Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 04 Dec 2022 10:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Blancura Infernal

 

Alma Mancilla (Toluca, México, 1974) ha ganado casi todos los premios importantes de narrativa a nivel nacional, entre ellos el Gilberto Owen y el José Rubén Romero, pero, como en otros casos aquí abordados, ha pasado un poco inadvertida para la crítica debido a que sus novelas y relatos se han publicado en editoriales discretas. Su más reciente novela, Fulgor (Salto de página, Malpaso Holdings, Barcelona, 2022) encontrará, sin duda, muchos lectores entusiastas que la convertirán en un referente. Estamos ante una obra que encaja a la perfección en el género del terror, así como en subgéneros como el llamado body horror, escasamente cultivado en la literatura en español. Lo más destacable, sin embargo, es el elemento sobrenatural. Películas como Midsommar o The Witcher sobrevuelan esta magnética y descriptiva prosa. Fulgor, sin embargo, se desarrolla en un ámbito campirano netamente mexicano; un pueblo que podría ser real o inventado. La autora tiene a bien dejarnos con la duda, pese a describirlo con la nitidez de una tarjeta postal.

Eva, la protagonista, es una estudiante de antropología que sufre un trauma tras abortar espontáneamente en los baños de su facultad, ignorante de su estado que no puede ser sino producto de una aventura con un profesor casado. Tras esta horrible experiencia que la deja expuesta en más de un sentido, y cargando algo muy semejante al dolor de la pérdida pese a que, en teoría, perder algo que no sabía que existía no debería serle tan traumático, opta por refugiarse en una burda cabaña en un remoto pueblecito que le es alquilada por un chico al que recién ha conocido en un bar. Todos estos elementos nos alertan respecto al lamentable estado psíquico de la chica que, además, carga consigo montones de medicamentos psiquiátricos. Adentrándonos un poco más en la intimidad de Eva, advertimos que tiene una madre sumamente chantajista que no hace más que lamentarse del daño que su hija le provoca. La impulsividad casi suicida de la joven queda justificada. Además, lleva un justificante académico: estudiar el entorno y los hábitos de los escasos habitantes del lugar.

Eva nunca entabla amistad con los personajes que van apareciendo, por ejemplo, el vigilante del terreno donde se encuentra, casi un misterio para el lector… o el cura del pueblo, con quien termina confesándose pese a no ser creyente; o la mujer que le ofrece café durante el velorio de un bebé que es exhibido como una especie de reliquia pese a que su sola visión es aberrante. Prácticamente toda la acción es introspectiva. El único con quien establecerá algo parecido a un vínculo es el más extraño que se cruza en su camino: un joven albino y mudo que parece cuidar un caserón, en apariencia abandonado, habitado por unas extrañas mujeres de vítreas vestimentas que se limitan a seguirla con la mirada y a llamarla con señas. Con impactante habilidad narrativa, Mancilla logra que la protagonista se vaya adentrando, casi contra su voluntad, en lo que pareciera terreno vedado al resto de los mortales, y con cada encuentro que tiene con estos rarísimos personajes que deberían provocarle tanto miedo como al lector, advierte cambios no sólo en su entorno sino en su propio aspecto, como si fuera presa de una extraña posesión o mutación. Conforme avanza su deterioro, que no la frena de consumir las ofrendas comestibles que sus mudas amigas le dejan en la puerta de la cabaña, más sentido adquiere aquella maternidad que su cuerpo parece haber rechazado con virulencia: “Me han vaciado el útero lleno de la histeria de un hijo muerto. Expulsar al enemigo requiere siempre de un esfuerzo enorme de la voluntad.”

Hay que señalar que este es uno de esos pueblos de marcado catolicismo, donde las fiestas y verbenas son una parafernalia de gigantescos santos de yeso llevados en andas. Qué mejor escenario para esta novela donde las damas de blanco elaboran un pan muy especial que va adquiriendo una delicia quimérica tras una primera repulsiva probada y cuyo sabor Mancilla describe con sádico y poético regodeo.

 

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