La flor de la palabra

- Irma Pineda Santiago - Saturday, 24 Dec 2022 22:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Sin hablantes no hay lenguas

 

Según el Atlas Sociolingüístico de Pueblos Indígenas en América Latina, esta región cuenta con 420 lenguas diferentes y es la de mayor riqueza en familias lingüísticas del mundo. Sin embargo, casi una quinta parte de estos pueblos ha dejado de hablar su propia lengua, de tal forma que cuarenta y cuatro utilizan como único idioma el castellano y cincuenta y cinco el portugués. Esta situación no es de extrañar cuando la mayoría de las personas que hablamos alguna lengua indígena hemos tenido que enfrentar el racismo y la discriminación, cuando los pueblos siguen padeciendo la exclusión social, la pobreza, la carencia de una educación que considere sus propias lenguas y culturas, así como la ausencia de reconocimiento legal y eficaz.

Estas condiciones no son diferentes a las que padecen otras lenguas minorizadas en el mundo, así fue señalado con recurrencia en los discursos de representantes y activistas de pueblos originarios en la ceremonia de lanzamiento oficial del Decenio de las Lenguas Indígenas, durante los pasados días 12 y 13 de diciembre, evento organizado por la UNESCO en su sede en París, Francia. Esta década se propuso para pensar en un plazo más amplio en el que se alcance a dimensionar la situación real de las lenguas indígenas, así como a desarrollar estrategias para su salvaguarda y desarrollo. En este sentido, me parece importante recordar que para el fortalecimiento de los sesenta y ocho idiomas indígenas que aún se hablan en México, no basta centrar los esfuerzos en las cuestiones lingüísticas, sino plantear estrategias que eliminen todas las implicaciones del racismo y la discriminación como ejes transversales de las causas de su pérdida. Asimismo, es necesario poner en el centro de la atención a las personas hablantes, como contenedoras de la riqueza lingüística y cultural, por lo que es necesario proteger sus vidas.

Esta década debe servir también para visibilizar y destacar la relevante labor de las mujeres indígenas, quienes además de ser transmisoras de la lengua, también han resguardado, recreado y compartido los conocimientos ancestrales que han sido fundamentales para el tejido de las redes comunitarias, al igual que lo son las juventudes indígenas quienes, haciendo uso de las nuevas tecnologías y de las redes sociales, contribuyen a la difusión de la diversidad cultural o crean materiales didácticos y talleres para la enseñanza de sus lenguas. La mayoría de sus actividades y proyectos son financiados con sus propios recursos o con el apoyo de la comunidad. Fueron también estas juventudes quienes durante los momentos más críticos de Covid-19, por propia iniciativa, prepararon cápsulas radiofónicas o anuncios por los altavoces de las comunidades con información sanitaria. Estos audios fueron importantes para los adultos mayores, muchos aún analfabetas, pues así, en su propio idioma, escucharon información sobre los cuidados básicos.

No olvidemos la labor de creadores y artistas, quienes, desde la literatura, la música, el canto, el cine y documentales, difunden y posicionan socialmente a las lenguas, generando su reconocimiento y devolviendo a los hablantes el orgullo por mantenerlas y transmitirlas a las nuevas generaciones. Esto muestra que sin hablantes no hay lenguas, pero sus acciones no deben excusar la responsabilidad del Estado mexicano en este tema, el cual tendría que empezar por respetar la vida de las personas indígenas, sus territorios, recursos naturales y propiedad intelectual, así como asignar presupuestos que permitan que esta población cuente con mejores condiciones sanitarias, educativas, económicas, comunicativas y espirituales. Las instituciones deben cumplir su parte, así como las comunidades continuarán fortaleciendo las redes que han hecho posible su existencia, para seguir bebiendo de la sabiduría de las ancestras, del conocimiento de los ancianos y recuperar en ellos las claves que nos permitan vivir bien, sin hambre y sin miedo.

 

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