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La aventura de la comprensión

'Metapoética', Fernando Martínez Ramírez, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2021.
Alejandro Anaya Rosas

 

Fernando Martínez Ramírez (Chiapas, 1965) es académico, ensayista y crítico literario, y no es el gran número de artículos sobre literatura, en publicaciones especializadas, lo que lo avala, es decir, no la cantidad sino la calidad. Para el chiapaneco, el interés por plasmar más que el mero comentario sinóptico al hacer crítica proviene, es casi seguro, de sus estudios en filosofía. Pero antes de continuar por los senderos de la crítica literaria, del ensayo y los artículos, es preciso mencionar que Fernando Martínez también sabe contar historias y, por cierto, muy bien. Sobresale el cuentario La Babel de los payasos (Miguel Ángel Porrúa, 2000). Hay que enlazar estas dos características en la obra ensayística del autor, la filosofía y el menester por narrar de un modo convincente, para hacernos una idea de lo que este hombre pretende transmitir a la hora de analizar un texto: por un lado, está el ejercicio de ahondar en las interrogantes que, desde siempre, han turbado el alma del ser humano; por el otro, la necesidad de hacer de la crítica literaria y del ensayo un acto creativo, una obra de arte –poiema–, cruzar la línea divisoria que separa al poeta-creador del llano comentarista.

Cuando la crítica se aboca a la parte estructural de la obra, se manifiesta ininteligible para un lector no especializado, académico o estudiante, e inclusive para ambos puede resultar una lectura exasperante. Por el contrario, si el ensayista, con las herramientas teóricas que otorgan solidez a sus reflexiones, desciende a la parte humana donde habitan las dudas ontológicas y las posibles respuestas que sosiegan aquella dificultad del ser, será probable la transmisión de juicios lúcidos, así como el dialogo donde convivan tres entes unidos por un núcleo, para desentrañar la humanidad, luminosa u oscura, del texto analizado. En dicho esquema, el crítico y el lector del mismo convergen con la obra puesta bajo la lupa, y el vínculo de aquella triada vendría a ser el ensayo; de eso se ocupa el último libro de Martínez Ramírez, Metapoética: de soslayar la parte somera de la crítica literaria.

Para que lo anterior funcione, el crítico literario debe llevar a cabo un acto fundacional, como el narrador o el dramaturgo; detentar el poder creativo para seducir o conmover al lector, al grado de que éste sienta que tiene en sus manos una obra nueva, una historia que germina de otra, una suerte de palimpsesto, nos dice Fernando Martínez, y, por consiguiente, se le revelará también un “sentido otro”, inédito. Es decir: el crítico no traduce, trabaja de manera heurística y halla así una obra oculta, una que emerge de sus desasosiegos ontológicos –pensemos en esa zona que Jung denomina “inconsciente colectivo”–, porque, dice el autor en Metapoética, “Una imagen, una lectura, las ideas de los demás, permiten intentar nuestras propias concepciones, proyectándonos sobre lo ya sido para proclamar nuestra propia verdad.”

Las postas que marcan el sendero por donde transita Fernando Martínez para arribar a sus ensayos, tienen un vínculo directo con la mitocrítica y la parte simbólica de la literatura –Joseph Campbell, Gaston Bachelard, Roller Caillois…–, aunque, como crítico serio y académico, los referentes estructurales, como Foucault, también conforman las fuentes teóricas de su Metapoética. Cabe señalar que, aunque muchos de sus artículos se apoyan en los andamios de la mitocrítica y el esquema del monomito campbelliano, Fernando Martínez es capaz de desentrañar secretos con las herramientas teórico-estructurales de la crítica literaria. Sin embargo, en el libro en cuestión, el autor mete el dedo en la llaga: su Metapoética alude a un desencanto hacia la parte institucional de la literatura, aquella que forma al estudioso de las letras a su antojo para conducirlo al fallo de la “ciencia de la literatura”, pues quien hace la crítica siempre será un ser humano, inherente a su propia subjetividad, es decir, cito: “atravesado por juicios de valor [ya que] el lenguaje encubre y propaga una ideología, siempre”.

En un afán por apartarse de los moldes teóricos donde puedan cuadrar las obras de literatura, como aquellas esferas ensarta-figuras donde los niños introducen formas geométricas, es que Fernando Martínez Ramírez ensaya su metapoiesis, la cual aboga por un ejercicio ético a la hora de escribir, donde el crítico se juegue la “didáctica institucional” por el “goce”; porque, lo sabe el autor, con la preconización de saberes con los que “suelen cometerse abusos con las jergas técnicas, el crítico se dedica más a demostrar el dominio de un lenguaje, que a proyectar alguna forma de comprensión sobre la obra o sobre el autor”; y esto ya no es viable para escritores como Fernando, que persiguen una “epifanía”, un “sentido” nuevo; quienes emprenden una “aventura heroica”, si se nos permite el término, con cada texto leído.

 

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