El buen ojo de Payán
- Hermann Bellinghausen - Sunday, 26 Mar 2023 07:50



Carlos Payán fue en La Jornada toda una escuela de periodismo, aun cuando no era periodista de formación, sí era un hombre de izquierda y con iniciativa. Mucho de lo que logró lo debió a su instinto, a sus intuiciones, a su inteligencia. Y lo que no a eso, a sus maestros informales del oficio, Manuel Becerra Acosta en primer lugar. Compartió con él un respeto casi místico por el lenguaje y la buena escritura. También aprendió de él a no ser ese tipo de jefe, ese torbellino del ego.
Su encuentro con los grandes reporteros y cronistas de unomásuno, algunos originarios de Excélsior, materializó en él un compromiso social a través del periodismo. Ocupa la figura de maestro para Blanche Petrich o Jaime Avilés, pero su encuentro profesional con Carmen Lira, la reportera estrella de ese diario, lo llevó al campo de batalla y terminó de formar al Carlos Payán que hoy tanto admiramos.
Un aspecto de su genio periodístico tiene que ver con la fotografía. Periodista que no escribe, fotógrafo sin cámara. La edición y la conversación de Manuel Becerra y Payán con los fotorreporteros generaron una oleada renovadora en el periodismo gráfico, a veces rayano en el arte, como en aquellas series memorables de Pedro Valtierra con los mormones en Chihuahua o en las guerras centroamericanas. Dotaron de un carácter plástico a las páginas de un diario de por sí tan bellamente diseñado como el unomásuno original.
Esta experiencia se vertió en La Jornada con mayor libertad. Primeras planas y hasta dobles nunca antes vistas en México, con una sola foto y texto mínimo. Valtierra, Rogelio Cuéllar, Fabrizio León Díez, Omar Meneses, Raúl Ortega, Víctor Mendiola, Rubén Pax, Alfredo Estrella, Francisco Olvera, Marco Antonio Cruz, Elsa Medina, Frida Hartz y otros sometían cotidianamente sus contactos y ampliaciones a los ojos de Payán. Ahí arrancaba un coloquio, a veces feroz, a veces lacónico, sobre la imagen, la “nota” en ella, su importancia, su utilidad. Como John Berger, desarrolló un método para la fotografía y lo constituyó en cátedra informal.
Otra cosa en común con Berger fue su proximidad con las artes plásticas, su riguroso gusto, su empatía con Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Juan Soriano, José Luis Cuevas, Vicente Rojo y sus obras. Otra vez el modo Payán: crítico que no escribía crítica de arte. Guió a sus reporteros y reporteras culturales por la buena escuela de la mirada. Nadie en México dedicaba una portada a un Tamayo o un Toledo, a una foto al rostro de un poeta o una actriz.
Por si faltara, la escuela de la mirada de Payán comenzaba en casa con su compañera Cristina Stoupignan, artista de joyería, generosa y sagaz estimuladora de las artes y la cultura. Podía pues compartir con Octavio Paz “los privilegios de
la mirada”.
Había en la imagen un compromiso explícito con las clases populares, el proletariado, los estudiantes inconformes, los pueblos indígenas; con una libertad de expresión que podía exigir desnudos masculinos o femeninos con contenido político o de cultura popular. Nunca fue un editor que buscara provocar, aunque a veces el poder de la imagen fuera demoledor. Así como fue fiel a sus convicciones políticas, fue incondicional de su buen gusto.
Esos fotógrafos con los que trabajaba no eran cualquier cosita. Algunos ya venían de Nacho López, Héctor García, Lázaro Blanco, Walter Reuter, o en la estela del Consejo Mexicano de Fotografía. El maestro Payán también aprendía de sus huestes, eran sus ojos en la calle. De ello se desarrolló en la prensa diaria un género novedoso y amable que se dio en llamar “vida cotidiana” y dio soltura a las lentes de los compañeros. Los fotógrafos de La Jornada serían recurrentes receptores del Premio Nacional de Periodismo.
En el hervidero humano que fue La Jornada durante sus primeros años, cuando la gente se iba o llegaba, alguna regresaba. Las pasiones asomaban, el salinismo trajo una oleada de renuncias, sobre todo de articulistas. El departamento de foto también bullía, no todos sus elementos se quedaron, pero el sello de la casa los ha acompañado a lo largo de su vida fotográfica. Y ese sello debe mucho al buen ojo de Payán.