Cinexcusas

- Luis Tovar @luistovars - Sunday, 08 Jan 2023 10:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La indigestión de Alejandro (II y última)

 

Palabras más, palabras menos, alguna vez Charles Bukowsky dijo que la buena literatura era aquella que hacía sencillo lo complicado, y la mala era aquella que complicaba lo sencillo. Transferido al cine, algo así sucede con Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, cuya trama es en el fondo tan sencilla que, de haberse contado de manera lineal, y si se hubiese prescindido de lo que aquí se denominó como “una larga y abigarrada serie de visiones relativas a su vida presente y del pasado inmediato”, habría podido contarse en media hora o quizá menos. Dicho de otro modo, la mínima trama es apenas un pretexto para justificar las mencionadas visiones pues Gama, el protagonista, está en coma y es en dicho estado cuando tienen lugar; claro está, sólo para él.

En ese entendido, y sin olvidar que se trata de un filme confesamente autobiográfico, no hecho para entender sino para sentir, como también se dijo aquí, lo que sucede/no sucede en la mente de Gama/González, en tanto materia onírica, puede ser literalmente cualquier cosa, si bien ese “cualquier”, como resulta obvio, ha de circunscribirse a la memoria, la experiencia, el imaginario, las pulsiones y las obsesiones del protagonista.

Según se ve en el filme, de todo lo anterior destacan el nacionalismo, vivido y entendido desde una lejanía buscada para ganar en perspectiva pero causante de desconocimiento; el sentido de arraigo/desarraigo, patente en el malinchovinismo de querer ser algo así como “el mexicano más importante para los no mexicanos”; la opinión que Gama/González tiene de sí mismo, manifiesta en la congruencia o incongruencia entre el ser y el deber ser autoimpuesto, con la consecuente culpa o beneplácito, según sea el caso; y finalmente, de la mano de lo anterior, la opinión que de él podría tener –puesto que ya ha muerto– su padre, permanentemente cotejada con la que él mismo percibe que tienen sus propios hijos.

 

Quiero pero no puedo (vomitar)

Silverio Gama no, pero Alejandro González sí, debió ser consciente del gran riesgo de percepción implícito en el hecho de haberle dado a sus onirismos un tono ridículo, más que fársico. Por ejemplo, con la inicial secuencia de la batalla de Chapultepec, luego evocada en el área migratoria del aeropuerto de Los Ángeles, sucede lo mismo que con otras por el estilo: la gratuidad onírica, de aparente propósito desacralizador, se traiciona sola por culpa de la franca payasada, que en el mejor de los casos mueve a desconcierto.

Tal vez lo anterior no sería problema si ese tipo de farsas exponenciales, retomadas en más de un punto, no descansaran sobre la misma base que otras alucinaciones cuyo evidente cometido es el de ajustar cuentas consigo mismo –con su pasado reciente, con sus decisiones, con sus conocidos–, sobre todo a través del imaginario reencuentro con su madre y su padre, respectivamente. Considerando dicho propósito, no se supondría que dichas situaciones suscitaran burla, pero el mal icónico/conceptual ya estaba hecho desde el mismo arranque –verbigracia: como se niega a nacer, el hijo muerto debe ser empujado de regreso al vientre y la madre, después, arrastra
un cordón umbilical sanguinolento largo como extensión eléctrica–; de este modo, cuan
do el filme arriba a la secuencia nodal, la del reencuentro con el padre, la enanización del protagonista y la escatología de fondo –están en un baño público pestilente, al principio falo en mano– poco o nada contribuyen a la epifanía freudiana, por decirle de alguna manera, que se pretendía, a menos que la intención haya sido precisamente el autoescarnio mediante el ridículo.

Además de ser un limbo nimbado de obvios y abundantes “préstamos” fílmicos y una suerte de purgatorio-desierto por recorrer a saltos kilométricos, el “estado intermedio” de Gama/González –acepción del Bardo del título– es uno donde el éxito, tema central del diálogo filopaterno, significa fracaso, del cual el protagonista se arrepiente y quisiera vomitarlo pero, como no lo consigue ni a fuerza de “autocrítica”, seguirá provocándole una indigestión de sí mismo durante un lapso indeterminado, tal vez por siempre.

 

Versión PDF