La vida verdadera: Adeline Dieudonné y las mazmorras de la cotidianidad

- Moisés Elías Fuentes - Sunday, 06 Nov 2022 08:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
‘Con La vida verdadera’, la novelista belga Adeline Dieudonné (1982) recibió el Premio de Roma FNAC, el Premio Rossel y el Premio Goncourt-Le Choix de la Belgique, entre otros. Este artículo es una glosa crítica de la novela.

 

”En casa había cuatro habitaciones. La mía, la de mi hermano pequeño Gilles, la de mis padres y la de los cadáveres.” Con estas escuetas palabras, la narradora innominada de La vida verdadera nos introduce en la organización de su casa y, a la vez, en la intimidad de su tránsito de la pubertad a la adolescencia, verificada en el entorno de un hogar tradicional, con padre proveedor, madre ama de casa y dos hijos en la escuela. Familia funcional, salvo por la presencia amenazante e ineludible de la habitación de los cadáveres, lacónica pero contundente alegoría de la obcecación depredadora del padre, orgulloso empleado de un sistema socioeconómico depredador.

Así comienza Adeline Dieudonné (Bélgica, 1982) su primera novela, La vida verdadera,* libro que en 190 páginas devela la destrucción de una familia corrompida por la misoginia paterna, cuya metódica violencia certifica la narradora, mientras ansía atajarla, o al menos evadirla, con la presencia de la ficción en su vida y en la de su hermano: “Pero para tranquilizar a Gilles me hacía la adulta y le susurraba: ‘Los cuentos sirven para meter dentro las cosas que nos dan miedo, así nos aseguramos de que no sucedan en la vida verdadera’.”

Sin embargo, en La vida verdadera, lo primero que aprende la narradora es que, más allá de nuestra vida interior se halla una realidad exterior utilitarista, que despersonaliza el suburbio en que vive con su familia al punto que podría estar o no en la Bélgica natal de la autora; suburbio de aspiraciones frustradas y sentimientos estancados, falso refugio en el que se enseñorea el mal y se asoma en la forma de la muerte impredecible del heladero:

Luego vi la cara del amable viejecito. El sifón se le había metido dentro, como un coche que se empotra en la fachada de una casa. Le faltaba la mitad. Su cráneo calvo estaba intacto, pero su cara era una mezcla de carne y huesos con un solo ojo dentro de su órbita. Lo vi perfectamente. Me dio tiempo. El ojo pareció sorprendido. El viejo siguió en pie dos segundos, como si su cuerpo hubiera necesitado un momento para darse cuenta de que ahora estaba coronado por una cara en carne viva.

Autora sagaz, en La vida verdadera Dieudonné acierta al presentar la corrupción de la familia desde el punto de vista único de la narradora, porque el relato cobra el doble carácter de confesión y monólogo interior: la joven exterioriza su tragedia y al mismo tiempo la revisa para sí misma. Es por medio de este relato doble que atisbamos el viaje que hace la púber de la muerte a la vida, personificadas respectivamente por la sonrisa inerte de la hiena disecada y por la sonrisa viva de su hermano. De hecho, es la superposición de aquella sonrisa inanimada en la infantil la que lleva a la adolescente a apurar el paso a la madurez: “Aquella expresión, aquello que vi en la cara de Gilles, no era él. Desprendía olor a sangre y muerte. Me recordó que la bestia estaba al acecho y que dormía en casa.”

A través del paso a la madurez, la protagonista deja entrever no sólo sus contradicciones morales y emocionales sino también las de quienes le rodean. De esta forma, los personajes de La vida verdadera develan sus fortalezas y sus debilidades, hombres y mujeres ambiguos, tan confinados y disecados en suburbios como los animales cazados por el padre en casa de la narradora. Develación brutal, ante la que la joven tendrá que decidir si acomodarse a la inmovilidad impuesta por un orden social inflexible, o desobedecerla.

¿Y cómo desobedece? Primero, se aferra al asomo de inocencia infantil simbolizado por Volver al futuro, el filme de Robert Zemeckis estrenado en 1985; más tarde, cuando la inocencia eclipsa, Marie Curie y la física se convierten en nuevas desobediencias. En apariencia contrarias, para la narradora ingenuidad y ciencia significan, sin embargo, emancipación. Al microcosmos reducido a la lógica de depredadores y presas en que habita, ella opone su libertad interior, invisible, aunque no para su padre, cazador nato:

Mi padre soltó una risa hueca. Después, en voz baja, con aquella voz que precedía a sus ataques de ira, resopló: “Ah, muy bien. Así que tenemos a una intelectual en la familia.” Hizo aquel movimiento extraño con las mandíbulas: el movimiento que indicaba que tenía ganas de bronca. Seguimos comiendo en silencio el cordero crudo, pero comprendí que a partir de entonces me había convertido en una presa. Igual que mi madre.

 

La sublevación de la presa

Actriz de cine antes de incursionar en la literatura, Dieudonné conoce la importancia de la síntesis discursiva para el tiempo narrativo cinematográfico, algo notorio en La vida verdadera, novela en la que predominan descripciones físicas y de carácter que sólo ubican a los personajes en el espacio o en sus estados anímicos, porque es a través de los hechos que atisbamos las reacciones de hombres y mujeres respecto del entorno o los impulsos emocionales, causas y efectos que tienen su exponente mayor en el padre, avasallado por un rencor de origen incierto pero de presencia inapelable, que sólo se atenúa con la cacería:

Ya entenderéis que lo que os guía no es la vista ni el oído. Es vuestro instinto de cazadores. Vuestra alma entra en comunión con la del animal y sólo tenéis que dejaros llevar hacia él, tranquilamente, sin precipitaros. Si sois auténticos asesinos, no debería costaros lo más mínimo. Esta noche no vais a disparar. Os limitaréis a la batida. Y la presa será…

Se me heló la sangre cuando se volvió hacia mí.

Ciertamente, la experiencia cinematográfica de la escritora explica la impronta visual en La vida verdadera, como se percibe en la galería de violencias misóginas y solidaridades humanas, de enorme intensidad plástica, y que alcanza uno de sus momentos más altos en el matrimonio del profesor Pavlovié (quien enseña física a la narradora) y Yaëlle:

–La rama seca se resquebrajó. Tras la corteza vi a una mujer que aullaba. Vi un rostro que suplicaba lo que no tiene nombre, antes de desaparecer. Vi las alas negras y los ojos rojos–. Se lo tomaron con calma. Duró horas, toda la noche. Yaëlle aún recuerda sus risas, sus carcajadas. Sobre todo cuando le echaron el ácido en la cara.

A diferencia de la narradora y sus padres, el profesor y su esposa tienen nombre, historia y rostro, aunque el de Yaëlle fue desfigurado en una venganza misógina, y el del profesor se ensombreció al no haberla protegido. Es con la pareja, sumida en el dolor, pero convencida de la trascendencia de su sacrificio, que la narradora entiende la desproporción de su propia rebeldía a la furia paterna y la necesidad de la misma para preservar su existencia.

Tal comprensión, para la narradora, trae aparejada la incursión en su sexualidad, y más adentro, en su feminidad, lo que la lleva al conocimiento de la pasión, la razón y, por ende, del deseo de vivir. Conocimiento que emerge impetuoso y lúcido luego de que la joven hace el amor con el Campeón, karateca retirado con esposa y dos hijos, relegado al suburbio por una fractura en el cenit de su carrera deportiva.

Significativo: después del encuentro sexual con el Campeón la adolescente libra el choque final
con el p
adre, de modo que en una noche se enfrenta al rencor y al amor, a la muerte y a la vida, a la pérdida y a la redención. Así, con una sorprendente economía de recursos la escritora belga reúne en unas páginas todas las tensiones y furias que han deambulado por la novela, por La vida verdadera, subyugada por un orden inflexible que fagocita al padre depredador (despedido del trabajo al que estaba consagrado). Vida verdadera a la que la narradora opone una sublevación más tenaz que el odio, y que Adeline Dieudonné retrata con inteligencia, plasticidad y altura de miras.

 

*Dieudonné, Adeline. La vida verdadera (Título original: La vraie vie). Traducción del francés de Pablo Martín Sánchez. Ediciones Salamandra. Penguin Random House Grupo Editorial. México, 2020. Las citas transcritas aquí pertenecen a dicha edición.

 

 

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