“Más hermanos que antes”: Los Fabulosos Cadillacs en el Zócalo
- Alejandro Gaspar Guadarrama - Sunday, 30 Jul 2023 08:52



Por más que quieras tapar toda nuestra voz
nunca podrás callar esta canción.
“Yo no me sentaría en tu mesa”, LFC
Sábado 3 de junio de 2023, 19:58
–Adelante para house, prevenidos, vamos a iniciar antes... músicos en escenario, ¿copiaron? La transmisión iniciará sin conductores y cacharán la trasmisión ocho tres… prevenidos, prevenidos, músicos en posición.
–Necesitamos blackout en pantallas, ¡que se vayan a negros, que se vayan a negros!
–Esa señal ya es del circuito cerrado, es parte del intro, show corriendo, show corriendo.
Yo te avisé
Doce horas antes del inicio del concierto de Los Fabulosos Cadillacs en el Zócalo, se retiraron las primeras vallas para que ingresaran las personas: una, dos, tres… de trescientas mil que esa noche asistirían a la plancha del Zócalo y calles aledañas. Los primeros acamparon desde las once de la noche previa y, a diferencia de los dos conciertos anteriores, como Grupo Firme o Rosalía –cuando acamparon más de dos mil personas–, en esta ocasión sólo unos treinta valientes retaron a la lluvia pronosticada.
“Buenos días a todos, ya vamos a abrir, les pedimos por favor que recojan sus cosas, vamos a entrar haciendo una fila y vamos a caminar de manera ordenada, no corremos, no empujamos.” Fue el mensaje que uno de los organizadores gritaba a lo largo de la fila. Otros que llegaron puntuales fueron los ambulantes: “Cincuenta varos la gorra; la playera en doscientos.” El atole y las guajolotas, el cafecito y el pan tampoco faltaron. La jornada empezaba con muchas horas por delante, a unos les tocaba esperar; a otros, vender su mercancía.
Al mediodía se registraban veintisiete grados y había alerta por sobreexposición ante los rayos UV; a pesar de las sombrillas, gorras y sombreros la sensación térmica era de treinta y cinco grados. Dos mujeres fueron las primeras personas en sucumbir; las apoyaron para saltar la línea de vida y los paramédicos las atendieron, el reporte fue golpe de calor y deshidratación, el primero de muchos más.
Demasiada presión
Olas de gente rompían sobre la plancha desde todas direcciones. Los rompeolas se cubrieron rápidamente por aquella marea: niñas, abuelos, jóvenes y adultos. El Zócalo se llenó entre las cuatro y las seis y media, después de esa hora sólo los más osados pudieron abrirse camino en la jungla para hacerse de un huequito, codo a codo, pisotón tras pisotón, en la plaza. Aquellos que llegaban eran recibidos por el tufo a sudor, a mona, a mugremotaculocaca; otros no corrían con la misma suerte y en cambio se les regalaba una linda sensación de sofoco y asfixia.
Una hora antes del inicio del show se abrieron los parlantes para anunciar que la plancha estaba repleta, “a todas las personas que están en 20 de noviembre y Pino Suárez les avisamos que el Zócalo está al máximo de su capacidad, recomendamos que disfruten el concierto desde las pantallas que se han dispuesto para ello”. El Zócalo rugió.
En backstage, dos intentos de portazo sacudieron la valla barricada, algunos policías y parte del staff resultaron lastimados, la sensación de que ese back podía caer era latente. El nerviosismo aumentó cuando en la radio se reportaba que los filtros de las calles del poniente habían caído. Mientras esto sucedía, desde el house soltaban una playlist y en las pantallas veíamos a Sergio Rotman pinchar unos vinilos, un detalle decisivo que bajó las revoluciones y ralentizó la euforia.
Las primeras gotas de lluvia cayeron lentamente, una coreografía parsimoniosa que fue en aumento y culminaba en los plásticos multicolores de la gente, de los iniciados que, con la cara al cielo, se sintieron rebautizados a unos minutos de iniciar el rito.
El león del ritmo
Con el clásico “Cadillacs” abrieron la noche. Un momento exultante. Miles de personas esperaron ese instante durante semanas, o quizá años –la banda nunca se había presentado en el Zócalo. Palpitaciones cada vez más aceleradas, en un segundo luces y pantallas a full, una explosión que reventó en los rostros frenéticos. La exhalación de los metales acompañada del solo de batería y percusiones, los flaps del bajo más los riffs de guitarra y teclados rompieron las emociones contenidas durante horas. Un parpadeo y del silencio al carnaval. Saltos, gritos, desmayos; agua, meados y cerveza flotaron en esa densa atmósfera de humo y vaho humano.
Con “Demasiada presión”, la secu y la prepa vinieron lentamente a la memoria de muchos, el recuerdo de nuestras primeras pedas y nuestros primeros toques, al ritmo de la voz rasposa y desaliñada de Gabriel. “La fiesta terminó. No te pudiste controlar. Mil golpes y uno más. La noche te volvió a pegar”.
Nostalgia, añoranza, felicidad y melancolía colmaron vasos vacíos de muchos corazones presentes. A su lado conocimos de “Pasiones, amores, traiciones. Sueños, mentiras…”, lloramos y reímos, gozamos y sufrimos otrora el tiempo. Muchos crecimos poniendo en el walkman un casete con esos ritmos, rebobinándolo con una pluma, una y otra vez, apretamos incansablemente el botón de play, sin importar si al otro día despertábamos con las orejas adoloridas por los audífonos, éramos los incurables, los incorregibles.
“Siguiendo la luna” fue una postal irrepetible, una escenografía mandada a hacer: la luna en el horizonte, asomándose discreta para ver su serenata. “Vamos, mi cariño, que todo está bien…”, porque incluso entre empujones todos querían estar, sentirse bien y ser parte de ese momento.
Se vino “Carnaval toda la vida” y las palmas al viento asemejaban brillantes alas de pájaros al vuelo. Una parvada en trance que doblaba, subía y cortaba el aire con chasquidos cadenciosos que se unían a la música.
“Matador” fue un momento glorioso, pues al final de “Mal bicho” Vicentico había pedido que se
apagara el Zócalo; un instante hermoso que
se apreció en las pantallas, una ofrenda para “los espíritus de la plaza”, dijo. Bajo esa aura, detonaron las vibraciones del bombo y los redobles de la caja para incrustarse en los millones de poros abiertos de los ahí reunidos. El juego entre las luces de sala y el coro monumental era la más épica de las imágenes. Con “Matador” cerraban la noche.
Encore
Nadie se movía un centímetro, los cánticos hinchas del público aumentaban. Los músicos salieron nuevamente y con el encore sobrevino un orgasmo colectivo. El “Satánico Dr. Cadillac” terminó de sacudir y reacomodar las ruinas a nuestros pies, “Los Cadillacs tocando para vos, los Cadillacs tocando para vos”.
Muchas de sus canciones han sido himnos generacionales para quienes crecimos con un ideal de paz y fraternidad en los conciertos masivos, aquellos que se organizaban en CU, en Mixhuca, el Monumento a la Revolución, el Zócalo, a los que le caían skatos, punketos, anarkos, cholos, rastas, rockeros, clanes legendarios que una vez habitaron estas tierras, ahora llamados chavorrucos. Ellos, los que llegaron con sus morros y las “bendis” de sus morros.
A la gente que se encontraba a cinco o más calles del Zócalo no le importaba ver o escuchar, sólo corear lo que el de adelante tarareaba, lo importante era estar ahí, robarse una instantánea para el recuerdo, y a la vez trasladarse veinte o treinta años atrás, a una época en la que fueron los inadaptados, los incomprendidos, pero también los invencibles y los soñadores.
Más que un concierto, esta noche fue un instante en el que se capturó el espíritu de varias generaciones, el de una época. “A la cual no podrán sacar de su lugar… no le podrán quitar lo que hizo ya”. Los Cadillacs, simplemente, nos hicieron “más hermanos que antes”.
Coda
Varios días después siguen sonando fragmentos de canciones en mi cabeza, los escucho por toda la ciudad. Por los ecos, me detengo en detalles que no vi o dejé pasar durante esas horas; todos hablan de lo mismo, todos cuentan su versión. Reparo en la magnitud de lo acontecido y siento vértigo. Nadie los esperaba, más de trescientos mil, todos queriendo tocar el cielo… aunque, unos un pedacito más que otros l