Silvia Pinal: carisma, talento y simpatía (homenaje en Bellas Artes)

- Rafael Aviña - Sunday, 28 Aug 2022 07:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Figura emblemática del cine mexicano del siglo pasado, el próximo homenaje que se llevará a cabo en el Palacio de Bellas Artes a Silvia Pinal (Sonora, 1931) da pie más que firme y merecido a este recorrido comentado de sus películas y trayectoria notable.

 

Marzo de 1992. Realizaba mi registro en el Hotel Lafayette, invitado por segunda vez a la Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara; a mi derecha atendían a una mujer espectacular. No la reconocí de inmediato y fue entonces que caí en cuenta que se trataba de Silvia Pinal, quien asistía a la Muestra por la proyección de su película Modelo antiguo (Raúl Araiza, 1991). A unos pasos estaba la bella asesina compulsiva de Divertimento, el sensual demonio femenino de Simón del desierto, la piadosa solterona de Viridiana, la niña rica y mimada de El inocente, la misteriosa rubia de Un extraño en la escalera, o la jovencita con apuros económicos de la vecindad de El rey del barrio. Aquella mujer tenía alrededor de sesenta años, el doble de mi edad entonces y, no obstante, se veía idéntica; de hecho, más bella.

La perene hermosura, simpatía, carisma y talento de Silvia Pinal, nacida en Guaymas, Sonora, en 1931, fueron fundamentales para su paso en lo que hoy conocemos como la época de oro de nuestro cine al que ella se incorporó desde muy jovencita. Silvia transitó del rancho a la capital, del cine revolucionario al melodrama cabaretil, y del arrabal urbano al drama social y a la comedia urbana. Aún no cumplía la mayoría de edad cuando tuvo la oportunidad de trabajar en la radio al lado de Carlota Solares y Luis Manuel Pelayo, entre otros, y en el teatro con maestros como Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, mientras laboraba como secretaria del departamento de publicidad de una farmacéutica. Todo llegó muy rápido: clases de actuación en Bellas Artes, reina estudiantil y debut en la pantalla en 1948, con dos pequeños papeles en Bamba y El pecado de Laura, donde encarnaba a una joven pianista hermana de Abel Salazar.

En breve, Silvia iniciaría una ascendente trayectoria en los foros cinematográficos al lado de figuras como Cantinflas (Puerta, joven), Germán Valdés Tin Tan (La marca del Zorrillo, Me traes de un ala), David Silva (El amor es ciego), Joaquín Pardavé (El casto Susano, Una gallega baila mambo, Doña Mariquita de mi corazón) y Pedro Infante, que en El inocente le canta el bello tema de Alfredo Gil, “Mi último fracaso”. No obstante, y pese a su merecido Ariel de coactuación femenina
por Un rincón cerca del cielo (1952), al lado del mismo Infante, Silvia se mantenía en personajes de apoyo con intervenciones muy lucidoras: se embriagaba con el aliento de Tin Tan en El rey del barrio, era abofeteada por Andrés Soler en Un rincón cerca del cielo, o se vestía de muchachito y enamoraba a Miguel Torruco en Yo soy muy macho.

Inolvidable por ejemplo, la escena romántica donde Germán Valdés le canta alcoholizado “Contigo”, de Claudio Estrada, en El rey del barrio. Quizá por eso Silvia y él repetirían en La marca del zorrillo (1950), cuya trama se inspiraba en una historieta de Bismark Mier, realizada hacia 1944, que en tono pachuquil parodiaba la leyenda del Zorro y los filmes protagonizados por Douglas Fairbanks en 1920 y Tyrone Power en 1940. Silvia es la criada que dice “Sí, siñor” y a la que el héroe convertido en fiero vengador gracias al apestoso ungüento que le ha regalado una bruja, le hace tragar aire para que aguante un prolongado beso.

Sin embargo, su gran momento llega en 1954 cuando filma Un extraño en la escalera, con Arturo de Córdova. En ella, el realizador de origen argentino Tulio Demicheli descubría la expresión más excitante y sensual del cine mexicano de aquella época: una belleza rubia envuelta en una trama muy en deuda con el cine negro policíaco bajo un final ingenioso e insólito. Después vendría una avalancha de éxitos: los Arieles por Locura pasional y La dulce enemiga, y sobre todo su encuentro con Luis Buñuel, a partir de Viridiana, producida por su entonces marido Gustavo Alatriste, con la que Buñuel obtenía el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Cannes y que la censura franquista prohibió, seguidas por El ángel exterminador y Simón del desierto. Viridiana se trastocaría en una joya del cine universal; una cruda e irónica alegoría cristiana sobre la caridad con personajes malsanos y esperpénticos en una trama de tensión erótica y en medio de ella Silvia Pinal, una joven empeñada en rescatar de la pobreza a unos mendigos repulsivos.

Antes de ello, en Historia de un abrigo de mink (1954), de Emilio Gómez Muriel, se narraban cuatro relatos alrededor de un abrigo de piel. Cuatro mujeres de distintas clases sociales y sus aspiraciones por poseerlo, en historias que iban del humor a la tragicomedia, protagonizadas por María Elena Marqués, Irasema Dilián, Columba Domínguez y Silvia Pinal como una encantadora prostituta que encuentra en el dueño de una casa de modas a un amigo y protector (Eduardo Alcaraz).

 

La sensualidad y el deseo (una pasión)

Silvia se convirtió en La adúltera y La sospechosa, capaz de despertar una Locura pasional (1955) otra vez de la mano de Demicheli, en un relato de celos obsesivos y desconfianza, donde Silvia encontró otro vehículo para lucir su belleza y una torva sensualidad mezcla de ingenuidad y perversión, con Carlos López Moctezuma como el hombre maduro, obsesionado con el sexo y con la imponente figura de Silvia, su mujer, una vedette de teatro frívolo.

En Dios no lo quiera (1956) del propio Demicheli, el tema es el estupro en un ambiente particularmente siniestro y sádico. Silvia es el objeto de deseo de dos matanceros de un rastro. Es ultrajada por el villano Raúl Ramírez y Jorge Martínez de Hoyos es quien intenta sacarla de las calles, mientras ella se pasea a gusto en un cabaretucho, enfundada en un vestido negro entre humo de tabaco y miradas lascivas. Con canciones de Gonzalo Curiel y Luis Arcaraz, entre otros, Silvia se reunía con Manolo Fábregas en Préstame tu cuerpo (1957), curiosa comedia fantástica en la que Silvia revive en el cuerpo de una doctora ya fallecida para dar rienda suelta al humor. En Una golfa (1957), Silvia recuperaba su aura de mujer fatal al lado del joven actor Sergio Bustamante en su papel de ingenuo trompetista envuelto en líos de drogas. Se trataba de una cinta de ambiente noir con modernos acordes de jazz y boleros románticos. Silvia acaba muerta a tiros, como digna heroína de un cine negro a la mexicana.

 

La belleza y el carisma (una constante)

A partir de la segunda mitad de los años sesenta, la trayectoria de Silvia no sólo se diversificaría, sino que su simpatía y belleza parecían permanentes, filmando tanto en México como en el extranjero, donde se explotaría su apostura, su talento histriónico, su definitiva virtud de gran diva en películas como Los cuervos están de luto, Shark!/Nido de tiburones (con Burt Reynolds), Los cañones de San Sebastián (con Anthony Quinn y Charles Bronson) o protagonizando una serie de relatos atípicos, algunos fascinantes, como La soldadera (1966), del debutante José Bolaños, inspirado en uno de los episodios no filmados por Sergei Eisenstein de ¡Que viva México!

Mientras esperan el tren que los llevará a su luna de miel, los recién casados Juan y Lázara (Jaime Fernández y Silvia Pinal) son separados por un comandante del ejército federal que recluta hombres para combatir a los revolucionarios. Lázara sigue a Juan hasta que éste muere en un combate con los villistas. A partir de ese momento, el destino de la joven estará en manos de quien resulte vencedor en la contienda, como aquel general villista (Narciso Busquets) que la toma como mujer y con quien tiene una hija que muere en un enfrentamiento con los carrancistas. Un destino incierto para quien sólo desea un hogar donde vivir, en un drama sensible y conmovedor.

En Divertimento (Luis Alcoriza, 1966), segundo episodio de Juego peligroso, adornado con una bella y rítmica banda sonora de la agrupación brasileña Tamba Trío, Silvia es una asesina involuntaria que encuentra fascinación en la sangre y la obtención de placer erótico a través del homicidio, trastocándose en una suerte de psicópata asesina en serie, en una original comedia negra con algunos momentos y diálogos notables como anticipo de un cine que se pondrá de moda en los años noventa. Divertidísima y hoy políticamente incorrecta es 24 horas de placer (René Cardona Jr., 1968): Mauricio Garcés y una preciosa Silvia Pinal hacen hasta lo imposible para tener un encuentro sexual, mientras intentan engañar a sus respectivas parejas (Ofelia Montesco y Joaquín Cordero). Se trata de una suerte de coitus interruptus, llevado a un humorismo delirante, como los encuentros en los moteles, suspendidos siempre por alguna circunstancia. Una de las mejores escenas es aquella en la que Garcés y Cordero se encuentran por azar y Pinal espera al primero
y su marido sólo puede verle las piernas sin reconocerla.

 

El talento y la sensualidad (un tributo)

 

A fines de los setenta, en Divinas palabras o Las mariposas disecadas, Silvia se mantenía firme como el objeto de deseo sensual, al igual que en Modelo antiguo, al lado de Alonso Echánove al inicio de los noventa. Incluso seguiría filmando en el nuevo milenio (Ya no los hacen como antes, aún como protagonista, o Tercera llamada) y no sólo eso: destacaría de manera contundente en su papel de empresaria y productora teatral y televisiva. Las puestas en escena de Mame, ¡Qué tal, Dolly! o Gypsy se trastocaron en hitos del teatro musical en México. Lo mismo sucedió con El show de Silvia y Enrique con su marido de entonces, Enrique Guzmán y, sobre todo, con Mujer. Casos de la vida real, serial televisivo que, curiosamente, levantó la voz varios años atrás en temas de triste actualidad como la violencia intrafamiliar y el feminicidio, entre otros tópicos…

Celebro que mañana, lunes 29 de agosto, a las 19:00 horas, en vida y con su público, se le rinda un homenaje a Silvia Pinal en el Palacio de Bellas Artes.

 

 

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