'Vogue'. La pose, el 'beat' y el comentador

- Alonso Arreola | t: @LabAlonso / ig: @AlonsoArreolaEscribajista - Sunday, 14 Aug 2022 03:57 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Bemol sostenido

 

A veces nos entran ganas de ver y escuchar algo de vogue. Sobre todo si andamos cabizbajos. Entonces entramos a sitios conocidos de la red, reclinamos el sillón y dejamos que fluya su estridentismo. Es como una bebida o un plato que se disfruta con peligro de empacho. Siempre listo para ofrecer valentía, pues exhibe a una comunidad que por mucho tiempo se mantuvo “oculta” almacenando temeridad y bravura.

Sí. El voguing como lava volcánica, calentando el ballroom, listo para entregarse a la fugaz pirotecnia del cuerpo. El ballroom como espacio de terapia y seguridad para los apestados por preferencia o raza. Ya no el espacio del baile tradicional, sino la caldera de un aquelarre saludable. El calabozo convertido en salón de juegos. La prohibición rota en las coladeras, dispuesta a traspasar el concreto con su grito. Con su chant mántrico. Repetitivo. Atresillado. Giratorio: “One, two, three, ¡ha!

Nosotros conocimos su existencia, como millones, claro, a partir de una canción de Madonna: “Vogue”. Pero no entendimos ni el contexto ni la influencia de esta cultura en el underground estadunidense hasta cuatro décadas después de su aparición (en los ochenta), cuando se globalizó y algunos amigos homosexuales comenzaron a hablarnos de ello.

Fue hasta hace muy poco que vimos la serie Pose y que, coincidentemente, la embajada francesa nos invitó a participar en la Noche de las Ideas organizada en el Museo del Chopo, a inicios de 2020. Allí nos topamos con un ball de voguing y recorrimos la exposición montada junto al Centro de Arte Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid: Elements of Vogue. Un caso de estudio de performance radical. Inolvidable (busque su dossier en chopo.unam.mx). Descubrimos así uno de esos asuntos de supervivencia urbana que crecieron bajo la sombra para luego ser moda y, más tarde, objeto de museo.

En retrospectiva, por supuesto, leímos reportajes, vimos documentales y comenzamos a identificar a artistas notables, como el DJ Vjuan Allure, el bailarín y comentador Dashaun Wesley y la coreógrafa puertorriqueña Leiomy Maldonado. Hablamos de tres famosos artistas que no son sino una muestra mínima de los miles de voguers desconocidos (predominantemente LGBT+) que durante años organizaron pistas y pasarelas disimuladas.

Y cabe aquí una aclaración: aunque el concepto vogue está hermanado con el drag (“dressed as girl”), al que incluye en su desarrollo, se trata de algo diferente. Mientras el drag centra su oficio en la vestimenta, maquillaje y lip sync (mímica vocal), el vogue lo hace en el baile, música y animadores. En este último, los beats (pulsos) se mantienen en un estado más elemental que en la electrónica o el electropop. Los comentadores, por su lado, son una mezcla entre preachers (predicadores) y raperos que basan su alocución en la descripción espontánea del entorno; en la cacofonía producida por repetir nombres y palabras; en la onomatopeya, la improvisación y el llamado tribal, siempre breve. La combinación de ambos es hipnótica, contundente.

Suba el volumen y entre a Youtube en busca de esas personas combativas, dispuestas a ofrecer ritmo, palabra y cuerpo en un culto que destruye –o redefine– a la pose. Efectivamente: hablamos de “la pose” en la revista Vogue –semilla de todo– como deseo, actuación, disfraz y señuelo; como la comunión entre el cazador y la presa; como un punto de inflexión que la cultura negra ha puesto en movimiento. Busque primero el documental sobre el treinta aniversario de los ballrooms de Filadelfia. Luego la emisión Legendary de HBO. Después navegue en los bares de Brooklyn, Manhattan y el Bronx. Investigue sus ecos en Europa y Latinoamérica. Se sorprenderá. ¡Strike a pose! Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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