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Historias en el seno familiar

'La familia', Sara Mesa, Anagrama, España, 2022.
Saúl Toledo Ramos

 

La familia es el primer enemigo del ser que nace…

Tu padre será tu primer tirano, te abandonará y hasta te repudiará

cuando tú no quieras escucharlo.

Dr. Atl, Gentes profanas en el convento

 

 

 

Durante el ocioso ejercicio de navegar en la red, se le preguntó a Google sobre la Familia. Arrojó la siguiente definición “Única institución capaz de velar, cuidar, proteger y amparar a los más débiles de la sociedad.” Tiene, además, otro par de detalles: el parentesco o consanguinidad y que todos los integrantes ocupen una misma vivienda. El texto cierra con la frase: “La familia, su valor, su función y su misión dentro de la sociedad, es clara e incosteable… es la base fundamental de toda organización social y humana.”

Gratas palabras que se contraponen a lo escrito en La familia (Anagrama, 2022), de la escritora española Sara Mesa (Madrid, 1976), con el que obtuvo en su país el más reciente Premio Cálamo Extraordinario, y con el que deja muy mal parada a la institución de marras.

La historia gira alrededor de un clan cuya cabeza, por lo menos en apariencia, es Padre, hombre recto que idolatra a Gandhi, tanto así que está empeñado en inocular sus ideales y hacer que sus vástagos lleven la vida austera y ascética del líder espiritual indio.

Pero la cosa no es tan fácil: son cinco personalidades distintas con las que debe de lidiar. Incluso Madre, quien apariencia acepta las reglas, en el fondo admira la forma en que los hijos, sobre todo la adoptiva, se rebelan y cuestionan las imposiciones del hombre.

Con una avidez casi científica, la escritora disecciona a la familia, se cuela a sus habitaciones y, como si los pusiera bajo un microscopio, ausculta –¿espía?– a cada uno de los integrantes para mostrarnos sus filias y fobias, sus sueños pero también sus pesadillas. Estas últimas son más poderosas y tangibles. Sin previo aviso se presentan durante la vigilia, haciendo penosa la vida de los protagonistas. Padre cree que con sus enseñanzas les hace un bien pero no se da cuenta, o no quiere hacerlo, de que los lanza con muy pocas herramientas, casi desarmados, a un mundo hostil y violento.

Hay escenas que abruman y causan pena ajena, como las del infeliz muchacho que, bajo la guía del progenitor, debe ir por el barrio, puerta por puerta, en busca de que alguna alma caritativa aporte fondos para ayudar a enfermos. Sólo una mujer se compadece de él y colabora con generosas donaciones. En otros lados no obtiene nada más que burlas e insultos.

Hay otras escenas cargadas de tensión electrizante, como aquella en que dos hermanas, la menor y la mayor, urden un aventurado plan para que, durante una cálida madrugada, la segunda de ellas se escape para ir a encontrase con el novio, con quien vivirá sus primeras experiencias sexuales. Todo esto a riesgo de que sean descubiertas y reciban un castigo ejemplar.

A lo largo del libro aparecen otros actores que enriquecen la trama, como la hambrienta dama culta que resguarda en su regazo a una cría de gato, o el tío bonachón que, a su manera, cumple gustos y caprichos, y que no aprueba, ni de lejos, las espartanas prácticas con las que el cuñado fuerza a vivir a los sobrinos.

Las últimas páginas son de una impiedad sobrecogedora. En ellas, Sara Mesa describe la forma en que el espíritu de Padre se viene abajo y, creyéndose en soledad y ovillado sobre sí mismo, rompe en un llanto que conmueve hasta a las piedras. A qué se debe su dolor es una incógnita; no obstante, ocultos en la penumbra, dos de sus hijos son testigos de su desplome.

No hay que ser muy observador para darse cuenta de la pequeña trampa que tiende la autora: la de despersonalizar a Padre y Madre llamándolos sólo con esos apelativos, como indicando que el mundo está repleto de ellos y que incluso el lector corre el riesgo de sufrir o de volverse uno de ellos. Por fortuna, como dicen los progenitores sabios, siempre habrá honrosas excepciones l

 

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