La reinterpretación de la Arquitectura / Entrevista con Tadao Ando
- Walter Mariotti - Sunday, 09 Oct 2022 07:14



Tadao Ando (Minato-Ku, Osaka, Japón, 1941) es uno de los arquitectos más reconocidos y atendidos en el mundo. Fue boxeador durante su juventud, para después dedicarse al estudio de la arquitectura de manera autodidacta. En cambio, su formación la debe al atento análisis de la arquitectura tradicional en las ciudades de Kioto y Nara, así como también a lecturas y a viajes por todo el mundo, lo que llevaría a conocer el trabajo del ingeniero y arquitecto mexicano Luis Barragán, a quien siempre ha reconocido como una de sus influencias. Sobre su obra, hoy legendaria, se ha escrito mucho, aunque no siempre con la debida exactitud. De hecho, Ando no es simplemente un arquitecto de gran éxito, sino un intelectual integral que en más de cincuenta años de trabajo ha sabido expresar una visión de primer orden en el escenario cultural de la segunda mitad del siglo XX. Para situar a Ando en el contexto que le corresponde por derecho, no basta con profundizar en los detalles de sus obras: es necesario profundizar en su esencia, en la que las influencias del modernismo, sobre todo la de Le Corbusier, son sólo la infraestructura aparente por debajo de la cual fluye el pensamiento tradicional, en particular el Zen, que es la verdadera fuente de energía de su trabajo. La de Ando no es tanto una búsqueda de soluciones habitacionales: es una forma mental, un estado del espíritu que depende en gran medida de la intuición. Sus instrumentos son el uso preponderante del hormigón, de las líneas rectas, de los puntos de luz y de los círculos conceptuales que abren y cierran el símbolo de su proyecto. Tener la oportunidad de visitar –o tal vez de vivir– una arquitectura de Ando, resulta una excelente oportunidad para adquirir conciencia de nuestra relación interior con el mundo.
–Señor Ando, su currículum y su carrera son absolutamente extraordinarios, ¿cuándo nació su amor por la arquitectura?
–Después de ver con qué pasión laboraban los trabajadores de la construcción en mi ciudad natal. Verlos hizo que me naciera el deseo de intentar crear algo. Crecí en el centro de Osaka, en un barrio de casas construidas con madera. Muchas calles de la zona estaban rodeadas por pequeñas fábricas y yo usaba sus almacenes como un patio de recreo. En esa época yo había madurado cierta sensibilidad para crear objetos, utilizando las manos como herramientas. Cuando tenía catorce años, a mi casa de un piso se le añadió un segundo enteramente por obra de un joven carpintero. Durante varios meses lo observé trabajar de la mañana a la noche en absoluto silencio; me habría gustado mucho ayudarle. Cuando el techo fue desmantelado, sobre mi cabeza apareció una fisura: todavía recuerdo el brillo del sol y la emoción que sentí mientras miraba hacia arriba. Después de esa experiencia –para mí fundamental– mi vida profesional conoció muchas facetas: fui boxeador, para después dedicarme al boceto y al diseño de construcciones. Al final, los recuerdos de mi juventud y el entusiasmo motivado por construir, me llevaron al camino de la arquitectura.
–¿Domus tuvo algún papel en su formación cultural y profesional?
–En los años sesenta aspiraba a ganarme la vida haciendo algo creativo. En aquellos días, Italia era una de las grandes protagonistas del mundo del diseño y toda la información que llegaba desde ella hasta Japón era una importante fuente de inspiración para mí. En aquella época gasté gran parte de mi salario en costosos libros importados de diseño. Hojeaba esas páginas hasta que se caían a pedazos. Domus representó uno de los símbolos centrales de mi juventud. El número con el que se presentó en 1969 la [máquina de escribir Olivetti] “Valentine”, de Ettore Sottsass, se convirtió en mi Biblia de joven arquitecto. Por cierto, Domus también fue mi primer contacto internacional con una revista de arquitectura. Pedí que se publicara uno de mis primeros proyectos, el interior de un café terminado en Osaka en 1971, el “Café OS 2001”. Envié a la redacción algunas fotos y diseños sólo por ponerme a jugar, y fue una gran sorpresa verlos publicados en el siguiente número. Todavía estoy agradecido con Domus por proveerme el coraje y la confianza para trabajar en cada rincón del mundo, sobre todo cuando acababa de dar mis primeros pasos en arquitectura. Espero que Domus siga brillando como un faro de esperanza e innovación para todos los diseñadores listos para enfrentar nuevos desafíos.
–El boxeo es un deporte solitario, de puro estoicismo, en el que el poder se genera a medida que llevas tu cuerpo y tu mente al límite absoluto. Lo mismo ocurre con la arquitectura. Usted fue famoso y muy respetado desde el comienzo de su carrera. ¿Ha influido este elemento en su
evolución?
–Como soy autodidacta y no tuve apoyo económico, sobre todo en los primeros días de mis estudios, siempre estaba desesperadamente concentrado en mi trabajo y no tenía la calma para reflexionar y analizar lo que sucedía a mi alrededor. Sin embargo, no creo que haya decidido qué camino tomar basándome en lo que la gente pensaba de mí. Nunca me he considerado un experto de ningún tipo. Pero desde el principio de mi carrera tuve numerosas oportunidades de ser evaluado críticamente en culturas tan diversas como la italiana y la francesa. Mi debut en la escena mundial se produjo en 1982, cuando la Asociación de Arquitectos Franceses me dedicó una exposición monográfica en París. En aquella época sólo había construido casas particulares y pequeñas estructuras comerciales, así que no tenía ni idea de lo que podía esperar en la inauguración de una exposición de este tipo. Durante la rueda de prensa me bombardearon con preguntas difíciles, fundamentales, típicas de la mentalidad lógica y racional de los franceses. Me preguntaban por qué utilizaba hormigón, mientras que algunos críticos intentaban asociar el carácter estoico de mi arquitectura con la recuperación del wabi-sabi y los valores básicos japoneses. Como estaba tan lejos de su mundo, acepté sus críticas con la mente abierta y por primera vez tuve la experiencia de ver mis edificios desde una perspectiva diferente, desde fuera.
–Usted fue un atleta. ¿Qué importancia tienen el deporte y la disciplina en su vida y en su profesión?
–En un combate de boxeo, los momentos de tensión a la espera de que suene la campana son emocionantes, pero también angustiosos. Los nuevos proyectos arquitectónicos requieren la misma mentalidad. En el boxeo hay que arriesgarse y enfrentarse al peligro para sacar el máximo partido a tus habilidades y ganar el combate. Crear algo en arquitectura –no sólo construir algo, sino crear algo– requiere a su vez el valor de asumir riesgos. Resulta vital dar un paso más hacia lo desconocido. Cuando eres boxeador, te preparas durante años para un combate que puede durar sólo unos minutos. Es una lucha elemental y primitiva. La arquitectura, en cambio, es una contienda muy larga, mucho más larga que un round de tres minutos, pero la tensión debe mantenerse al igual que en el boxeo. A veces los arquitectos se sienten satisfechos con la fama que han alcanzado y pierden la disciplina, porque se han olvidado de los estímulos al iniciar una carrera, cuando únicamente podías confiar en ti mismo. El boxeo es un deporte solitario, de puro estoicismo, en el que mientras empujas el cuerpo y la mente hacia su límite absoluto se genera una potencia. Lo mismo aplica en la arquitectura. Cada proyecto tiene una planeación y un presupuesto estricto y puede haber poca libertad en términos de diseño. Hay que pensar en lo que es realmente necesario y en lo que debe ser construido.
–¿Cuál es el papel de la cultura tradicional japonesa en su vida y trabajo?
–La esencia de la cultura tradicional japonesa radica en su visión de la naturaleza, que contrasta claramente con la que predomina en Occidente, donde se intenta controlarla como parte de un mundo artificial. La naturaleza cambia con el paso de las estaciones y del tiempo, y, por lo tanto, las cosas que creamos en la naturaleza deben formar parte de ella. No es un elemento para conquistarlo o contra el cual competir, sino una entidad en sí misma. Este conjunto de valores, nutrido por el clima templado y las condiciones geográficas de un país insular, es parte del patrimonio de todo el pueblo japonés. No expreso deliberadamente la cultura japonesa en mi arquitectura, pero si quien la observa tiene esta percepción cuando la localiza, quizá sea porque es una expresión inconsciente de esta perspectiva de la naturaleza que he heredado.
–Un cambio estructural de las ciudades hacia un futuro sostenible no puede realizarse exclusivamente a través del poder de políticos, arquitectos y empresarios. Es necesario poner en práctica el esfuerzo de todos. El calentamiento global y los objetivos de desarrollo para 2030 parecen hacer de la sostenibilidad un requisito necesario para todo el pensamiento arquitectónico.
–La primera vez que tomé conciencia sobre los problemas del calentamiento global se remonta a 1972, cuando leí la traducción del informe Los límites del desarrollo del Club de Roma. Ese estudio predijo un rápido acercamiento “asintótico” al mundo creado por el hombre. Además de la degradación ambiental severa y los problemas energéticos, el cambio climático ha sido un problema enorme y de gran escala en los últimos años.
–¿Qué puede hacer la arquitectura?
–Los problemas ambientales, incluidos los que se manifiestan en los lugares de las periferias de las metrópolis, son generados en última instancia por el desequilibrio entre los recursos artificiales y naturales. La solución a este problema –en el ámbito del sector de la construcción– llega a proponer dos extremos: un mundo de “cavernarios”, en el que utilicemos mucha menos energía, y un mundo high tech, donde la tecnología nos permite vivir de forma compacta y artificial, consumiendo energía renovable. Sea cual sea la dirección que escojamos, nuestras actividades urbanas como sociedad tendrán que ser limitadas. El mundo tiene que cambiar. Para que esto ocurra, lo más importante será compartir la conciencia de los problemas y de la transformación de los valores. Una modificación estructural de las ciudades hacia un futuro sostenible no puede realizarse exclusivamente a través del poder de políticos, arquitectos y empresarios. Es necesario poner en práctica la fuerza de todos. Plantar árboles con los otros habitantes de un espacio para hacer que esa fuerza se manifieste, para que se inicie la conversación. Lo fundamental no es el acto de plantar el árbol, sino cuidarlo y alimentarlo en seguida. La naturaleza no es nuestro derecho, sino un privilegio. Para que el medio ambiente crezca, la humanidad también debe crecer.
–¿Cuál es su proyecto para 2022?
–Me gustaría ofrecer –a través de la arquitectura y el diseño– la oportunidad de pensar en la esencia de la cultura humana, en los elementos que deben permanecer incesantemente a medida que evoluciona el mundo que nos rodea.
–¿Algún consejo para los estudiantes de arquitectura?
–Vivir apasionadamente la propia visión y cultivar la propia fuerza interior para conservarla durante toda la vida. Las manzanas y las personas deben permanecer verdes, verdes y llenas de espíritu para enfrentar cualquier desafío.
Traducción de Roberto Bernal.