, en el caso de Alejandría –cuna de la biblioteca más famosa– realizó la dinastía Ptolemaica.

Otro punto interesante del libro es que considera a la biblioteca como una herramienta, una suerte de antología que representa los intereses de su dueño. Clavería se pregunta por aquellos textos que quedaron al margen. Al igual que sucede con las lenguas, vivimos en la actualidad un acelerado proceso de extinción de la diversidad a través de la globalización cultural. ¿Quién decide qué se guarda y qué se desecha? El helenismo difundido a través de las bibliotecas antiguas es considerado como uno de los logros más significativos de la humanidad, pero también se apropió de otras tradiciones y eliminó cualquier conocimiento ajeno o poco útil para sus intereses. Los libros potencian la imaginación, pero las bibliotecas pueden ser sus fronteras.

Me parece que la discusión que establece Clavería con el libro de Vallejo va más allá del contexto de la historia del libro y del mundo antiguo. Tiene que ver, por ejemplo, con las ideas trasnochadas que seguimos teniendo sobre la literatura y que, por increíble que parezca, se siguen difundiendo en las aulas del siglo XXI: los libros nos hacen virtuosos y las letras tienen un sentido moral antes que artístico. Otra discusión, aún más actual, que no aborda Clavería ni Vallejo, pero que se puede inferir a partir de sus textos, es la que involucra el conocimiento resguardado en las nuevas plataformas digitales. Los dueños de los datos y de la infraestructura que los soporta, son los nuevos Ptolomeos disfrazados de mecenas o de magos tecnológicos. ¿Qué pasa cuando la biblioteca casi infinita del siglo XXI pertenece a un inmenso corporativo? Criticar cómo difundimos el conocimiento es fundamental para nuestro futuro.

Versión PDF