El vacío sin nombre: la poesía de André du Bouchet
- Philippe Cheron - Sunday, 25 Sep 2022 07:16



La poesía de André du Bouchet (1924-2001) se asemeja a un lento caminar hacia la montaña que es preciso ascender, al trayecto que uno debe recorrer para llegar a sí mismo, para intentar franquear una grieta (cuyo origen, en su caso, podría rastrearse en el trauma de adolescencia ante la línea de demarcación de la ocupación nazi y en la adversidad, ya adulto, del divorcio): separación entre el lenguaje y lo real, entre las lenguas, el significado y el significante, el aquí y el allá, el yo y el otro...
Una temática, en síntesis, cercana a la que propuso en “La conversación en la montaña” (1959) Paul Celan, con quien mantuvo una fuerte amistad. Al igual que el gran poeta en lengua alemana, el francés fue un escritor exigente, de alta conciencia moral en la desolación de la postguerra, en la ignominia de la Shoah. En su obra cada palabra, cada verso parecen arrancados a duras penas al sufrimiento, al silencio –silencio que se manifiesta en la disposición tipográfica a la que siempre estuvo muy atento, con blancos cada vez mayores. La palabra surge “de ese vacío, de ese blanco que no tiene nombre, pero que permite nombrar”, como lo apunta Jorge Esquinca. Y que permite seguir andando gracias a aquello más amplio que está “delante de mí” –dice el poeta–
y que lo impulsa con el fin de intentar reconstruir algo, en el ámbito de la poesía, después del desastre.
A diferencia de Celan, que se valió de la tradición hebraica, su escritura fragmentada, dislocada, se limita humildemente a las palabras de lo cotidiano, a las de su propia lengua, sencillas, esenciales: cielo, aliento, muro, nieve, frío, aire, fuego, lluvia, etcétera.
En esta poesía de la rarefacción, del vértigo, es intensa la sensación de asfixia, de falta de oxígeno, de la dificultad por salvar los obstáculos y progresar. Ni una palabra de menos, ni una de más para tratar de captar lo ilimitado, lo indecible. El narrador es un viajero, un caminante avanzando en su inmovilidad, a imagen del famoso Hombre que camina, de Alberto Giacometti, sobre cuya obra escultórica redactó el ensayo Qui n’est pas tourné vers nous (El que no está vuelto hacia nosotros).
En su escritura hecha de bloques y de grandes huecos, como señala Jean-Michel Maulpoix, está la interdependencia de dos posturas antinómicas, que animan toda su obra: el deseo de subir y la alegría de bajar, el horror de la vida y el éxtasis de la vida. Es una obra que se enfrenta con valentía al aquí y ahora de lo real, sin dejarse distraer por la esperanza de un “allá”, de un “en otra parte”, una incitación a aprender a desprenderse, a vivir y a expresar la contradicción entre “el deseo de una total coincidencia con el mundo –en palabras de Michel Collot– y la conciencia de una separación irreductible”, “la paradoja de una proximidad distante, de una distancia que reúne”.
Nacido en París, André du Bouchet pasó su adolescencia en Estados Unidos, donde estudió y fue profesor de inglés. Fundó la revista L’Éphémère (Lo Efímero) en 1967 junto con Yves Bonnefoy, Jacques Dupin, Paul Celan y Gaétan Picon, entre otros. Fue poeta, ensayista y tradujo a Shakespeare, Hölderlin, Joyce, Faulkner, Celan, Mandelstam. Vivió sus últimos treinta años en el pequeño pueblo de Truinas (sureste de Francia), donde falleció el 19 de abril de 2001. Entre sus obras principales están Dans la chaleur vacante (En el calor vacante), Ou le soleil (O el sol, título que puede leerse Où le soleil: Dónde el sol)* Rapides (Rápidos), Peinture (Pintura), Ici en deux (Aquí en dos), Tumulte (Tumulto).
En español existe la antología de Franc Ducros y Jorge Esquinca, Araire (México, Aldus, 2005). El segundo, que tradujo la selección preparada por Ducros, explica este título que sintetiza magníficamente la poética del autor: “La palabra francesa araire, que significa literalmente arado, está en el título de un poema de André du Bouchet. Al pronunciarla, hace pensar en la solidez de esta sencilla herramienta que abre un surco en la tierra. El lector de nuestra lengua puede leer esta palabra […] como si se tratase de un nuevo vocablo en español, un término que convoca los verbos arar, ir, y el elemento aire.”
Presentamos a continuación versiones (con el concurso de Frédéric Illouz) de seis textos de su primer poemario Air (Aire), cuatro de En el calor vacante y uno de Aquí en dos.
Margen
En la noche me adelantaba a través de su cuerpo como a través de una cortina. El calor, la carne proporcionaban la materia del tiempo. Rellenaba yo la muy densa brecha con ademanes tartamudos. Una vida afable, palpable, aunque despojada de palabras se ofrecía de buenas a primeras; arriba de sus cabezas una bufanda de sudor semejante a un iris, caracolea.
Fragua
En el bocal del fuego
donde se enroscan rojas lenguas
una crisálida fajada con ceniza
afuera la barrera blanda del frío
contra la caja torácica
el rugido de un tazón de luz
el techo de la noche
pero la llama renace con vigor
más ardiente y más clara en los borbotones del vidrio
el papel se afila y madura en las brasas.
El día
El mundo claro e incoloro
Al parecer indiferente
Sólo se tiñe de furor
De amor raras veces.
Marea alta
Atontado ariete de agua que golpea y respira:
agua en toda su maldad.
Camaradas, ¡qué derrota!
Golpea con furia la orilla,
ola tras ola,
asestando su garrote contra la caliza.
Grandes pesares, escalofríos, pasemos sobre esta espuma.
¡Alto estruendo de fantasmas!
¡Tigres en las garitas a su vez furibundos!
¡Cápsulas de piedras lanzadas al vuelo
en los suburbios! Va subiendo.
Riberas
El viento bordea la sangre
que se las arregla a ciegas
y llamea por dentro.
Un fuego fresco corre de hoja en hoja.
Agarremos el cielo por la garganta.
Frotándose los ojos en plena luz,
jurando y balbuceando como nuevo en la temporada
para apartar velos demasiado claros,
una feroz jornada está enraizando.
Fuego de viento
Abierto a todas las corrientes
a los latigazos del viento que sacuden las cerraduras
los manteles removidos en la llanura violenta
en la cuba de los trigos donde remoja la penumbra
las manos en fuego
sorbo áureo
de la luz que sopla desde todos los rincones del mundo.
[Air, Jean Aubier, 1950]
Del borde de la guadaña
I
La aridez descubre el día.
A lo largo y a lo ancho, mientras que la tormenta
va a lo largo y a lo ancho.
En una vía que permanece seca a pesar
de la lluvia.
La tierra inmensa se vierte, y nada está perdido.
Al desgarrón en el cielo, el espesor del terreno.
Voy alentando el cruce de los caminos.
II
La montaña,
la tierra sorbida por el día, sin
que se mueva el muro.
La montaña
como una fisura en el aliento
el cuerpo del glaciar.
Los nubarrones vuelan bajo, a ras del camino,
iluminando el papel.
No hablo antes de este cielo,
el desgarrón,
como
una casa devuelta al aliento.
Vi que el día se estremecía, sin que se mueva el muro.
III
El día araña los tobillos.
Vigilando, con los postigos cerrados, en la blancura del cuarto.
La blancura de las cosas aparece tarde.
Voy directo al día turbulento.
Cara del calor
Detenido,
hasta que el aire, al iluminarse, me haya descubierto aquí, tropiezo contra el calor que sube al frente de las piedras.
Antes que el cielo
se haya secado.
Como el aire que esta claridad hiende, en la oscuridad del calor.
Lejos del aliento
Al toparme, sin reconocerlo, con el aire, sé, ahora, descender hacia el día.
Como una voz, que, en sus propios labios, desecaría el destello.
Las tenazas de esta extensión,
perdida para nosotros,
pero hasta aquí.
Accedo a este suelo que no llega a nuestra boca,
el suelo al que abraza el rocío.
Lo que piso no se desplaza, la extensión crece.
Cesión
El viento,
en las tierras sin agua del verano,
se marcha en una cuchilla,
lo que subsiste del cielo.
En varias fracturas, la tierra se evidencia. La tierra permanece estable en el aliento que nos desnuda.
Aquí, en el mundo inmóvil y azul, casi he alcanzado este muro. El fondo del día aún está ante
nosotros.
El fondo incendiado de la tierra. El fondo
y la superficie de la frente,
nivelada por el mismo aliento,
este frío.
Me recompongo al pie de la fachada como el aire azul al pie de la tierra labrada.
Nada refresca mi paso.
[Dans la chaleur vacante, Mercure de France, 1961]
Sangre
… sangre
tal y como
acudió
para decirlo
por añadidura
a hacer brotar
una palabra
aquí está la palabra
yo no.
[Ici en deux, Mercure de France, 1986]
*Paul Auster conoció a Du Bouchet y tradujo algunos poemas al inglés. Para este título ambiguo (or o where) porque en la tapa de la primera edición aparece en mayúsculas y por lo tanto sin acento en la U, propuso una equivalencia con la palabra till, que significa tanto “hasta” (until) como “arar” (to till): Till the sun. Esta solución se aleja del original pero conserva muy bien su intención, y le encantó al poeta.