Horror vacui: Ornamentación excesiva y vacío en el arte

- José Rivera Guadarrama - Sunday, 16 Oct 2022 08:19 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En las ciencias y en las artes, e incluso en la filosofía y la psicología, el vacío ha sido y sigue siendo un problema, por decir lo menos. Aquí se hace un buen recorrido por las distintas etapas que ha tenido a lo largo de la historia, desde Aristóteles hasta Salvatore Garau, quien ha vendido “obras artísticas vacías” a precios altísimos.

 

Horror vacui es una expresión latina que se traduce como horror al vacío, y en la actualidad es empleada en estudios estéticos para referirse a las obras ornamentadas, de excesivos decorados, que precisamente pretenden evitar el vacío. Mediante esta actividad, los artistas llenan todos los espacios para evitar huecos, dando una sensación de saturación temática o cromática. Sin embargo, hay otra forma de horror al vacío y es igual de problemática, más contemporánea y tiene que ver con obras artísticas que no existen, que no tienen contenido material, aunque sí cuentan con una fuerte carga expresiva.

En ambos casos, el horror vacui está presente, y en los dos el uso de esta técnica genera divergencias. Por ejemplo, en las artes plásticas, en pintura, se llena todo el cuadro para evitar el vacío. Pero también hay obras que evitan esa saturación y presentan un vacío total en sus propuestas, una acción a la inversa. De esta manera, se puede aludir a lo que hay pero, a su vez, lo que hay puede aparecer bajo otra perspectiva.

Esta problemática abre una hendidura, ya que por lo general se daba por sentado que el arte debe hacer referencia a cómo es el mundo, expresar lo que aparece mediante formas concretas, tangibles, perceptibles. Pero con ello se había descuidado que también puede aparecer bajo un proceso, en constante referencia a lo que se está construyendo y a sus divergentes posibilidades.

Muchos investigadores establecen que el origen de la expresión puede rastrearse en el ámbito filosófico, tomando como punto de referencia a Aristóteles, quien en el cuarto libro de la Física argumenta contra la existencia del vacío. Más adelante, Descartes también usó esas intuiciones en su mecánica. Décadas después, el tema fue retomado desde la ciencia con Isaac Newton, en su De Gravitatione, argumentando en contra de esta noción y a favor de la existencia de un espacio independiente de la materia. Además están otros científicos como Evangelista Torricelli, Blaise Pascal y Otto von Guericke.

De manera progresiva se comenzó a utilizar ese diagnóstico en la historia del arte, destinándolo a las obras que evitaban dejar espacios libres en la decoración de las piezas artísticas. Se observó que en muchas de ellas había una constante, una actividad predominante que tenía que ver con llenar los vacíos para erradicar la nada, sacarla de su lugar, interpelarla con decorados y ornamentos en todos sus bordes. Se pudo comprobar que esas prácticas predominaban en los embaldosados geométricos de diversas culturas antiguas, como las teselas que se repiten en los mosaicos de la Alhambra, o en la caja de marfil de la Píxide de Al-Mughira, llamada Bote de Almoguira, del año 968.

Más adelante, en los siglos XIV y XV, las corrientes artísticas occidentales se empeñaron en rescatar la sobriedad y sencillez de las fuentes clásicas griegas, para lo cual comenzaron a oponerse a la excesiva ornamentación del gótico. Sin embargo, en ese mismo desarrollo, el Renacimiento cedió el paso al Barroco, caracterizado por la profusión de adornos, el excesivo movimiento de las figuras, la pompa y el ornato. En cuanto a lo estilístico, esta corriente es compleja y a veces contradictoria. Su finalidad era la de evocar estados emocionales de intensa y enternecedora dramaticidad, ampliándose a la arquitectura, escultura, pintura, literatura y música. Además, se le designaba con sentido peyorativo debido a la exageración de las formas y del movimiento, por el exceso de elementos decorativos fantásticos y a menudo caprichosos.

En los estudios estéticos se considera que quien empleó la locución horror vacui fue el italiano Mario Praz (1896-1982), experto en literatura inglesa, para referirse al agobiante estilo de los decorados interiores victorianos. Otros investigadores consideran que la idea fue utilizada antes por el alemán Johann Joachim Winckelmann, quien en sus análisis respecto al arte rococó, indicaba que “las pinturas en los techos, puertas y chimeneas sólo están ahí para llenar el espacio vacío y cubrir los huecos que el simple dorado no llenó. No tienen ninguna relación con el rango y las circunstancias del propietario, incluso son una desventaja. El disgusto por el espacio vacío llena las paredes, y las pinturas, vacías de pensamiento, reemplazan al vacío”. Lo que interesa rescatar es que el vacío continúa siendo un problema.

Esas contrariedades se acentuaron con el desarrollo de propuestas artísticas de las vanguardias de comienzos del siglo XX. Es aquí donde se puede apreciar que se invierten las características. Como se observó, el horror vacui designaba a la actividad que tenía como propósito cubrir toda la obra artística, sin dejar espacios en blanco o huecos. El caso más emblemático fue el Barroco, pero con las vanguardias ese vacío se expresó a la inversa, es decir, en lugar de cubrir toda la obra con la intención de reducirlo, el vacío se fue acrecentando en las propuestas estéticas, al grado de ocupar un mayor espacio, anulando la ornamentación, la acción, el cromatismo y todo lo que evocara materialidad. Y eso mismo provoca un horror vacui.

Esas nacientes corrientes artísticas diversificadas en buena parte del mundo, pretendían superar a las anteriores etapas artísticas. De esa forma, comenzaron a gestarse diferentes tipos de propuestas con la intención de eliminar toda referencia al objeto, centrándose más en la idea o concepto como el aspecto más importante de la obra.

 

La mierda de artista y otros conceptos

Como resultado de lo anterior surgió el arte conceptual. Ahí, la ejecución se convirtió en algo superficial. Lo importante, para este caso, era la planificación, esto es, que la obra de arte era el boceto y no tanto el resultado final. Un ejemplo son las creaciones de Piero Manzoni, que llevó al extremo la máxima de Kurt Schwitters, quien indicaba que “todo lo que escupe el artista es arte”. Aunque, provocando más la situación, Manzoni enlató sus propios excrementos en noventa recipientes de metal. Acto seguido, las etiquetó, enumeró y firmó para venderlas a todo aquel que quisiera comprarlas.

En cuanto al tratamiento del vacío, Vito Acconci es otro de los autores que utilizó espacios para crear ese tipo de propuestas. Una de ellas es Seedbed (1972), intervención mínima con la que transformó el espacio físico de una galería, desalojándola de todos los objetos, salvo un cuadro colocado en la parte inferior del recinto.

De esta manera se llega al expresionismo abstracto, posterior a la segunda guerra mundial y el Holocausto, acontecimientos que propiciaron un período de incertidumbre y cuestionamiento de la condición humana. Entre los creadores más representativos están Mark Rothko y sus cuadros en los que elimina toda referencia a objetos, predominando los colores y creando un vacío
objetual.

Las propuestas de Ad Reinhardt también van en ese mismo sentido, con su cuadro negro, una especie de no-color, de tamaño humano. Es una obra que recuerda, además, a otras como las de Kazimir Malevich, sobre todo Blanco sobre blanco, sin dejar de lado a Yves Klein con sus cuadros monocromáticos, desplazando al vacío pero al mismo tiempo vaciándolo de toda referencia objetual.

El caso más actual y provocador es el del pintor y escultor italiano Salvatore Garau, quien ha vendido diversas obras artísticas vacías en varios miles de euros. Una de ellas es la titulada Io sono (Yo soy), subastada el 18 de mayo de 2021 en la galería Art-Rite y vendida en 18 mil euros. A pesar de que no se puede ver ni tocar, el artista agregó algunos requisitos para su venta. Según Garau, la obra debe situarse en un lugar libre de obstáculos, en un espacio de 150x150 centímetros.

Respecto a su obra, Garau explicó: “El vacío no es más que un espacio lleno de energía, y aunque lo vaciemos y no quede nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg, esa nada tiene un peso. Por tanto, tiene energía que se condensa y se transforma en partículas, es decir, en nosotros.” Io sono no es la única pieza inmaterial que tiene, incluso ya instaló otras dos, la última en Nueva York, titulada Aphrodite Piange, y otra en Milán, con el nombre de Buddha in contemplazione.

Por su parte, la artista argentina Dolores Cáceres realizó en 2015 la exposición #SinLimite567, una instalación vacía en las salas de un museo en Córdoba, Argentina. Similar a lo sucedido en la Bienal de São Paulo en 2008, cuando una de las tres plantas destinadas a la muestra también quedó vacía.

Los anteriores no son los únicos artistas que se pueden citar, pero la cuestión es lo que produce la oquedad. En psicología existe el término “cenofobia” para designar los casos en los cuales se provoca una afección de la mente relacionada al temor patológico al vacío. El problema es que tampoco desde esta disciplina se puede representar ese concepto, pues no hay una referencia clara. Disciplinas como la filosofía, la estética, las ciencias concretas y la neurología tampoco han logrado dirimir esta cuestión, sobre todo porque se presenta de dos formas: un horror vacui en el que se llena todo el espacio con la intención de erradicar cualquier rasgo de oquedad, y el otro horror vacui que lo invierte, lo acrecienta y lo expone como absoluto. En ambos casos, lo exponencial horroriza en cualquiera de sus formas, en cualquiera de sus trayectos y ciclos temporales.

 

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