Galería

- José Rivera Guadarrama - Saturday, 05 Aug 2023 14:39 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Coleccionismo: la valoración de los objetos

 

El antropólogo Igor Kopytoff clasifica los objetos en dos rangos: los comunes u ordinarios, que carecen de cierta importancia, y los singulares o extraordinarios; estos son considerados como únicos y, por lo tanto, deben ser conservados o protegidos debido a su historia particular.

Para ser coleccionables, los objetos requieren un reconocimiento público, algo que los matice como especiales, indica Kopytoff en La biografía cultural de las cosas: la mercantilización como proceso (1986). A partir de esas caracterizaciones, deberán ser conservados y protegidos. El coleccionista saca al objeto del mundo de lo ordinario y lo eleva de rango dándole un contenido simbólico. La valoración es el paso en el que a ese objeto elegido se le concede un valor especial o extraordinario.

Como asegura Jean Baudrillard, “los objetos tienen dos funciones: pueden ser utilizados o poseídos”. A ese par de claves que pueden describir la acción humana de coleccionar objetos se suman características como la antigüedad de la pieza, su procedencia, el tamaño, sus dueños anteriores, su escasez, los materiales de su elaboración, el realizador y otras cualidades personales, reales, imaginarias o grupales. “En tanto que el objeto no resiste a la clasificación, ordenación y manipulación, se convierte en el medio privilegiado mediante el cual se expresan deseos del propietario”, indica Baudrillard en El sistema de los objetos (2003).

No hay un solo tipo de colección. La vigencia y continuidad de esta dinámica radica en la diversidad de objetos, en las variadas formas de acumulación, incluidos los precios, ya que no es necesario gastar grandes sumas de dinero para considerarse dentro de esta actividad.

Un aspecto característico de estas prácticas es la búsqueda progresiva y permanente, que incita a rastrear nuevos objetos en un ciclo recurrente. El objeto del coleccionismo es la serie.

Para una mejor clasificación, los investigadores McIntosh y Schmeichel distinguen algunas fases en el proceso de coleccionar. En primer lugar, la gente decide coleccionar cierto tipo de cosas; luego busca información acerca de ellas; después, elige uno o más objetos para empezar y diseña un plan para hacerse con ellos; a continuación, inicia la búsqueda del o de los objetos; los adquiere y, por último, coloca, organiza, clasifica lo adquirido. De ese modo, “el coleccionismo refleja una pluralidad de motivaciones sociológicas, psicológicas, económicas y biológicas”, indican los autores en el libro Collectors and collecting: a social psychological perspective (2004).

En el ámbito económico, esta actividad genera importantes sumas de dinero. En la actualidad, la venta de productos coleccionables se realiza con intensidad en páginas de internet, el sitio de comercio electrónico más grande del mundo. A través de portales y buscadores especializados, el coleccionista obtiene información fundamental de la cotización de las piezas. Lo que antes suponía mucho tiempo de indagación, ahora se reduce a cuestión de segundos.

Coleccionar implica una variedad de sentimientos que surgen a partir de distintas etapas, como el contacto visual, el deseo de poseer el objeto, la revisión exhaustiva del mismo para verificar su autenticidad, hasta llegar a la compra, con su regateo o puja. Son actividades humanas que han variado en algunos aspectos desde la Antigüedad, en donde las élites lo realizaban como forma de mostrar su poder. Más adelante, los dos grandes grupos de coleccionistas fueron la Iglesia y la aristocracia, hasta llegar a estratos sociales actuales, que emergen y sustituyen a los anteriores en su influencia social y económica.

En todas las etapas, la experiencia de coleccionar retroalimenta la pasión hacia ella, transformándose en una experiencia personal, intransferible.

 

 

Versión PDF