1928-2023 Adolfo Gilly: historia, pensamiento y congruencia

- Luis Hernández Navarro - Sunday, 16 Jul 2023 08:40 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La obra, el carácter y la congruencia del pensamiento en la vida y la obra de Adolfo Gilly (1928-2023), el pensador de “salvaje lucidez” que siempre supo respetar “las palabras y los conceptos”, ambos rasgos muy poco frecuentes en la teoría y la práctica políticas, son el eje de este ensayo. Entre otras muchas cosas, un intelectual vinculado a la acción que “se exigió a sí mismo precisión, claridad y objetividad; transparencia y lealtad a los significados”.

 

Batir el tambor del alba

En el local de los electricistas democráticos, en la calle de Zacatecas 94, en Ciudad de México, una pequeña urna con las cenizas de Rafael Galván, su dirigente histórico, fue colocada sobre una bandera rojinegra. Al fondo, un óleo con su imagen puño en alto dio rostro al homenajeado.

Ese 4 de julio de 1980 llovía. Los amigos y compañeros del hombre de la Revolución Mexicana en su fase cardenista velaban sus restos. Allí estaba Adolfo Gilly. Se habían conocido personalmente en noviembre de 1976, cuando el argentino regresó a México de su deportación y exilio. Las ideas los hicieron amigos.

La relación tenía una historia atrás. El líder electricista facilitó la publicación de La revolución interrumpida, la obra insignia de Adolfo, cuando él se encontraba tras las rejas. Y, ya libre, le pidió a Rodolfo F. Peña, director de Solidaridad entre 1969 y 1973, órgano del movimiento, que visitara al historiador en París, debatiera con él y le presentara al “compañero Posadas” (Homero Cisteli), el dirigente trotskista de una de las tendencias de la IV Internacional, a la que Gilly pertenecía en aquellos años.

El revolucionario, que tuvo entre otros nombres de batalla los de Héctor Lucero y Esteban Medina, preso en México desde 1966 por sus vínculos con la guerrilla guatemalteca, empezó a seguir las luchas de los electricistas democráticos que dirigía el michoacano Galván, cuando, a partir de 1969, comenzó a llegar al Palacio Negro Solidaridad, “una revista que era mucho más que una revista”. Las relaciones entre el intelectual y ese movimiento sindical se estrecharon cuando el periodista Francisco Martínez de la Vega empezó a ir a la crujía N, a visitar a Víctor Rico Galán, compañero de Adolfo en la celda 16. Cada domingo lo acompañaba también Rodolfo F. Peña.

A diferencia de otros camaradas, Adolfo no lloró ese día triste en la capilla ardiente. En cambio, experimentó un insoportable malhumor que luego comprendió que se llamaba furia. Volvió a su casa tenso y extenuado. Se tiró en la alfombra, cerró los ojos y sus lágrimas corrieron por las sienes.

A decir de Gilly, la figura de Galván fue un punto de cruce entre el cardenismo y el movimiento obrero mexicano. Para él, el michoacano era descendiente de la izquierda jacobina de la Revolución Mexicana, que creía que era posible cambiar el país en un sentido socialista a partir del Estado surgido de la revolución, prolongando, en un programa de clase, el cardenismo obrero.

Rafael Galván falleció cuando su movimiento había sido derrotado. En 1975, el hostigamiento en contra de los electricistas democráticos se recrudeció y las fuerzas oficialistas se lanzaron a aniquilarlos. A pesar de ello, los trabajadores se propusieron agrupar a la naciente insurgencia obrera, campesina, popular que despuntaba
en el país en un gran frente de masas. Era, decía el michoacano, la hora de “batir el tambor del alba cuando la noche aún no se retira”. Su movimiento se convirtió en soporte y símbolo de la lucha contra la burocracia gremial y por la democracia y la independencia sindical. Sin embargo, fue infructuoso. El alba nunca despuntó. El charrismo sindical expulsó a Galván y a sus compañeros del sindicato, los persiguió en sus puestos de trabajo y los acorraló para obligarlos a una rendición que nunca aceptaron. Sin embargo, el naciente frente y sus principales impulsores fueron aplastados.

No obstante este desenlace, Adolfo Gilly tuvo en los electricistas democráticos, en su liderazgo, en sus intelectuales históricos y en su entramado organizativo (el Movimiento Sindical Revolucionario y la revista Solidaridad) a una significativa fuerza político-gremial sensible a sus planteamientos sobre México. Parecían ser la demostración práctica de la pertinencia de su propuesta sobre las rutas de la transformación social en el país. En reciprocidad, los sindicalistas democráticos se hicieron de un formidable intelectual que reflexionó sobre la naturaleza y perspectivas de la lucha con salvaje lucidez.

En la parte final de La revolución interrumpida, Adolfo escribió: “La revolución socialista nace de esta revolución (la mexicana), viene dentro de ella, es su continuación y su culminación. Es, al mismo tiempo, su superación y su trascrecimiento” y añadió: “Ninguna organización, ninguna política revolucionaria pueden construirse al margen y fuera de la revolución mexicana.”

El galvanismo, como después lo fue la Corriente Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas, fue, según su mirada, la demostración práctica de cómo la revolución se reinició donde la había dejado el general Cárdenas.

Teoría y práctica

Dirigente revolucionario y teórico marxista a lo largo de toda su vida, Adolfo Gilly participó en movimientos transformadores en países tan diversos como Bolivia, Cuba, Holanda, Francia, Guatemala, Italia y México. Militó en partidos de izquierda, acompañó un sin fin de luchas populares y asesoró a Cuauhtémoc Cárdenas en el antiguo Distrito Federal.

Como lo hizo León Trotsky en Historia de la revolución rusa o en 1905 Resultados y perspectivas, sistematizó y teorizó las experiencias que vivió de primera mano en América Latina y Europa. Echando mano de las herramientas de la historia y la buena literatura, de los recursos del nuevo periodismo y de la profundidad del pensamiento crítico, dibujó espléndidamente los contornos esenciales del mapa sentimental de nuestra era.

Sus numerosos libros fueron escritos utilizando diversos recursos narrativos. Hay en ellos reflexiones sobre teoría de la historia, remembranzas personales, entrevistas, crónicas periodísticas, retratos, crítica histórico-literaria e Historia con H mayúscula. Fueron redactados a horcajadas entre la prosa y la poesía disfrazada de prosa.

Lo suyo no consistió en narrar los grandes relatos del poder sino, por lo contrario, en contar sus rupturas y sus discontinuidades. Combinó, invariablemente, una visión del arriba y del abajo, observando detalladamente el tejido invisible del campo popular. No se detuvo excesivamente en dar cuenta de sus programas (a los que consideró necesarios para la organización autónoma de los subalternos), sino que se volcó en dibujar las formas, los lazos y las imaginaciones de esos movimientos que, con frecuencia, vienen de atrás.

Ni en sus escritos ni en sus discursos adjetivó o calificó. Razonó y acudió a la razón de los lectores y sus audiencias. Se exigió a sí mismo precisión, claridad y objetividad; transparencia y lealtad a los significados. Respetó las palabras y los conceptos. Su materia de trabajo no fueron las creencias sino las palabras, los conceptos y las ideas que acompañan el movimiento social real.

Las fronteras de la época en la que sus reflexiones se movieron se ubicaron en un siglo en el que la revolución se encarnaba en fuerzas distintas al proletariado: las de las rebeliones y guerras de liberación nacionales, la marea poderosa y oscura de aquellos que Franz Fanon llamaba los condenados de la tierra.

Simultáneamente hombre de letras y de acción, al final de su vida Adolfo estaba entusiasmado con la publicación de Yon Sosa. Historia del MR13 en Guatemala y México. Seguida de las memorias militares del comandante guerrillero, de Arturo Taracena Arriola.

En la revista Monthly Review hizo un breve recuento de los libros que lo impactaron. Mencionó, entre otros: El amor loco, de André Breton, el poeta surrealista francés. Los jacobinos negros, la formidable historia de la revolución en Haití, ejemplo de historia desde abajo, de C. L. R. James, el pensador marxista afroamericano de Trinidad y Tobago, que se reivindicó trosquista. Los ríos profundos, del escritor peruano José María Arguedas. La poesía del también peruano César Vallejo. Los condenados de la tierra, de Franz Fanon, que leyó de una sola sentada. En la década de los noventa se acercó a La creación de la clase obrera inglesa, de Edward Thompson. Durante su exilio a comienzos de los setenta, estudió a los obreristas italianos. Huellas de esta incursión pueden rastrearse en su libro Sacerdotes y burócratas.

Entre 1977 y 1985, Adolfo dirigió la revista teórica Coyoacán, publicada por la Editorial El Caballito, de la que aparecieron dieciocho números. Desde allí se propuso construir un proyecto proletario para la revolución latinoamericana, en el que la teoría marxista debía ocupar el papel organizador de la práctica concreta de la lucha de clases.

En 1976 se fundó el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), sección mexicana de la IV Internacional-Secretariado Unificado. Adolfo objetaba que su dirección se había formado en las ideas de Ernest Mandel, reacia a comprender los movimientos de masas bajo dirección nacionalista. Sin embargo, estuvo cerca del proyecto y acompañó diversas iniciativas suyas, hasta que se incorporó a sus filas durante su IV Congreso, en noviembre de 1984.

Rompió formalmente con el partido en marzo de 1988, junto a militantes como Arturo Anguiano y Antonio Santos, para formar, con otros desprendimientos de izquierda revolucionaria fundamentalmente universitarios, el Movimiento al Socialismo (MAS) y apoyar, en 1988, la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, expulsado del PRI. Vio en la ola cardenista de 1987-88 una bomba, al igual que los sismos de 1985. Amigo del ingeniero, compartió con él ideas y luchas verdaderas.

Fundador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y redactor del Llamamiento al pueblo mexicano, a través del cual un numeroso grupo de ciudadanos convocó en 1988 a organizar el partido, vio en el neocardenismo la confirmación de sus viejas tesis de la revolución interrumpida. El optimismo no le duró mucho tiempo. En 2004 se lamentó: “El PRD se ha convertido en un partido cercano a las instituciones y lejano al pueblo. La izquierda está donde ahora se ha retirado la marea.”

A pesar de ello, se mantuvo muchos años en sus filas, según explicó, “por la misma razón por la cual los palestinos no dejan su tierra a los colonos de Sharon y los cafres no dejaron Sudáfrica a los colonos blancos. Nosotros estuvimos primero. Este es uno de los territorios fundados desde la izquierda mexicana y a ella pertenece. Tendrá un día que dejarlo la casta divina”.

 

Dueños de sí mismos

El 30 de enero de 1996, el EZLN convocó a la realización del Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo. Seis meses después, la reunión congregó a una diversidad de feministas, sindicalistas, líderes campesinos, ONG, jóvenes, ecologistas, intelectuales y dirigentes políticos de decenas de países. Esta reunión, también conocida como la Intergaláctica, fue un momento clave en la forja de una red de resistencias planetarias contra el neoliberalismo. Asistieron más de 3 mil delegados, la mitad de ellos extranjeros de cuarenta y dos países, empeñados en construir un mundo nuevo. Estuvieron presentes representantes de un amplio espectro político de izquierda: del venezolano Douglas Bravo al peruano Hugo Blanco; desde el infrarrojo hasta el ultravioleta. En sus trabajos se buscó diagnosticar la naturaleza del capitalismo salvaje y anticipar vías de resistencia
y ruptura.

Allí estuvo presente Adolfo Gilly, con su peculiar sentido del humor. El 28 de julio de 1996, en el Centro Don Bosco, se acreditó en el Centro de Prensa. Entregó su foto, dijo que iba de parte de La Jornada y anotó su nombre en el formulario: Rafael Sebastián Guillén.

Ya casi estaba lista su credencial cuando alguien miró la foto y dijo: “No se parece en nada”. “¿A quién?”, preguntó el otro. “Al que te dije”, respondió el primero. “Lo mismo dice él”, comentó Adolfo, entre desencantado y alegre.

Jocoso, escribió: “Así se perdió La Jornada de tener el más acreditado corresponsal en Oventic y esta es la hora en la que no sé si me acredité o me desacredité.”

Aunque estaba a casi 800 kilómetros de distancia, Carlos Monsiváis se enteró del chisme, le llamó a San Cristóbal y le dijo: “Cometiste un grave error al intentar registrarte con el nombre de Rafael Sebastián Guillén. Es el seudónimo de Héctor Aguilar Camín. Te van a correr de Nexos.” Juguetón, Gilly reviró: “Y ahora qué hago, yo que nada sabía.”

Ya en serio narró cómo un visitante europeo le preguntó en qué se diferenciaba la vida indígena en los poblados zapatistas de la de los otros. Sin darle muchas vueltas le contestó: “En que aquí nadie los humilla y son dueños de sí mismos.” Así lo creyó hasta el final de sus días.

 

El normalista

En 2016, en la cresta de la novena ola magisterial, apenas un par de meses después de la masacre de Nochixtlán con la que el gobierno de Enrique Peña Nieto quiso aplastar la resistencia docente a su reforma educativa punitiva, con la voz quebrada por la emoción y los recuerdos a flor de piel, Adolfo Gilly tomó la palabra en un auditorio repleto de profesores para solidarizarse con ellos y recordar sus propias raíces.

Graduado en la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta” en 1946, dijo, en medio de una enorme ovación: “Soy normalista. En la escuela Normal aprendí a ser maestro. Y no me olvido nunca. Ustedes que son normalistas, conocen lo que es estar en el aula frente a alumnos. Allí hay una vinculación de vida, de aprendizaje, de sentimientos, de preocupación.”

“Cuando el maestro es verdadero, hay un amor entre el maestro y el alumno. Ese amor se demuestra al escuchar a los chicos y chicas, al no humillar. Y eso se aprende en la escuela Normal, que está bajo fuego. La escuela Normal es donde se enseña y se aprende a enseñar sentimientos de fraternidad, de solidaridad, de libertad, de igualdad, que no vienen de los libros. El maestro los inspira.”

En contra de su costumbre, con el improvisado discurso del profesor emérito de la UNAM, en lugar de corear consignas, los centenares de docentes presentes en el “Foro hacia la construcción del proyecto de educación democrática”, convocado por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, en agosto de 2016, en el Centro de Convenciones del Centro Médico Siglo XXI, aplaudieron a rabiar y lloraron como magdalenas. Y él dejó de lado, como acostumbraba hacerlo cuando hablaba ante asambleas populares, sus títulos y distinciones y se convirtió en un sencillo maestro de banquillo, en uno más de los allí reunidos.

Con absoluta humildad, Adolfo agradeció el esfuerzo de miles de trabajadores de la educación que permanecieron a la intemperie en los plantones, que aguantaron lluvias y enfermedades, que sufrieron la cárcel o perdieron la vida por la lucha magisterial. Lamentó que fuera necesario ‘‘todo esto para que hoy estemos aquí. Está fuera de la decencia humana”.

Lejos de la arenga tradicional, explicó cómo la educación primaria y secundaria para toda la población es una ‘‘misión del Estado y una obligación de quienes gobiernan’’. Afirmó que la formación no es una ‘‘industria con capital, tampoco un comercio ni un sistema bancario y financiero. Por ello, la educación no puede estar en manos de Televisa y de quienes la manejan’’.

Ante la obsesión gubernamental por condicionar la permanencia en el empleo docente a la realización de exámenes estandarizados de opción múltiple, Gilly advirtió que no hay evaluación que pueda medir los muchos papeles que cumplen los docentes, quienes, dijo, ‘‘cubren ausencias, enseñan con su actitud, su vida y su conocimiento [...] la escuela debe ser el lugar educativo, pero también es el doble hogar. ¿Con qué evaluación van a medir esto?”

Ese día, el viejo maestro normalista les habló desde el corazón y en su idioma de docentes, a los maestros normalistas en resistencia. Al finalizar, mientras le pedían tomarse fotos con ellos, muchos le contaron lo trascendental que les había resultado en el nacimiento de su conciencia, la lectura de La revolución interrumpida. La confesión fue demasiado para el militante de las mil batallas: al escucharla de manera reiterada, los ojos se le cuajaron de lágrimas.

 

La amenaza

El 1 de abril de 1998, el autor de Felipe Ángeles, el estratega fue retenido en Chicago por el Servicio de Inmigración. Su visa tenía la anotación waiver, es decir, una persona que el Departamento de Estado considera “una amenaza para la paz y la seguridad de Estados Unidos”.

Adonde quiera haya ido ahora que partió, la visa de Adolfo Gilly seguirá diciendo que es un waiver. Igual, necio como siempre fue, el cronista de la memoria de la rebeldía y la insolencia de quienes nunca bajaron la cabeza, llegará con bien a su destino.

 

Versión PDF