Frida Kahlo en París

- Vilma Fuentes - Friday, 17 Mar 2023 11:13 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Con un invitador texto de Hilda Trujillo, a la vez conmovedor e informativo, se abre el vasto catálogo de la magnífica exposición titulada Frida Kahlo/Au-delà des apparences (Frida Kahlo/Más allá de las apariencias), la cual tiene lugar actualmente en el Palacio Galliera denominado Museo de la Moda de la Ciudad de París.

 

Con la sencillez que da la más luminosa claridad, Hilda Trujillo hace del Museo Frida Kahlo, conocido como la Casa Azul, el tema central de su presentación. Narra las transformaciones de esta casa desde la construcción de su primer bloque en 1904, al estilo arquitectural francés de la época bajo las órdenes del arquitecto y fotógrafo Guillermo Kahlo, padre de Frida. Sin decirlo explícitamente, acaso sin darse cabal conciencia, Hilda habla de la Casa Azul como se habla de un personaje vivo, una persona con vida propia, con quien se mantienen lazos de amistad a causa de tantos recuerdos de los vivido en compañía. En efecto, Trujillo fue directora del Museo Frida Kahlo y del Museo Diego Rivera, el monumental y temible Anahuacalli, durante casi veinte años. Dos instituciones que, como cualquier habitante de Ciudad de México, debieron aprender a mantenerse con sus propios medios. A diferencia de tantos otros museos y centros culturales que gozan del presupuesto gubernamental, la Casa Azul y el Anahuacalli debieron generar los capitales que les permitiesen vivir con los beneficios obtenidos por ellos mismos. E Hilda, quien no creía tener dote alguna para la contabilidad y los negocios, logró el milagro de una organización autosuficiente para cada uno de estos museos. No hay ningún secreto mágico para adquirir este automantenimiento: se trata de trabajo, imaginación y amor. Trabajo diario y continuo, imaginación para inventar otras entradas de dinero aparte del boleto de entrada y pasión por el lugar, por esos dos sitios que siguen habitados por Frida y por Diego, como puede percatarse cualquier visitante que preste atención a las sombras luminosas que yerran corredores, cuartos, jardines, escaleras, colmando el espacio con sus presencias.

Si la Casa Azul era y sigue siendo una emanación del cuerpo y el espíritu de Frida, quien nació, vivió la mayor parte de su existencia y murió entre sus muros, Hilda se convirtió en una poseída de ese lugar. En efecto, a semejanza de una estrella ya sin edad, la Casa Azul es uno de esos espacios excepcionales que irradian la luz con que atraen e imantan los astros que pasan a su lado, demasiado cerca, alimentándose con ellos, apropiándose de su tiempo, vuelto tiempo que no pasa. Así, en la Casa Azul siguen vagando las sombras de todos esos personajes que formaron una época en México, la del universo de Frida Kahlo. Amigos y visitantes: André Breton, León Trotsky, Man Ray, Tina Modotti, Álvarez Bravo y tantos otros pobladores de momentos históricos del país.

Poco después de la muerte de Frida, Diego depositó diversos objetos pertenecientes a la pintora en dos salas de baño, parte del sótano y algunos armarios. Dos meses antes de fallecer, en 1957, Rivera confió a su amiga y mecenas Dolores Olmedo la responsabilidad de los dos museos y dio instrucciones para que quedasen cerradas durante varios años las piezas y muebles donde almacenó dichos objetos.

A fines de 2003, el director del Fideicomiso, Carlos Philips Olmedo, dio la autorización de abrir salas de baño, sótano y muebles. La admirable fotógrafa Graciela Iturbide fue invitada a fotografiar los secretos durante la apertura de esas piezas. El ojo de su cámara pudo ver, antes que nadie, las cosas encerradas. En uno de los baños, documentos políticos. En el otro, fotografías, vestidos, zapatos, cartas, escritos, objetos personales, a veces íntimos, dibujos de Frida, un óleo de Diego, corsés y botas ortopédicos… Graciela sólo recuerda, de esa primera mirada, la emoción, las diversas emociones que la atravesaron: la ternura ante la fragilidad y la elegancia aérea del corsé, los vestidos tehuanos de amplias faldas para esconder sus piernas, sus fierros…

Durante uno de nuestros viajes a México, Jacques Bellefroid y yo visitamos la Casa Azul una vez más, ahora para ver los objetos tanto tiempo encerrados. Hilda nos hizo el favor de servirnos de guía en ese viaje por el tiempo. Pudimos ver muchos de los trescientos elegantísimos vestidos de tehuana, puestos a la moda encarnada por Frida, creados para su uso personal, así como tantos otros adornos, fotos, escritos, zapatos, instrumentos ortopédicos.

Ahora, todavía durante algunos días, puede admirarse la colección de objetos expuestos durante seis meses en el Museo Galliera. Exposición sobre todo de los vestidos de Frida, un evento cultural que ha atraído a un numeroso público, el cual no dejó de formar largas e incesantes colas de espera para entrar al museo y ver el baile de maniquíes que cobran vida en un tiempo escapado desde la Casa Azul, de aquel Coyoacán donde aún aullaban los coyotes por las madrugadas, donde Frida pintaba con los ojos abiertos del insomnio.

 

 

 

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