Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Saturday, 24 Dec 2022 23:02
Durante poco más de una década y media, entre 1990 y 2006, Gustavo Moheno –nacido en Ciudad de México en 1973– se dedicó a la crítica cinematográfica en diversos medios periodísticos, como El Sol de México y la revista Cine Premiere pero, incluso antes de abandonar ese oficio de modo aparentemente definitivo, ya había escrito y dirigido un buen número de cortometrajes: Clapton a medianoche (1995), Lágrimas solitarias (1997), el estupendo El camino de las ceibas (2001), Por un puñado de rosas (2005) y La balada de Ringo Starr (2006). Es decir que ya contaba con amplia experiencia fílmica cuando acometió la empresa de dirigir su primer largometraje de ficción: el remake con guión de su autoría de Hasta el viento tiene miedo (2007), el clásico de terror de Carlos Enrique Taboada.
No le fue mal con este último ejercicio de género y, seguramente por esa razón, dos años después, en 2009, colaboró como coguionista en un nuevo remake, otra vez de un clásico taboadesco: El libro de piedra, dirigido por Julio César Estrada. Más adelante volvió a colaborar en la factura de un filme ajeno: el guión de Jirón de niebla (2016) es suyo, del propio Julio César Estrada y de Ángel Pulido. Daría la impresión de que Moheno se había decantado preferentemente por el género de terror, pero esa exclusividad es desmentida por su participación guionística en producciones tan disímbolas (y dispares) como Fachon models (2014), de Rafael Montero, y Las Aparicio (2015), de Moisés Ortiz Urquidi, pero sobre todo a partir de un filme sui generis, con aires de comedia pero de difícil clasificación titulado Eddie Reynolds y los ángeles de acero (2015). Coescrito y dirigido por él, este último no sólo significó su consolidación innegable en tanto guionista más que solvente y director con todas las de la ley, sino como un realizador capaz de abordar con eficiencia cualquier tipo de historia o, en otras palabras, eficaz para manejarse dentro de los géneros cinematográficos, una habilidad que, de manera por demás extraña, parece negársele a incontables directores cinematográficos mexicanos.
La verdadera eficacia
Con toda esa experiencia a cuestas Gustavo Moheno coescribió, coprodujo y dirigió su filme más reciente, Lecciones para canallas (2022), protagonizado por Joaquín Cossío, Danae Reynaud y Diana Bovio, con el que alcanza más de un logro: comienza por aprovechar lo aprovechable de Cossío, es decir, la parte útil del enclichamiento histriónico en el cual el actor ya llevaba buen rato instalado, para construir un personaje plausible y sólido: Barry el Sucio, que (por fin) no es narcotraficante ni matador de cabos, sino un chilango más, jodido como tantos, ahogado por las deudas, que vive en cualquier pensión u hotel y a duras penas subsiste a base de apostar –y casi siempre perder– en el hipódromo y, sobre todo, de estafar a cuanto ingenuo e incauto se le atraviese. En esas labores tiene la colaboración de Marichula (Bovio), una pareja mucho más joven que él cuya suerte personal previa le hace ver a Barry como una suerte de peor-es-nada combinado con rescatador de desgracias. El trío se completa con Jenny (Reynaud), quien resulta ser una hija que Barry jamás conoció y menos reconoció y, al quedar huérfana, se le aparece a él.
Si bien la esencia del argumento consiste en el consabido encuentro primero complicado y al final feliz de la hija con el padre ausente, en virtud de una trama cuyas evidentes complacencias no alcanzan a derribar la verosimilitud, este monumental lugar común es transformado por Moheno en una comedia de tintes a ratos ácidos, a ratos cálidos, que cuenta con una muy bien armada primera vuelta de tuerca y, más adelante, todavía con una segunda que realmente sorprende y confirma, como si la lección no fuese para canallas sino para cineastas, que por mucho que el resto de los elementos cinematográficos funcionen, la verdadera eficacia de una película radica sin lugar a dudas en el guión.