Izquierda, historia y experiencia poética en Adolfo Gilly

- Alejandro García Abreu - Sunday, 16 Jul 2023 08:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Adolfo Gilly falleció el 4 de julio a los noventa y cuatro años de edad. Este artículo ofrece un panorama general de la vida y la obra de uno de los más grandes intelectuales y activistas del siglo XX en nuestro país y en Latinoamérica. Su labor no se limitó al trabajo estrictamente teórico y, entre muchas otras cosas, fue un destacado y querido colaborador de este diario.

 

La trayectoria vital

Adolfo Gilly (Buenos Aires, 1928-Ciudad de México, 2023) –extraordinario intelectual de izquierda, escritor, historiador, politólogo y defensor de las causas más nobles– fue, a partir de 1979, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1982 obtuvo la nacionalidad mexicana. Residió en universidades e institutos de Estados Unidos como profesor e investigador: Chicago (1982), Columbia (1989), National Humanities Center (1991-1992, 1996), Maryland (1995), Stanford (1997) y Yale (2000). Fue preso político en la cárcel de Lecumberri entre 1966 y 1972. Allí escribió su célebre historia sobre la Revolución mexicana, La Revolución interrumpida (1971). Entre sus títulos destacan El cardenismo. Una utopía mexicana (1994), Chiapas: la razón ardiente (1997), Pasiones cardinales (2001), Cada quien morirá por su lado (2013), Felipe Ángeles, el estratega (2019), A la luz del relámpago. Cuba en octubre (2020) y Estrella y espiral (2023). En 2010 la UNAM lo nombró profesor emérito. Vivió en Bolivia, Cuba, Estados Unidos, Francia, Guatemala e Italia. Fue investigador y colaborador de La Jornada.

Era considerado un académico marxista con tendencias socialistas. Fue miembro del Partido Revolucionario Trotskista y del Partido de la Revolución Democrática. Participó en múltiples juntas con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. El historiador escribió en Estrella y espiral –un libro de carácter autobiográfico en el que reunió textos sobre Marc Bloch, Bolívar Echeverría, Benito Juárez, Victor Serge y Luis Villoro, entre otros–, al evocar a Carlo Ginzburg: “Para recorrer los senderos de una vida es preciso afinar el arte de atisbar indicios y detalles.”

 

La juventud en la izquierda

En una entrevista publicada en New Left Review –llamada en español Revista de la Nueva Izquierda– Adolfo Gilly narró su periplo vital. Su padre era abogado, aunque antes había sido capitán de la Armada; su madre era ama de casa. Su abuelo paterno fue un inmigrante italiano, apellidado Malvagni. Gilly era el apellido de soltera de su madre, posiblemente de origen francés; posteriormente lo adoptó como su nom de plume. La primera actividad política de Gilly se remonta a 1943, cuando se unió al Comité De Gaulle, por apego a la Francia combatiente. “Francia siempre ejerció una gran influencia cultural en Argentina y De Gaulle era el único dirigente que no se había rendido a los invasores.”

El padre de Gilly admiraba a los galos. La primera manifestación política a la que asistió fue para celebrar la liberación de París en agosto de 1944. Tenía dieciséis años. El año siguiente se convocó una huelga general en Buenos Aires y se produjeron movilizaciones masivas de los trabajadores, que obligaron al gobierno militar a convocar elecciones que ganó el ministro de Trabajo de la Junta, Juan Domingo Perón, en febrero de 1946. Para Gilly fue el comienzo de su “educación sentimental.” Ese año se unió a la Juventud Socialista. En 1947 se sumó a la organización llamada Movimiento Obrero Revolucionario. Cuando cumplió veinte años abandonó sus estudios de derecho y obtuvo un empleo como corrector de pruebas de una editorial, según se lee en New Left Review.

En 1949, Gilly y Guillermo Almeyra se incorporaron a la IV Internacional. “Siempre hubo dos elementos en su seno, uno concentrado en la revolución en Europa, el otro en el mundo colonial. Ambos sueños pertenecían a Trotsky y ambos cohabitaban en la IV Internacional, aunque siempre existió tensión entre ellos […] todo marxismo tendría que ser revolucionario.”

 

Un libro paradigmático

Los materiales para La revolución interrumpida fueron reunidos y estudiados, y su texto preparado y escrito, en el curso de cinco años de prisión, desde 1966 hasta 1970. Encarcelado desde abril, junto con Óscar Fernández Bruno y Teresa Confreta de Fernández –militantes de la IV Internacional–, Gilly y sus colegas fueron presos políticos de México. Discutió las ideas del libro con sus compañeros en la prisión. “Los fundamentos teóricos de este texto, que es a la vez una historia y una interpretación marxista de la revolución mexicana, están resumidos en el apéndice titulado ‘Tres concepciones de la revolución mexicana’, escrito originalmente como introducción al libro”, aseveró el autor en la cárcel de Lecumberri el dieciocho de julio de 1971. Las condiciones de la prisión impidieron la consulta de diversas fuentes.

Carlos Monsiváis manifestó: “Adolfo Gilly nos ha confirmado que la inteligencia crítica requiere de la pasión, que la Revolución mexicana es un proceso legible y entendible y no una cadena de aberraciones históricas, que el juego de los héroes y los villanos pertenece a una visión rudimentaria y por desgracia para nuestro proceso educativo escolar. El libro de Gilly es una espléndida amalgama de análisis dialéctico, visión de un pueblo en armas, desmitificación a ultranza y hecho político.”

 

En Lecumberri

Gilly narró que el primero de enero de 1970, cuando la cárcel de Lecumberri albergaba a más de un centenar de presos políticos del movimiento estudiantil de 1968 y de un sinnúmero de redadas previas –el movimiento inició solicitando la libertad de los presos políticos que estaban en esa cárcel–, tuvieron que montar guardias por turno en las noches de su crujía.

El presidente Gustavo Díaz Ordaz había organizado un asalto de presos comunes contra las tres crujías de presos políticos: la C, la M y la N. La crujía N, la de Gilly, inaugurada en tiempos de Porfirio Díaz, “es una construcción circular que tiene en su centro un espléndido torreón de dos pisos de color rojo ladrillo, coronado por almenas construidas con bloques importados de Francia”. En ese lugar resistieron: los asaltantes no pudieron entrar y desde entonces no cesaron las guardias. Su abogado, Carlos Fernández Real, y Francisco Martínez de la Vega, los protegieron desde el exterior.

El cuatro de marzo de 1972 salieron en libertad dos presos trotskistas: Óscar Fernández Bruno y Adolfo Gilly. Los esperaban para despedirse a una distancia considerable –no les permitieron acercarse– Víctor Rico Galán, su esposa Ingeborg Diener, Francisco Colmenares y otros compañeros de esa ardua época. Voló a París. En 1976 decidió regresar a México. Lo ayudaron Carlos Fuentes –entonces embajador en Francia– y Javier Wimer.

 

El ensayista literario

Adolfo Gilly se interesó profundamente por la literatura y por las artes plásticas. Lo demostró en el volumen de ensayos Pasiones cardinales, libro en el que exploró la obra de André Breton, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, Juan Gelman y Jorge Luis Borges. También ahondó en las vidas de los revolucionarios Ernest Mandel, Michel Pablo y Mario Payeras, y dedicó páginas a la labor de Giovanni Battista Piranesi, grabador italiano.

Para Gilly –que citó a Paz– la poesía y el amor resultan actos similares. “La experiencia poética y la amorosa nos abren las puertas de un instante eléctrico. Allí el tiempo no es sucesión; ayer, hoy y mañana dejan de tener significado: sólo hay un siempre que es también un aquí y un ahora.” Y recurrió a versos de Breton: “El abrazo poético como el abrazo carnal/ Mientras dura/ Prohíbe toda caída en la miseria del mundo.” Pensó en los espacios del deseo.

Comenzó a leer a Octavio Paz en la cárcel de Lecumberri. Siempre lo habían acompañado la poesía y los surrealistas. En su bagaje estaban André Breton, Paul Éluard, Benjamin Péret, Guillaume Apollinaire y Max Ernst. También se refirió a sus lecturas del peruano César Moro y del martiniqués Aimé Césaire, así como a los universos fantásticos de Delvaux, Giorgio de Chirico, René Magritte y Leonora Carrington.

Evocó de nuevo a Paz –uno de sus escritores mexicanos predilectos–: “¿El agua es femenina o la mujer es oleaje, río nocturno, playa del alba tatuada por el viento? Si los hombres somos una metáfora del universo, la pareja es la metáfora por excelencia, el punto de encuentro de todas las fuerzas y la semilla de todas las formas. La pareja es, otra vez, tiempo reconquistado, tiempo antes del tiempo. Contra viento y marea, he procurado ser fiel a esa revelación: la palabra amor guarda intactos todos sus poderes sobre mí.”

En “Árbol de Diana” –ensayo incluido en Pasiones cardinales– profundizó en la obra de Alejandra Pizarnik. Gilly escribió sobre la presencia de Eros y Tanatos en la obra de la escritora: “Una poeta sin límites visibles, son estanques transparentes sus poemas donde nada, ni ella misma, toca fondo. El amor y la muerte, pero la muerte propia, asoman en cada una de sus líneas. No hay sonido ni espejo parecidos en lo que resta de poesía argentina.” Se refirió a Árbol de Diana (1962), libro que reúne treinta y ocho poemas, publicado en Buenos Aires. El historiador recordó que
Pizarnik tenía treinta y cuatro años cuando se suicidó, el veinticinco de septiembre de 1972. Para Gilly, el suicidio no implica renunciar a la razón, “sino encenderla en donde libre su llama pueda arder, el negarse a explicar lo inexplicable”.

Gilly evocó otro poema incluido en Árbol de Diana, en el que Pizarnik dejó una advertencia: “cuídate de mí amor mío/ cuídate de la silenciosa en el desierto/ de la viajera con el vaso vacío/ y de la sombra de su sombra”. Después, en Los combates y las noches (1965), la poeta argentina expresó la desolación: “Del combate con las palabras ocúltame/ y apaga el furor de mi cuerpo elemental.”

Citó a Ida Vitale: “Después de todo, ya sabremos/ lo que ocultaba la esperanza.” Sus reflexiones literarias sobre el amor, la muerte y el deseo lo acompañaron hasta su fallecimiento, acaecido el 4 de julio. Todo arde.

 

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