Cinexcusas
- Luis Tovar @luistovars - Sunday, 02 Oct 2022 12:07



Hace veintidós años, en agosto de 2000, Marco Antonio Salgado le preguntó: “¿por qué pasa tanto tiempo entre la dirección de una película y otra?” “Me cuesta mucho trabajo todo el proceso previo al rodaje”, respondió usted. Posteriormente a esa entrevista, sin contar casi una decena de producciones televisivas, sólo filmó dos películas más: en 2003 el cortometraje La cumbre, una historia entre lo fantástico, el realismo y el terror, y en 2010 El atentado, largometraje en donde recrea un histórico intento frustrado de matar al dictador Porfirio Díaz.
Vaya que pasaba tiempo entre un rodaje suyo y el siguiente: quince años antes de ese largo, en 1995, había hecho El callejón de los milagros. No son pocos quienes la consideran su mejor película pero, tengan o no razón, son muchísimos más quienes opinan que su magnífica adaptación de la novela del narrador egipcio Naguib Mahfouz es el punto más alto alcanzado por nuestra cinematografía en la década de los años noventa y, por lo tanto, una cinta imprescindible en la historia del cine mexicano. El callejón… obtuvo numerosos reconocimientos en México, América Latina y Europa, confirmándolo a usted como lo que ya sabíamos: un consumado maestro de la dirección cinematográfica de quien no cabía esperar una película mala sino una memorable, como en definitiva es Rojo amanecer, de 1989, que más allá de los igualmente abundantes premios recibidos dentro y fuera del país; más allá de los reproches de toda índole que se le hicieron luego de sufrir penurias de producción, censura forzosa y un estreno postergado; más allá también de las imprecisiones en el guión de Xavier Robles y Guadalupe Ortega, es un filme no sólo memorable sino fundamental para quienes entendemos al cine como vehículo de memoria histórica y conciencia social. Habrá de perdonarme el lugar común, pero el cine mexicano sería uno muy distinto si Rojo amanecer no existiera; se la debemos a su valentía y su tesón y, nuevo lugar común, con ella le bastaría a usted para ocupar un sitio relevante en la cultura en México.
Los prodigios
Conviene matizar la referida tardanza suya entre filmes, pues hay al menos media decena de documentales dirigidos por usted –Así es Vietnam (1979), Indira (1985), Diego Rivera, vida y obra (1986), Templo mayor (1988), por ejemplo– entre aquel 1989 y 1976, año de su largometraje previo, y qué señor largometraje: se trata de Los albañiles, que para no variar es otra cinta imprescindible del cine hecho en México, auténtica radiografía de una sociedad que, en aquella década, veía recrudecerse taras como el clasismo, el egoísmo rampante, la corrupción tanto oficial como privada y la brutalidad policial.
Usted coescribió y dirigió ese prodigio cuando tenía menos de una década de haber egresado con la primera generación del antes CUEC y hoy ENAC, de la UNAM, y apenas a siete años de haber debutado en la realización, en 1969, con El quelite, una sátira contra los peores clichés del “cine de oro” mexicano. Por si fuera poco, en el ínter dirigió otra adaptación, Los cachorros (1973), cuya temática de discriminación y prejuicio sacudió a las “buenas conciencias” setenteras. En rigor, y para bien, no había sorpresa en esa capacidad suya para cimbrar mentalidades moralinas: antes, en aquellos tiempos en los que por cuestiones político-laborales para algunos era muy difícil dirigir un largo, usted hizo el episodio Nosotros de Tú, yo, nosotros (1970), así como el extraordinario Caridad de Fe, esperanza y caridad (1972). Otro consenso: en ambos casos, los dirigidos por usted son catalogados como los mejores segmentos de ambas producciones y, sobre todo Caridad, es indudablemente una pequeña obra maestra que, medio siglo después, no ha perdido un ápice de su fuerza visual, su crudeza narrativa y su realismo estremecedor.
Ahora que se ha ido qué decir, maestro Fons, sino lamentar que ya no habrá otra película suya y agradecerle, infinitamente, las que nos dejó como legado.