Cartas desde Alemania
- Ricardo Bada - Sunday, 25 Jun 2023 20:53



Su autora, Lucila Gamero de Medina, publicó Blanca Olmedo en 1908, a sus treinta y cinco años. Había nacido el 12 de junio de 1873, en Dani, ciudad hondureña, así que hace dos semanas fue el 150 aniversario de su natalicio.
La conocía desde 1976, cuando la mayor Feria del Libro del mundo, en Fráncfort, tuvo por primera vez un invitado de honor: “América Latina, un continente por descubrir” fue su lema en aquella ocasión, y los organizadores tuvieron a gala traer una representación de todos y cada uno de los veintidós países latinoamericanos, amén de Estados Unidos con su riquísima literatura chicana. Como enviado especial de la Deutsche Welle (la BBC alemana) a dicha Feria, tuve el gusto de entrevistar a todas las personas encargadas de dirigir los pabellones nacionales, entre ellos el de Honduras. Así conocí a esa gloriosa desconocida: Blanca Olmedo. Por cierto, publicada por la Editorial Diana, de México.
A mi regreso de Fráncfort la leí de una sentada. La prosa de Lucila Gamero de Medina es magnética, tiene un sentido del ritmo y una manera de dialogar que hacen pensar en Galdós. Como Galdós, ella desmonta la falsedad de la Iglesia católica y la corrupción de la clase alta sin necesidad de decirlo, sencillamente haciéndoles hablar con sus propias palabras, tanto al sacerdote Sandino como al pérfido Elodio Verdolaga. Que el lector los condene por lo que dicen, por destruir unas almas y unas vidas usando esa arma letal: el idioma que manejan.
Cuando terminé de leerla pensé en la dolorida frase de Larra (“Escribir en España es llorar”) y me dije que nacer en Honduras, a comienzos del siglo pasado, también lo fue. Blanca Olmedo es el análisis clínico del envenenamiento mental de una sociedad; su denuncia social es abrumadora, pero su prosa –sobre todo sus diálogos– un deleite, con una ironía subyacente que recuerda la de Jane Austen. Transcribo un botón de muestra: Doña Micaela Moreno platica con Blanca Olmedo, la institutriz que ha contratado para educar a su sobrina Adela: “Usted, con su buena conducta y carácter humilde, se ha captado mis simpatías y quiero tratarla como si fuese de mi familia.” “Gracias, señora; pero, francamente, no merezco tanto.” “Ese conocimiento que de sí misma tiene es lo que más me agrada en usted –dijo con el acento más natural del mundo.”
Es una novela cuya trama sucede cuando ya pasó el romanticismo, pero su elocución y su argumento no pueden ser sino románticos. Están de sobra en ella tantas interjecciones, “¡Oh!” y “¡Ah!” al final de cada capítulo subrayando su contenido en dos o tres frases, pero entiendo que la autora era consciente de ello y lo hizo para contrabandear así lo que en verdad le interesaba: desmontar pieza por pieza la estructura moral y política de la sociedad de su tiempo. Y no debe dejarse de lado la precisión onomástica de los personajes, otro rasgo janeausteniano. Al cura lujurioso, enfermo de deseo por la protagonista, lo llama San-dino. Al Juez tramposo, sin escrúpulos y sin vergüenza, lo llama El-odio. A la tía de Adela, una fanática de fe granítica, y una clasista aupada por su boda a una posición que le queda grande, la llama Mica-ela (donde además de que una mica sea un simio, es también el nombre de uno de los tres componentes del granito). Al cura mal mirado por sus colegas a causa de su empatía con los pobres lo llama Bonilla. Y a la infeliz protagonista, Blanca (=inmaculada).
El día de 1998 en que se inauguró la Feria del Libro de Bogotá, aquel año con Alemania como país invitado de honor, Óscar Collazos me hizo una entrevista y me preguntó qué libro le recomendaría a los visitantes del evento. Le contesté que comprasen un ejemplar de una gran novela poco menos que desconocida fuera de su país: Blanca Olmedo, de Lucila Gamero de Medina. Hay un audiolibro completo en You tube https://www.youtube.com/watch?v=8qR2FvEvwP8.