'Parte del paisaje': La poesia de Adriana Lisboa
- Marco Antonio Campos y Rodolfo Mata - Sunday, 25 Jun 2023 20:18



Pesca
con Clarice
Como en las fiestas de junio de la infancia
cuando pescábamos peces de papel
en la arena y premios en los peces:
me lanzo como cebo a la pesca
del poema
en el poema
aunque él sea como el alma húmeda del pez vivo
que la verdadera pesca desmiente.
Palabra
Olvida la palabra –
no tiene gracia alguna,
sirve sólo para esto:
acercarse al silencio
y resumirse en un punto.
Sólo sirve de testimonio
de la propia ineficiencia.
Olvida:
piensa en el nudo de remate
antes que el hilo se corte,
usa de la palabra apenas
el grado que sugiere vida
(incluso siendo ella el índice
de su propia muerte)
Ganar la vida
Después de la pequeña cirugía
(firme por favor los papeles que
confirman que está consciente de los riesgos)
traducir dos poemas
es un trabajo para el día de hoy,
una dosis de medicina
(ibuprofeno, me recetaron, mas no fue
suficiente):
traducir dos poemas
para ganar el día
para ganar la vida.
Papelaria União
Era donde yo compraba mis cuadernos.
El centro de la ciudad era nuestro patio.
Fotografiabas los gatos
y los carteles en los postes de luz de Cinelândia.
Había en nosotros una modestia
casi arriesgada, casi
inmodesta. De muy poco
dependía nuestra supervivencia: tiempo,
música, filmes. Calles de paralelepípedos.
A sugerencia tuya,
compraba mis cuadernos
en la Papelaria União. Anotaba
allí nuestro futuro en versos
verdes, de una confianza irreflexiva.
No notaba la prudencia
clarividente de las hojas ya amarillentas
de otoño, de anticipación.
A ocho llaves
Pensar en lo que sería
si hubiese sido
pero no fue:
casi un autoflagelo, pero involuntario
(¡no piense en un elefante!),
un secreto a ocho llaves
y el riesgo inmenso del ridículo.
Yo me perdono –concedamos– la impaciencia,
las torpezas y el día
cuando casi estrellé
el coche en un muro (era el Fiat 147 de la foto).
Me perdono incluso
el no haber perdonado entonces.
Pero el ridículo, este ridículo depurado
por el tiempo –ve hasta qué punto llegué:
ladrando ante la puerta de tu alejamiento,
lamiendo los restos de lo que sería
si hubiese sido
lo que no fue.
Lo que no fui.
Blue Sunday
No me acuerdo si fue on a blue Sunday,
como cantaba Jim Morrison en nuestros oídos.
Ni sé cuántos atajos tomamos después –
el héroe de Truffaut es hoy un tipo serio,
y nosotros, que lo conocemos
desde la época de nuestros quatre cent coups,
de nuestras tardes sin ninguna urgencia
de bruces sobre Río, entre los turistas,
envejecimos también. Sé que no suenan
las alarmas por nosotros: no somos ni siquiera
una vaga amenaza. Pero en ese hueco mal sellado
que quedó, sigo mendicante,
y cargo ojeras bajo los ojos,
mientras aguardo los tiempos más suaves
anunciados en la canción.
Jerusalén
Ya bastaba el doble cliché cuando
desembarcaron en el campo de batalla:
el para siempre del preludio,
el no era así exactamente el posfacio.
Pero aún más ingenuo fue haber supuesto que
la sustancia del amor, si por acaso
se acaba (sí, por acaso se acaba),
no se oxida: apenas se evapora en el aire
como un ángel muerto por asepsia.
Que no se aceda,
no se echa a perder ni apesta ni se llena de moho,
no se arrastra en ese purgatorio de
actas, pagarés, honorarios,
hasta que la muerte definitiva nos repare
(o el tiempo o el cansancio)
y así retirados, desenredados
dos veces de la sustancia del
–¿cómo dicen que se llama?
(se repartieron sus vestiduras y las sortearon)
puedan seguir
como extraños que son,
a Jerusalén, al fin, liberada.
Nota y versiones de Marco Antonio Campos y Rodolfo Mata.