Magali Lara En el jardín de sombras luminosas
- José Ángel Leyva - Sunday, 02 Apr 2023 08:30



El diálogo fluye mientras dibujas y pintas. “Creo ser injusta con mi familia, pero siempre me sentí a la intemperie. El psicoanálisis me interesa pero también el budismo y algunas escuelas de meditación”, te dices en voz alta mientras hojeas el catálogo de Satori, la serie que expusiste en la Galería Nina Menocal en octubre de 2002. Porque satori significa iluminación en un momento de quiebre del sentido que uno construye en la cotidianidad. Emerge de manera intempestiva, insospechada, una visión distinta del mundo y de uno mismo.
Cuando naciste tus padres ya no eran jóvenes o no tanto como los de tus compañeras de colegio. Tu madre provenía de una familia de educadoras, de la saga de Consuelo Zavala. Siempre la reconociste como una mujer muy hermosa e inteligente, pero, piensas, eso la colocaba en un conflicto entre la razón y la belleza, en la que siempre ganaba la preocupación por la segunda. Por eso, cuando comenzaste a oponer resistencia a sus ideas y a sus valores, ella solía preguntarte si creías que eras la primera en nacer con carácter. Un reproche que escuchaste como un mantra.
“Tengo memoria para las palabras. La literatura, particularmente la poesía, es muy importante en mi vida, no sólo como forma sino como comprensión del mundo desde la no comprensión –pareces responder a tu conciencia. Desde pequeña advertí que los adultos decían una cosa y hacían lo contrario de lo que expresaban. No había consistencia en sus relaciones. Sentí entonces la necesidad de construir un mundo propio. En mi familia había mucha locura, una locura orgásmica, de exceso, de gozo, de abundancia, y había también un lado paranoico en el que te sentías perseguido y juzgado todo el tiempo. Quizá fue esa mezcla lo que hizo que varios de nosotros nos dedicáramos al arte. Existe una parte muy destructiva dentro de esa configuración afectiva, o todo era maravilloso o todo era terrible.”
La literatura te dio desde la infancia una perspectiva social y cultural, una idea clara entre los actos humanos y sus palabras. Los escritores te permiten ver esas contradicciones con toda claridad. Descubres, sobre todo en el análisis de los personajes, caracteres, conductas, actos absurdos, los materiales de que estamos hechos los humanos. Y sí, ya no tienes comunicación con Hernán, tu hermano mayor, el escritor, pero él fue muy importante en tu formación. Te descubriste lectora cuando él comenzó a estudiar literatura y trajo a casa –donde había una mínima biblioteca– una gran cantidad de libros a los que él te permitió tener acceso. Tal vez eso determinó que tu manera de ver el mundo fuese más cercana a la generación de tus hermanos mayores y a la de tus jóvenes maestros en el Freire, como Yuri de Gortari y Antonio Deltoro, Anamari Gomís, que te daban otra perspectiva de pensamiento utópico. El viaje a New York con Hernán y Fernando, tu hermano menor, cuando tenías catorce o quince años, te marcó profundamente. La película de tu vida estaba allí, en el Museo de Arte Moderno. Frente a la obra de Jean Dubuffet te convenciste de que ser artista visual era tu destino y tus deseos de autonomía se incrementaron. A la primera oportunidad te inscribiste en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y decidiste trabajar dando clases para pagar tus estudios.
Entre tus compañeros de generación recuerdas a Mónica Mayer, Maris Bustamante, Jesusa Rodríguez, Gabriel Macotela, los hermanos Castro Leñero, Susana Sierra, Oliverio Hinojosa, Carla Rippey, Adolfo Patiño. En la mayoría dominaba un impulso por recuperar el espacio público; la gente no se podía manifestar libremente; la homofobia era sintomática de una sociedad muy conservadora y las mujeres tenían vetado el acceso a ciertos espacios exclusivos para hombres. La izquierda mexicana también era machista y homofóbica.
Comenzaste a buscar un lenguaje que mostrara pero no dijera, que no fuera explícito. Como el concepto de las tijeras que son un objeto doméstico, cortan, pueden ser agresivas y útiles, bisexuales, fálicas y no fálicas, deseantes y desconfiadas a la vez. En ese momento los temas feministas eran el aborto, la igualdad profesional, el divorcio, la patria potestad sobre los hijos, los derechos laborales. Hoy se tocan esos y otros asuntos. “Para las mujeres de mi época era importante el pequeño grupo, parecido a las sesiones de psicoterapia, pero sin la presencia de terapeutas, sólo eso, un grupo de amigas –te aclaras y enfatizas–. La radicalización del movimiento feminista es creciente, aunque hay que decir que la radicalidad no siempre da soluciones, pero suele iluminar ciertos temas complicados.”
Viviste la adolescencia con cierto trauma porque te dabas cuenta de que a la menor provocación los hombres querían meterte mano. No, no tenías conciencia de por qué eras deseada ni por qué tú deseabas a alguien, sólo advertías que había en ti un despertar muy fuerte de tu sexualidad. Hoy admites que la belleza de los adolescentes es muy perturbadora y conmovedora y tú eras parte de esa fuerza de atracción. Concibes el tema del poder y la vulnerabilidad que provoca la belleza como un asunto femenino, común. Lo ves representado en el cuadro Perro semihundido, de Goya, con la sensación de estar atrapadas, inmovilizadas en un plano inclinado, mirando hacia arriba en busca de una explicación o de una posibilidad de liberación.
Y ese pensamiento te conduce a Judit decapitando a Holofernes, de Artemisia Gentileschi, que tan poderosamente atrajo tu atención y que has estudiado con tanto ahínco e interés. Lo tienes presente desde tus primeros años en la Escuela Nacional de Pintura porque había una reivindicación de las artistas del pasado, y una de ellas era precisamente Artemisia, pero también figuraba Sofonisba Anguissola. Ese cuadro de Artemisia fue el que más te intrigó, primero porque al parecer fue el más grande que pintó la artista italiana y expresa una fuerza inusitada. Ella, la pintora, quien seguramente participaba en labores de cocina, sabía lo difícil que es cortar la cabeza de un animal. Más aún cuesta imaginar el degüello de un hombre como el que aparece en el cuadro, grande y robusto. Judith coloca una rodilla sobre el cuerpo de la víctima para, con ayuda de su sirvienta, sacrificar a Holofernes, a quien ella representa como un personaje masculino, atractivo, viril. Hay furia y deseo en la escena.
Abstracto y figurativo: uno y lo mismo
Contemplas la fotografía de tu hijo Andrés con su chica y reflexionas sobre la maternidad y su relación con el trabajo de una artista. Habías cuidado a María Aura, la hija de Carmen Boullosa y Alejandro Aura, y a tus sobrinos. Disfrutabas estar con los niños, pero veías que implicaba una disponibilidad mayor para cuidarlos y construir una confianza, una intimidad.
“En mi caso el deseo de ser madre comenzó a los treinta años –te dices mientras pasas un trapito sobre el vidrio de la foto y la reacomodas en su sitio–. La maternidad llegó en un momento de pérdida, y lo viví como un vínculo no sólo con mi hijo sino como parte del gozo ante la vida. No fue fácil porque fui madre soltera. La maternidad era, en mi época, y lo sigue siendo, un tema complejo por sus repercusiones en los asuntos de cuidado y porque la tradición dicta que éstos recaen sobre la madre. Hay una cultura que pide que dejes de ser persona y te vuelvas un ser abnegado y sin necesidades. La maternidad ha sido muy importante para mí y mi trabajo. Tener una perspectiva desde esa experiencia y esa noción de vida me conectó de una manera distinta con los seres vivos y, en especial, con el jardín.”
Abres un cajón y extraes acuarelas que recrean la naturaleza, flores, hojas. Más figurativas que los dibujos de Animaciones o Satori. Miedo es una serie sobre la naturaleza de cuadros más figurativos; el tema de las hojas está presente…, hojas como espadas, como lenguas. Para tu generación, piensas, la representación del cuerpo femenino venía desligada de la idea del desnudo y más cerca de lo que ahora se llama el cuerpo del artista (en su vulnerabilidad y subjetividad). Tu obra va de lo hospitalario a lo inhóspito u hostil, como lo consignara José Luis Barrios en un escrito acerca de tu trabajo. El dibujo tiene la virtud de reunirte con el mundo, la escritura conlleva la no pertenencia, un trasiego hacia otras direcciones. El texto funciona en ti de esa manera, te impulsa y te involucra en procesos creativos de muy distinta índole. La imagen puede ser violenta, pero conciliatoria, el texto no.
Para ti no hay división entre lo abstracto y lo figurativo. Cuando comenzaste tu relación con las artes visuales te convenciste de que lo abstracto también tiene narrativa, ritmo, aire, estructura, gravedad, silencios. En lo figurativo también habita la abstracción. Te gustaba Frida Kahlo tanto como Eva Hesse. Las dos tenían mucho en común, el sentido del humor, por ejemplo. Frida sufría mucho, pero en su obra hay risa y disfrute, placer. A pesar de la comercialización de su imagen y de su biografía, tu generación quiso mucho y respetó a Frida.
Estás convencida de que la escritura fue tu primera herramienta y que hasta los catorce años tuviste una ortografía impecable. Pero algo sucedió cuando las artes visuales te exigieron una forma diferente de ver, de leer la realidad, de asomarte a tu mundo interior. Comenzaste, por ejemplo, a tener problemas para reconocer las haches. Todo empezó a tener un significado visual y simbólico. Quizá, juzgas, responda a que no puedes controlar esa parte inhóspita que te constituye y por mucho que te fijes, que te concentres, no logras pescar los errores ortográficos. Y repites en tu cabeza que no te sientes ni pretendes ser escritora, pero escribir para ti es muy significativo, indispensable incluso. Y al pensar de esta manera sientes el impulso de buscar tu diario para anotar ideas, para leer tu pensamiento. Y escribes:
“Mi dibujo suele responder a imágenes mentales, a sensaciones corporales. Hay ahora una manera de analizar los esquemas, los diagramas. Su elaboración tiene que ver con el reconocimiento cerebral de espacio, tiempo, palabra e imagen. Un croquis es una proyección de algo no resuelto, no terminado, inconcluso, pero sostenido ya por una idea, por un conocimiento. Allí el dibujo se aproxima a la escritura, que es una actividad más mental. El dibujo como posibilidad de desarrollar una imagen de algo que ignoras pero sabes. Es un ejercicio más intuitivo que racional, pues busca un gesto, una expresión, una forma. Es tal vez ese monstruo que está en ti y no quieres ver, o no puedes, o se te resiste. La fragilidad está puesta allí, en la no completud, en la imperfección que nos hace sentir frágiles, vulnerables, no obstante que se resuelva con mucho carácter. Allí está la intimidad del artista, su imperfección con la que dialoga el espectador.”