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- Anitzel Díaz - Sunday, 11 Jun 2023 11:55 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

Theodor W. Adorno afirma que “todo arte es un crimen no comprometido”, con lo cual quería decir, simplemente, que por su propia naturaleza el arte desafía al status quo, o quizá sólo lo pone en evidencia.

Hace algunos años se presentó una exposición cuyo tema central es el racismo en México. Con el título Imágenes para ver-te: una exhibición del racismo en México, la muestra era un espejo de cómo nos vemos reflejados en el otro. Una de las obras más impactantes es un dibujo que forma parte de la serie Teules, de José Clemente Orozco. Una denuncia temprana, las pinturas son un relato visual del enfrentamiento entre españoles e indígenas.

Comisionado por El Colegio Nacional, del que fue miembro fundador, Orozco realizó una serie de más de sesenta piezas, entre pinturas, acuarelas y dibujos, basadas en la crónica de Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Nueva España. En la obra del cronista, los teules son los españoles.

En su temperamento, el artista es el hijo legítimo de la conquista. Determinado, esencial, violento, crea un conjunto de obras donde no hay espacio para sutilezas. El drama y la urgencia están en cada una de las piezas. El conjunto está lleno de carácter humano, el espectador se siente inconsciente como el conquistador y resistente como el indígena. Están presentes abyección, tristeza, explotación y marginación, en su versión más cruda y amarga, de los conquistados, pero también el naufragio y la transformación de los conquistadores. El estilo es único, las piezas tienen un carácter muy gráfico, simbólico en su acción y concepción. Todo ocurre aquí, frente al espejo que mira. En la obra se asoman las asimetrías del poder y el racismo, ambos vigentes hasta el día de hoy.

“Vivimos todavía en una sociedad impregnada de racismo hacia los indígenas, entre un discurso que los compadece y acciones que los nulifican como personas, como sujetos sociales organizados de una manera distinta, con formas de vida y creencias que difieren de las llamadas mestizas”, escribe César Carrillo Trueba, curador de la exposición.

Un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México concluye que el color de piel influye en la aceptación y movilidad social de los mexicanos. Incluso, entre los jóvenes genera que se autodefinan con un tono más claro para evitar ser discriminados, lo que el historiador Federico Navarrete denomina “racismo cromático”. El tinte más vendido de cabello en México es el rubio cenizo. En un país donde se niega el racismo, se discrimina por todo: por clase, por tono de piel, por orientación sexual, por educación, por género.

Del mestizaje fuente y negación del mexicano se deriva lo que hoy divide. Mientras más claro sea el tono de piel, mejor. No en sí como un rasgo físico, sino como imán de una serie de cualidades sociales positivas; de poder, riqueza y lo que esto conlleva.

En una entrevista para La Jornada, Francisco Toledo recordó cómo su abuela revisaba los pies a todos los bebés que nacían en la familia. “Si el recién nacido tenía los pies de la tía Julia, la de rasgos más negros, cuando grande no iba a encontrar zapatos, no iba a encontrar huaraches, no iba a encontrar marido”, y añadió, “con los chontales, los zoques, los mixes me tocó ver en mis tiempos cómo los zapotecos trataban mal a otras gentes que venían a comerciar en
la región. Entonces hay un racismo entre los mismos indígenas.”

En la misma exposición se exhibió la instalación de los 43 papalotes con las caras de los estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa. Hoy las víctimas de nuestra construcción social tienen nombre, su imagen ha quedado impresa para siempre en la memoria de nuestro país.

 

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