Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 09 Oct 2022 07:29



Corría la década de los años cincuenta cuando, sin contar con el beneplácito de sus padres, la capitalina Marta Aura estudió actuación en la Academia Nacional de Bellas Artes. Apenas tenía diecisiete años cuando debutó en teatro, y el reconocimiento comenzó a llegarle poco más de un lustro después, de la mano de Miguel Sabido. Entre los sesenta y los ochenta se casó, tuvo dos hijos –uno de ellos, el también actor Simón Guevara–, se divorció, conoció a quien sería su segundo esposo y tuvo un hijo más, Rubén Rojo Aura. Entretanto, la carrera profesional de Marta fue acumulando trayectoria, presencia notable y justa celebridad, de manera tal que en su gremio es considerada como una de las mejores actrices de la segunda mitad del siglo XX y lo que ha corrido del presente.
Hijo de actores –su padre, homónimo, también lo era–, Rubén Rojo Aura pisó un escenario por primera vez con apenas ocho años de edad, siguió actuando y, tras estudiar cine en el Instituto Ruso Mexicano y en la cubana EICT, a los veintidós debutó con buen pie como cortometrajista con El camino (2007); hizo el estupendo Carretera del norte (2008) y más adelante filmó su primer largometraje: el documental El ruiseñor y la noche: Chavela Vargas canta a Lorca, de 2015. Desde entonces, Rojo concibió el proyecto de su primer largometraje de ficción y fue hasta junio de este 2022 que el filme, titulado Coraje, fue estrenado en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara.
La convicción absoluta
No es ocioso que estas líneas abran con los mínimos datos biográficos de Rubén Rojo, Simón Guevara y, sobre todo, Marta Aura, pues la trama de Coraje, si bien con modulaciones, añadidos y de seguro algunas omisiones, en esencia lo que cuenta es una parte medular de la historia de Marta y Simón, aquí llamados Alma y Alejandro, madre e hijo tanto en su propia vida como en esta historia que es y no es de ficción. Rubén Rojo solventa la aparente paradoja desde el arranque con el primero de varios “rompimientos brechtianos” que se incluyen en el filme: en off, Marta y Simón expresan su preferencia y agrado por los nombres de los personajes –ellos y a la vez no– que habrán de representar; acto seguido, Alma-que-es-Marta es vista en su tinta, es decir, como integrante de “la Compañía”, que aunque no se diga se refiere a la Nacional de Teatro, pero enfrentando una problemática que de doble pasará a triple: su vista está cada vez más deteriorada, la Compañía enfrenta problemas económicos y habrá recortes de personal y, de manera inesperada, su hijo Alejandro, un hombre ya maduro-totalmente inmaduro, vuelve a casa sin que su regreso signifique nada positivo ni grato para Marta-Alma, antes todo lo contrario porque Alejandro, además de su proverbial falta de oficio y beneficio, padece un alcoholismo que justifica con el sufrido por su padre ya muerto.
Desde luego, tampoco es ocioso para la trama que la Compañía esté preparando el montaje adaptado de Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht y Margarete Steffin: tanto en la pieza teatral como en la vida realficcionada de Marta-que-es-Alma, es a los hijos a quienes toca ser sacrificados a causa de los actos de sus madres, y en ambas la decisión recae en la jefa de familia. Establecer el símil no representa la menor dificultad para Rojo, pero la cosa cambia en virtud de que son la madre y el hijo reales quienes están re-interpretando sus propias vidas; en cierto momento, el filme alcanza un punto dramático extremo que, una vez más, Rojo resuelve con un rompimiento absolutamente catártico, tanto para el espectador como para los protagonistas.
A diferencia de ciertos desahogos emocionales/individuales de cineastas que sólo atinan a mirarse el ombligo autobiográfico, Coraje logra romper el cerco de lo personal y alcanza la universalidad en este retrato valeroso, sincero y cálido, homenaje más que merecido a una mujer de convicciones absolutas que, por fortuna, antes de morir –a principios de julio de este año– alcanzó a verlo en pantalla.