Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Sunday, 04 Jun 2023 11:41 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Terremoto Dahlia

 

Podrás no estar de acuerdo con Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, 1985) y, sin embargo, te pasmará su capacidad argumentativa que, inevitablemente, te hará reconsiderar lo que sea que pienses sobre el feminismo. Por ejemplo: ¿A quiénes dejaron en el camino las feministas blancas, a las que la feminista radical española Itziar Ziga se refiere como “feministas del cuarto propio”, en contraposición con las “del zulo propio”?

Significado de zulo, según la RAE: “Agujero o habitáculo oculto, generalmente subterráneo y de dimensiones reducidas.”

Dahlia de la Cerda lleva, pese a su juventud, un buen rato en la talacha literaria y el activismo social, pero fue hasta hace unos meses, gracias a la reedición en Sexto Piso de su primer libro de relatos, Perras de reserva, que se volvió un acontecimiento por su narrativa tan cargada de furia y dolor, y una ingente necesidad de sacudir al mundo, más que de cambiarlo. Estos elementos tienen su reflejo inmediato en Desde los zulos (Sexto Piso, México, 2023), un imponente ensayo que, si bien retoma los conceptos de Ziga, adquiere un tamiz tan personal e íntimo que es factible sugerir que los “zulos” que Dahlia sigue habitando, conceptualmente, al menos, son fruto exclusivo de sus lecturas; ardua y subjetiva interpretación de las mismas y, por supuesto, de sus lacerantes vivencias, incluido un feminicidio muy cercano:
“El zulo es la antítesis del cuarto propio. Un zulo es la banca de un parque. Es la computadora prestada. Es la taza del baño y es la azotea de la casa. Un zulo es el lugar desde donde escriben las desposeídas.”

Dahlia tiene acá un careo con las llamadas feministas del cuarto propio. Me permitiré recordarle a la autora que, a veces, las apariencias engañan; que existimos privilegiadas hipotéticas, blancas por fuera, negras por dentro (y no es rollo); que conocemos la experiencia de escribir desde un zulo. Alguien que en 1999 concretó una novela pasando tardes enteras en un módulo en la glorieta del Metro Insurgentes donde cobraban 10 pesos por hacer uso de una PC destartalada durante media hora y, cumplido el tiempo, apuntarse para otro turno, pagar otros 10, y así, mientras distraía el hambre con tacos de 1 peso. ¡Yo lloré con Un zulo propio, carajo! Y, si bien comprendo que no ha sido la intención de la autora pasar por heroína, la verdad es que se la juega, legalmente incluso, mucho más que la mayoría de las feministas que conozco.

Para esta modesta reseña opto por no clavarme en lo político. El espacio me permite, de momento, discurrir sobre la autora y sus irrebatibles virtudes como narradora, ensayista, activista y pedagoga del feminismo. Ha sido lo bastante sabia para transformar sus hándicaps en reafirmaciones. Destinada a la lucha desde su nacimiento, como portadora de una enfermedad congénita que explica la apariencia de su ojo izquierdo que podría pasar por un guiño pícaro. Su hermosa sonrisa, en combinación con su forma de exponer su historia, es refractaria al victimismo. Reconoce haber sido una odiadora de hombres, de ésas que han contaminado el feminismo, como también las transfóbicas, que igual me encabronan… hasta que conoció a uno, sobre el que preferiría que leyeran en su libro, que, sin gozar de gran escolaridad, trabajó hasta tres turnos para apoyarla en la conclusión de su licenciatura en Filosofía. Ella tiene un argumento perfectamente afianzado en sus múltiples lecturas, incluidos espontáneos chispazos de genialidad de cuestionables celebridades, para explicar cada una de sus ideas, las de ayer y las de ahora, así como de cada uno de sus actos. El antónimo de hipocresía es sinceridad, pero a partir de ahora podría ser “Dahlia de la Cerda”, que ni por un segundo pretenderá justificar sus actos, ni fingir que no deplora a las mujeres que se llenan la boca con el neologismo “sororidad”, sin saber con qué se come.

Si los terremotos, como los huracanes, tuvieran nombre… serían de mujer. Dahlia, el más intenso.

 

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