Abstracción y figuración en la plástica: un dilema permanente
- José María Espinasa - Sunday, 30 Oct 2022 07:37



Para la pintura de los últimos cien años el dilema es –debe ser– permanente y sin embargo enriquecedor, pues no puede resolverse por alguna de las partes. Es cierto que en este 2022, con el centenario del muralismo, la balanza se carga hacia la figuración, pero no sin que su rival –déjenme llamarla así, cual telenovela del canal de las estrellas– se haga patente en las grietas de un discruso que afortunadamente ha perdido su carácter monolítico. Insisto en algo ya mencionado en estas páginas anteriormente: el regreso de las artes plásticas en los museos, después de la pandemia (un después que ahora está otra vez en suspenso), ha sido realmente muy bueno, abundan las buenas exposiciones. Les sugiero algunas que no deben perderse: Vértigos del mediodía (Daniel Lezama), Un conejo partido por la mitad (Julio Galán), Cuando el tiempo se rompió (Betsabee Romero), entre varias mas. Las muestras mencionadas son un ejemplo de diversidad técnica y temática.
La ruta monolítica del muralismo, misma que en realidad siempre fue múltiple y diversa, ha conseguido en este centenario mostrar muchas de las líneas no dominantes, empezando por las muralistas mujeres, dejadas de lado en su momento, y en el cada vez más patente muralismo alterno de los pintores de la ruptura. En el Museo de Arte Moderno, la exposición Detrás de los andamios es mejor de lo que se pudiera pensar por ser una muestra de coyuntura para el centenario y preparada sin muchos recursos, pues da precisamente pistas para explorar esa diversidad. Lo que sí es verdad es que el muralismo es mucho más figurativo que abstracto, a pesar de Vlady, Felguérez y Rojo. Por eso, por ejemplo en Daniel Lezama, hay un claro nexo, tanto en la figuración como en la vocación anecdótica. El tema da para mucho, pero no es el lugar.
Aquí quiero ocuparme de algo más sutil. Cuando a mediados del siglo XX la ruptura irrumpió en nuestra plástica, también pareció ser un movimiento sólo de pintores, y Lilia Carrillo, extraordinaria, muere demasiado pronto. Hoy sabemos que el asunto no es tan así: que artistas como Lucinda Urrusti, Helen Escobedo y Beatriz Zamora empiezan a reclamar su lugar en ese panorama. Y entre las creadoras más jóvenes, herederas de ese movimiento, un lugar extraordinario es el que ocupa Irma Palacios. Actualmente el Centro Cultural de Hacienda exhibe una breve pero extraordinaria muestra de su pintura: Paisajes esenciales. No se la pierdan. Irma Palacios es transparentemente abstracta y el título mismo de esta exposición tiene miga: paisajes esenciales. Si para la historia de la pintura, hasta principios del siglo XX, el paisaje fue el paradigma de lo figurativo, con la abstracción, al perder su condición reconocible, se volcó a la búsqueda de lo esencial. Si el impresionismo había dicho que se trataba de pintar el alma –la vibración– de las cosas, la abstracción buscó más allá: la esencia.
Me anticipo a la objeción: el alma y la esencia, como el cuerpo, son fundamentales para nuestro mundo y la manera en que lo miramos. Pero la esencia es todavía mas inasible, inaprensible, que el alma, lo que ya es decir, y tan elusiva como el cuerpo. Por eso, quisiera explicarme, los pintores abstractos suelen tener una condición subrayadamente concreta, terrosa, mineral. Dicho de otra manera: la esencia es la parte más carnal del alma. Y en la pintura de Irma Palacios se revela su presencia. Su pintura tiene esa condición casi religiosa de absoluta concentración en las texturas y pigmentos que la crítica suele relacionar con Rothko. Son cuadros que provocan recogimiento, concentración en sí mismo de quien los mira, pero no –nunca– nos alejan del mundo. Se ha relacionado muchas veces a la abstracción visual con el jazz y la música experimental; es natural, pues hay una libertad similar en el sentido de que la improvisación no se detiene. Pero en pintores como Irma Palacios, donde la condición de la imagen tiene algo de sedimento mineral, de precipitación en el sentido químico; la condición ligera de, por ejemplo, el action painting, que fue una primera versión del performance, pero del que quedaba una huella visual, una sombra. Así, la pintura de Irma Palacios tiene algo de fósil: es el relieve de un acontecimiento en el alma que deja, más que una cicatriz, una huella. Por eso tengo la sensación de que a veces esas pinturas duelen al mirarlas, pero ese dolor tiene que ver con una concepción poco usual: es el dolor lo que nos permite saber que estamos vivos. Por eso, en efecto, los paisajes de esta exposición son esenciales, están esencializados en su ser en el mundo.
Como empecé hablando del muralismo quiero regresar al asunto: la transición –el triple salto mortal– de la pintura muralista a la pintura de la ruptura se da fundamentalmente con Tamayo, y en la obra del Oaxaqueño hay una figuración que nos pide verla de cerca y entonces se vuelve abstracta. Con Irma Palacios me sucede que su pintura me pide alejarme y entonces ocurre algo extraño: se me vuelve figurativa. En todo caso: de cerca o de lejos es un verdadero regalo para la mirada.