La flor de la palabra
- Irma Pineda Santiago - Sunday, 30 Apr 2023 11:03



Siwibo es una comunidad rarámuri en la sierra Tarahuamara, a donde llegamos después de viajar por una carretera más destruida que asfaltada por los constantes derrumbes de rocas, luego por un camino estrecho de terracería donde es mejor no encontrar ningún vehículo de frente, pues no hay hacia donde arrimarse más que al vacío. Nuestro amigo y guía Víctor Martínez recorre esta ruta desde hace treinta años, conoce bien los lugares, a la gente y la cultura. Gracias a él pudimos asistir a la celebración de Semana Santa que los pobladores realizan según su propia costumbre, como la danza nocturna en la que, al ritmo de tambores y violines, pisan con fuerza la tierra para endurecerla, para que sea firme y no tenga debilidades. Danzan también para alejar todo mal del mundo, para fortalecer al sol y que sea posible iniciar un nuevo ciclo de vida.
Para esta danza los hombres se preparan desde días antes, afinan los tambores y las cuerdas, escogen la vestimenta, buscan y recogen tierra blanca para teñir sus rostros y cuerpos. Van al río a pintarse y, en su marcha de vuelta, con lanzas y tambores en mano se miran como un hermoso ejército blanco, cuya misión es luchar contra la maldad para cuidar a las almas. Las mujeres preparan el maíz con el que hacen una refrescante bebida llamada tesquiate, y otra parte fermentada da lugar a una especie de licor que nombran tesgüino. Cada quien hace lo suyo, pues desde tiempo atrás se han distribuido las responsabilidades. En estos días de ceremonias, esta comunidad de 108 habitantes (según datos del Inegi), recibe con alegría a quienes vienen de pueblos y rancherías vecinas, también a sus propios hijos, los que viven en otros sitios por el trabajo, la escuela u otras necesidades, los cuales participan en las actividades y también bailan con fuerza para fortalecer a la tierra y no olvidar su origen.
El día de la ceremonia principal se bendice y se pide permiso a todas las cosas que serán usadas en la celebración: la tierra, el maíz, las bebidas, tambores y lanzas. Quien guía la ceremonia lo hace en la lengua rarámuri, con las manos dibuja signos en el aire, luego con una pequeña jícara de morro comparte el tesgüino, que pasea de boca en boca. Más gente se acerca, hablan en su idioma y ríen mucho, se ven alegres, como los colores que visten: rojo, amarillo, naranja, azul cielo, rosa mexicano, verde; casi nadie viste colores oscuros. Hay varios niños: “Hay que traer a los bukis para que vayan aprendiendo”, me dice Calistro, uno de los jóvenes ahí presentes. Luego de la bendición vamos a la iglesia, ahí Don Juan, el rezador, hace sus oraciones, las mujeres cargan y sahúman una cruz y las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen de Guadalupe.
Antes de la danza hay una reunión con las autoridades del poblado, seis hombres y dos mujeres (Esther, gobernadora segunda y Juanita, comisaria de policía) toman la palabra frente al grupo reunido, lo hacen en rarámuri, unas muchachas me traducen y cuentan que lo dicho por las autoridades son consejos para que la celebración se desarrolle en paz, que no beban demasiado, que no peleen entre ellos, que la danza es para salvar al mundo y para pedir que haya lluvia y buena cosecha, para tener alimento. Entre todo lo que dicen, llama mi atención que se pide a los jóvenes que tengan cuidado con las imágenes que comparten en las redes sociales acerca de estas ceremonias y la comunidad. Se reclama a algunos haber compartido videos o fotografías sin contexto, que dan una idea negativa de la gente y las costumbres comunitarias, por lo que les recomiendan contextualizar las publicaciones en los medios digitales. Este último tema no se trataba hace algunos años en Siwibo, pero es interesante que ahora se discute como cosa pública, pues el uso que se da a la tecnología, aunque sea individual, puede afectar a toda la comunidad, por lo que es necesario seguir conversando sobre ello.