Los avatares del futuro
- Vilma Fuentes - Sunday, 25 Sep 2022 07:41



Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha deseado conocer el futuro. Apenas erguido sobre sus piernas, la palabra naciente, el pensamiento brumoso, los seres humanos buscaban en el cielo las señales reveladoras del porvenir. ¿Aparecería de nuevo el sol en lo alto del firmamento? ¿Caería la lluvia? ¿La caza sería abundante o escasa, si no nula? Al paso de los años y los siglos, los augurios se buscaron también en la dirección del vuelo de los pájaros o las entrañas sanguinolentas de un animal. Surgirían, así, los intérpretes de augurios y presagios, de oráculos y vaticinios. A los simples intérpretes se sumaron los temibles y prestigiosos adivinos, videntes, magos, nigromantes, profetas, hechiceros y otros augures capaces de leer el futuro.
Los profetas del Antiguo Testamento hablan en nombre de Dios, cuyo nombre significa “El que hace que llegue a ser”. A diferencia de las predicciones humanas, en ocasiones provenientes de “dioses falsos”, las profecías anunciadas por los profetas bíblicos auguran hechos que se cumplirán, pues el Dios verdadero dice de sí mismo: “Desde el principio, yo predigo el final y, desde mucho tiempo atrás, cosas que todavía no se han hecho” (Isaías 46:10). Por desgracia, la palabra de este Dios es amenazante y, en general, vaticina catástrofes para castigar a pecadores e idólatras. Las predicciones en el Nuevo Testamento no son menos terribles y el mejor ejemplo es el funesto anuncio del fin del mundo en el Apocalipsis
o Libro de las revelaciones que recoge las visiones de San Juan en Patmos. Aunque el Apocalipsis augura el triunfo de Cristo, los augurios catastróficos que lo anteceden son fatales para la humanidad.
Pitonisas, oráculos y adivinos de la mitología griega no son más tiernos, aunque pueden aconsejar, a quienes los consultan, los medios para obtener la victoria o salvarse del peligro. Si vaticinan tragedias, auguran también gloria y conquistas. El adivino Calcas predice que la guerra de Troya durará diez años y terminará con el triunfo de los aqueos. Hija de Príamo, Casandra, por su parte, anuncia la derrota de los troyanos. Tiresias predice la tragedia de Narciso a la ninfa Liríope, madre de Narciso, cuando éste le pregunta si su hijo tendrá una larga vida, le responde: “Sólo si no llega a conocerse a sí mismo.” Ulises desciende a los Hades para preguntar a Tiresias cómo escapar a las trampas que le esperan durante su largo regreso a Ítaca. A Edipo, el adivino predice la ceguera. Aunque los oráculos pueden aconsejar a quienes los interrogan, las respuestas pueden ser terribles: Agamenón debe sacrificar a su hija Ifigenia para poder continuar su navegación a Troya. Pero ningún consejo sirve para escapar a la fatalidad. Lo que está escrito no puede cambiarse. Así, un oráculo predice a Laios, rey de Tebas, y a su esposa Yocasta, que su hijo Edipo matará a su padre y se casará después con su madre. Para tratar de evitar que se cumpla este augurio, deciden hacer asesinar a Edipo, pero el servidor encargado de suprimir al niño lo salva y las palabras del oráculo se cumplirán ineluctablemente. Nada puede cambiar a un destino escrito desde el principio de los tiempos.
En la mitología griega, los dioses también consultan a los adivinos y tienen fe en sus predicciones. La diosa Tetis, la más bella de las hijas del dios Nereo, es cortejada por Zeus, Apolo y Poseidón, pero el oráculo anuncia que el hijo de Tetis será más grande que su padre. El vaticinio disuade a los dioses y Tetis debe resignarse a unirse a un hombre. Humillada, da muerte al nacer a seis de sus hijos tratando de impedir los rasgos de un mortal. Aquiles es salvado por su padre Peleas, pero no escapará a la muerte predicha, “larga pero aburrida, o corta pero gloriosa”, a pesar de los intentos de Tetis para volverlo inmortal.
La religión católica no impedirá los presagios de magos o nigromantes a pesar de las prevenciones de la Iglesia. La reina de Francia, Catherine de Médicis, protectora de Nostradamus y otro adivinos, verá reinar y morir a sus tres hijos cumpliéndose así el vaticinio que dará el trono a Enrique IV.
La fatalidad parece, así, más fuerte que la voluntad humana. El destino es inexorable y despiadado: voluntad y libertad quedan abolidos por el azar y la suerte. ¿Vale entonces la pena tratar de conocer el futuro? Sería absurdo querer conocerlo cuando no existe, puesto que aún está por hacerse.
Opuesta a la concepción de un futuro ya escrito y por tanto predecible, la ideología de la libertad busca desde hace siglos devolver al ser humano el privilegio de decidir su destino, su presente como su futuro, y ser el único responsable. Este pensamiento divide hoy todavía a fatalistas y libertarios. Unos leen su horóscopo, otros deciden no obedecer más que a su libre voluntad. Quizás la lectura de Nietzsche, para quien el futuro no es sino el eterno retorno de lo idéntico, podría reconciliar a fatalistas y libertarios si el porvenir puede revelarse en la lectura del pasado.