Tomar la palabra
- Agustín Ramos - Sunday, 06 Nov 2022 10:55



El primer escritor que me cimbró con su furia fue Alexandr Solzhenitsyn. Antes de que la Unión Soviética lo desterrara, había leído de él La casa de Matriona y Un día en la vida de Iván Denísovich, que a causa de la Guerra fría les cayó de perlas a los propagandistas del celuloide. A mí no me prendió la película sino lo que dice Iván Denísovich al principio del libro, lo cito de memoria cincuenta años después: “Estamos construyendo un paraíso en la tierra. Y para no escapar, primero levantamos cercas de alambre en torno nuestro.” Aunque no alcanzaba la capacidad blasfematoria de algunas personajazas de Eurípides, la frase fue un anticipo de las voces tan toscas y tan de madrazo del Solzhenitsyn posterior, el de Archipiélago Gulag y El pabellón del cáncer… Su furia fue una tormenta eléctrica literalmente inaudita, ajena a los habitantes distinguidos del librero familiar. Esa voz tenía poco que ver con catilinarias y filípicas de salón, se oía más áspera que el feroz antiproudhonismo de Charly y que el antidühringismo de Fede. Es más, según yo, Dostoievski igualaba esa intensidad, pero no la superaba ni en las vociferaciones de Iván o de Mitia Karamazov, porque Fiódor repartía esa intensidad a lo largo de sus novelas y no la dejaba caer de sopetón.
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En aquel entonces no había de otra. Nuestra furia adolescente, furia sorda, seguía cogida de la fe en la llamada Patria del Socialismo, justamente esa patria que había vomitado a Sholzhenitzyn por decir la verdad, o por decirla con esos gritos que sonaban, no sé, ¿demasiado majaderos? El mayo de París opacaba la Primavera del ’68 en Praga y, aparte, la matanza de San Cosme sucedida en carne propia, cuando aún estaba fresca la sangre en la Plaza de las Tres Culturas. Al compás de tal edad, la historia lucía confusa y desolada, los escritores más mafiosos (famosos, que diga) nos crucificaban en la obligación de optar entre el fascismo conocido y el fascismo por conocer. José Revueltas casi sólo se leía en samizdat. Encomendada a Octavio Paz, doña Academia sembraba insidia contra quienes, a su juicio, no eran escritores (justo los que también, aunque con otra rebeldía, cimbraban el alma con más humor y menos furia que Solzhenitsyn). ¡¿¿Se podía escribir así??!
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Hay en Youtube un podcast de 20 minutos que resplandece de lucidez, de humor y, sobre todo, de furia. La periodista rusa Inna Afinogenova responde a la basura vertida en su contra por unos medios masivos que en vileza, falsedad, desfachatez, hipocresía, ruindad, imbecilidad, insidia y sincronía no le piden nada –o casi nada– al espectro mediático de México, donde caben desde Aristegui Noticias hasta Latinus, por sólo mencionar los extremos de las agencias noticiosas cuyo afán principal es el mayor lucro y/o más poder. “La agente de Putin infiltrada en España”: los delirios de las cloacas mediáticas sobre mí. Inna. Así, con este título y esta firma empieza quien conducía el podcast de análisis político Ahí les va. Afinogenova dejó su país para oponerse con todas sus letras a la invasión rusa de Ucrania, acto seguido los poderes fácticos con EU a la cabeza censuraron sus participaciones en la agencia Russia Today. A partir de este año, la compatriota de Solzhenitsyn comenzó a colaborar con la sección “Para qué me invitan”, que dirige Pablo Iglesias en el podcast La Base, del portal español Diario Público. Y ahora abre un podcast con el que ha conseguido más de 210 mil suscriptores en menos de un mes. https://bit.ly/InnaAfinogenovaYT y https://m.youtube.com/channel/UCopVhz5SlujUpiDiYzWtbpw/featured.