El pasado como presente: las razones de un documento

- José María Espinasa - Saturday, 11 Mar 2023 23:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En este artículo se comenta y celebra la reciente edición facsimilar del 'Boletín al servicio de la emigración española (15 de agosto de 1939-17 de agosto de 1940)' que detona una reflexión sobre la importancia de ciertos documentos que le dan la vuelta al tiempo y nos lo devuelven.

 

Los documentos se vuelven documentos con el tiempo, nunca lo son en su momento y, sin embargo empiezan a serlo desde su origen, su ser está ya en su nacimiento. Esa es la poesía que tiñe a la historia como texto en sus mejores momentos. Por eso, encontrar un inédito de un autor antiguo, el acta de nacimiento perdida de un clásico, el retrato de alguien que hasta ese momento era sólo un nombre, puede producir vértigo, el vértigo propio del tiempo recobrado presente en Marcel Proust.

¿A qué viene todo esto? A la aparición reciente del facsimilar del Boletín al servicio de la emigración española (15 de agosto de 1939-17 de agosto de 1940). Ese campo tan investigado y explorado como es el exilio español en nuestro país sigue ofreciendo, sin embargo, amplios campos de trabajo, en un abanico que va de la investigación pura y dura con cifras y datos hasta la subjetividad de la vida cotidiana a través de cartas y epistolarios del hombre de a pie. Manifiestos y discursos dejan, gracias a ese tiempo recobrado, de ser discursos vacíos y se vuelven no sólo profundamente significantes sino depositarios de un sentido más hondo. Hay cosas que cambian la Historia, como la Revolución mexicana, la segunda República española o el exilio, pero esa historia con mayúscula también modifica la que se escribe con minúscula, la personal, incluso ésa que no se escribe de ninguna forma.

He dicho ya en otro sitio que la República española apostó tanto y de tal manera por una civilización de la lectura que, cuando subieron a los barcos que Fernando Serrano Migallón ha llamado Los barcos de la libertad al publicar los facsimilares de los diarios de a bordo del Sinaia, Mexique e Ipanema, Susana Gamboa tuvo la iniciativa de subir a bordo una pequeña prensa y papel para hacer un boletín informativo que mantuviera la cohesión de esos más de mil pasajeros. Y apenas en tierra ese impulso siguió presente, por ejemplo en este Boletín sin otra aspiración que mantener informado a ese éxodo. Hoy, recorrer sus páginas es emocionante. En ellas, por ejemplo, se dieron conocer los trabajos en el país de los Hermanos Mayo, que devendrían un capítulo célebre de la fotografía mexicana en los cuales se enseñaron a mirar varias generaciones. El historiador interesado en el tema podrá ahora recorrer las páginas antes sepultadas en las pocas colecciones que había en bibliotecas públicas, incompletas, pero también podrá hacerlo el que quiera historiar el periodismo en México, y las formas y maneras de un exilio tan complejo, la manera en que se quiso mantener viva la idea –y la actitud– que les había costado salir de España y venir a México, que los recibió en un acto de enorme generosidad.

No soy historiador, mi lectura del facsimilar es más bien afectiva. Ver, por ejemplo, las noticias de la fundación del Instituto Luis Vives, donde estudié la preparatoria, treinta y cinco años después, o los anuncios de conferencias y lecturas, de la fundación de la Editorial Séneca y de otros proyectos vinculados a la necesidad de encontrar trabajo para esos refugiados, no siempre bien planeados y en muchos casos fracasos absolutos. Si los diarios de a bordo eran una manera de llevar a la España republicana con ellos, el Boletín es una manera de seguir viviendo ese proyecto en México. El ya citado Serrano Migallón, especialista entre otras cosas en el exilio español, impulsó, como antes Los barcos de la libertad, el proyecto de este facsimilar (él lo coordinó, prologó y convocó a especialistas a escribir los textos que lo acompañan) y hay que agradecérselo. Él mismo se había ocupado en un libro de hace un par de años, de documentar la vida cotidiana de ese exilio en nuestro país.

La publicación, y aquí cambió el tono, es además un buen signo de la recuperación de un sentido cultural que la supuesta hegemonía de la tecnología virtual, aunada además a los dos años de pandemia, parecía haber anulado en el terreno editorial. La publicación es desde ese punto de vista extraordinaria, un ejemplo del trabajo que hay que hacer, desde localizar los boletines, completar en uno y otro archivo, en diversas bibliotecas y hasta en colecciones particulares para publicar el facsímil de manera integral. Fotografiarlos y trabajarlos con gran calidad –hay que recordar que era eso justamente un boletín semanal de uso cotidiano y sin aspiraciones de permanencia–, trabajo a cargo de uno de los grandes maestros del arte tipográfico en México, Antonio Bolívar, y también la colaboración de tres instituciones –el Ateneo español de México, la Universidad Nacional Autónoma de México y El Colegio de México– para hacer posible la edición en papel (como debe de ser), y con una gran belleza.

El país debe empezar el regreso a la normalidad y el mundo de la cultura y la edición, muy afectado por el encierro sanitario, es uno de los campos que empieza a mostrar recuperación, y hay que celebrarlo. La alusión sobre En busca del tiempo perdido en las líneas primeras de esta nota tiene que ver con esa condición en la que el documento se vuelve documento: es el tiempo transcurrido el que le da sentido. Esa duración parece alimentar la supervivencia de su sentido, como la foto de nuestros abuelos que guardamos y cada cierto tiempo se observa con emoción.

 

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