Artes visuales

- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 29 Jan 2023 08:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Mariano Rodríguez y la escuela mexicana de pintura

 

Este año se celebra el primer centenario del surgimiento del movimiento muralista mexicano, y como parte de la revisión y nuevas narrativas que se están realizando en torno al nacimiento de nuestra primera vanguardia artística, vale la pena reparar en su repercusión a nivel internacional. En este sentido, fue muy grato para mí conocer la relación trascendental que entabló el destacado pintor habanero Mariano Rodríguez (1912-1990) con la Escuela Mexicana de Pintura a través de la magnífica exposición Mariano: variaciones sobre un tema que visité en el Museo de Arte Pérez de Miami (PAMM), primera gran muestra retrospectiva de su obra en Estados Unidos. Mariano, como se le conoce coloquialmente, es uno de los principales protagonistas de la segunda vanguardia de modernistas cubanos que, en las décadas de 1940 y 1950, contribuyó a construir y difundir la esencia de la identidad nacional, en el mismo tenor que nuestros muralistas mexicanos lo hicieran a partir de los años veinte del siglo pasado. Mariano se enfocó en temas relacionados a la vida rural, el guajiro y las mujeres del campo inmersos en entrañables escenas cotidianas aderezadas por la vegetación exuberante de la Isla y la presencia de los gallos que se convirtieron en uno de sus motivos centrales; también exploró aspectos de la cultura de origen africano para expresar estéticamente las raíces de la cubanidad.

Mariano tenía sólo veinticuatro años cuando llegó a Ciudad de México en 1936 en busca tanto del aprendizaje de técnicas novedosas como del ideal revolucionario de un arte dirigido al pueblo. Fue discípulo de Manuel Rodríguez Lozano en la Academia de San Carlos y con el muralista estadunidense Pablo O’Higgins aprendió las técnicas de la pintura mural al fresco. Del muralismo mexicano adoptó la paleta terrosa para plasmar las formas corporales sólidas y hieráticas de sus mestizos, inspiradas en la rigidez monumental de la escultura precolombina; con los muralistas mexicanos y los miembros de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) que frecuentaba, participó en el debate sobre las luchas por la desigualdad social y la inclusión racial que importó a su país y plasmó en el mural Educación sexual en la Escuela Normal de Santa Clara, posteriormente destruido.

A su regreso a Cuba, Mariano recibe críticas por su supuesta “influencia mexicana”, hecho que lo incomoda y lo empuja a destruir un buen número de esos trabajos. Esta etapa formativa en nuestro país, que fue cuestionada en su momento, es considerada en la actualidad la piedra clave en la evolución de su carrera. En su ensayo en el catálogo de la muestra, el académico de la Universidad de Harvard, Alejandro de la Fuente, afirma: “Mariano llegó a ‘lo cubano’ desde México y a través de una travesía latinoamericana […] México representaba el único lugar donde el arte había logrado producir una cultura nacional auténtica y novedosa.” Años más tarde, y desde otra perspectiva, Mariano rectificó sobre su etapa mexicana y acreditó en repetidas ocasiones que el muralismo era “el movimiento más interesante, americano y revolucionario que había en el mundo”.

La exposición en el Museo Pérez abarca casi seis décadas de producción artística y está integrada por 140 pinturas, acuarelas y dibujos que dan cuenta de la variedad de estilos que Mariano investiga y experimenta durante su larga trayectoria, y como resultado de sus estancias en París y Nueva York, que van del figurativismo a la abstracción geométrica, el neocubismo, la Escuela de París, el expresionismo abstracto, el informalismo europeo, las pinturas negras y lo grotesco de origen goyesco, una hibridación de formas y estilos que revelan la creación plural del autor que consiguió interpretar la esencia de “lo cubano” a través de los múltiples lenguajes internacionales que adoptó y adaptó con gran maestría.

 

 

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