La novela y el alma infinita de Milan Kundera

- - Saturday, 05 Aug 2023 14:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Milan Kundera (Brno, Checoslovaquia, 1929-París, 2023) murió el pasado 11 de julio. Tenía noventa y cuatro años de edad. Su viuda, Věra Hrabánková, dijo que su salud se había deteriorado abrupta y recientemente, y la enfermedad había degenerado su memoria. Autor prolífico, entre otros volúmenes Kundera escribió 'El libro de los amores ridículos' (1963), 'La broma' (1967), 'La vida está en otra parte' (1969), 'La despedida' (1972), 'El libro de la risa y el olvido' (1979), 'Jacques y su amo' (1981), 'La insoportable levedad del ser' (1984), 'El arte de la novela' (1986), 'La inmortalidad' (1988), 'Los testamentos traicionados' (1992), 'La lentitud' (1995), 'La identidad' (1998), 'La ignorancia' (2000), 'El telón' (2005), 'Un encuentro' (2009), 'La fiesta de la insignificancia' (2014) y 'Un Occidente secuestrado' (2021).

 

La magia de la nostalgia

Milan Kundera (Brno, Checoslovaquia, 1929-París, 2023) insistía –recuerda el crítico Marc Bassets– en que, como descripción biográfica en sus libros, constasen sólo dos frases: “Nació en Checoslovaquia. En 1975, se instala en Francia.” El resto no correspondía a su modo de pensar. Era la desaparición del autor, de sus detalles vitales y la renuncia a la expresión verbal de sus ideas. “Lo que contaba era su obra, clásicos de la segunda mitad del siglo XX como La broma o La insoportable levedad del ser y ensayos como El arte de la novela o El Occidente secuestrado”, editados en español por la editorial Tusquets. Kundera fue un vehemente comunista en Checoslovaquia durante el estalinismo, evitaba las ideologías y desdeñaba la biografía. La sucinta nota que quería para presentar su vida ya tiene su frase final, según Bassets: “Nació en Checoslovaquia. En 1975, se instala en Francia. En 2023 muere en París.” Falleció el 11 de julio. Tenía noventa y cuatro años de edad. Su viuda, Věra Hrabánková, informó que su salud se había deteriorado abrupta y recientemente y la enfermedad había degenerado su memoria. Vivieron “cerca del hotel Lutetia, la calle Cherche-Midi y el Jardín de Luxemburgo”.

Autor de una obra prolífica, escribió un clásico inmediato para los lectores y la crítica –en términos de Italo Calvino: “Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”–: La insoportable levedad del ser (1984). En ese libro paradigmático, que resulta una novela y simultáneamente un ensayo, el escritor checo naturalizado francés narró la invasión de Praga por los soviéticos en 1968 en función de los destinos de sus personajes. Guiado por cierta metafísica, Kundera dijo: “Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.” También afirmó: “En otro ciclo de sueños, la enviaban a la muerte.”

Bajo su título abstracto –dijo el crítico Bertrand Poirot-Delpech–, sus numerosas digresiones y su construcción más temática que cronológica, La insoportable levedad del ser se presenta ante todo como la historia romántica de dos parejas en torno a los sucesos de 1968, los reales, de Checoslovaquia. Kundera escribió: “El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan.”

Es la premisa de los celos que Teresa sentía por Tomás, del amor del personaje por ella, contradictorio a su deseo de otras mujeres. Y también resalta el idealismo de Franz, amante de Sabina, amorosa también de Tomás, y su necesidad de obtener la libertad. Las circunstancias de los individuos resultan vehículos para aproximarse a la filosofía.

El escritor ensayó en el mismo libro: “la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia…”

El azar y sus bromas funestas

Poeta, ensayista, dramaturgo y narrador, Kundera escribió, entre otros volúmenes, El libro de los amores ridículos (1963), La broma (1967), La vida está en otra parte (1969), La despedida (1972), El libro de la risa y el olvido (1979), Jacques y su amo (1981), El arte de la novela (1986), La inmortalidad (1988), Los testamentos traicionados (1992), La lentitud (1995), La identidad (1998), La ignorancia (2000), El telón (2005), Un encuentro (2009), La fiesta de la insignificancia (2014) y Un Occidente secuestrado (2021).

El escritor Kvetoslav Chvatik le dedicó La trampa del mundo, libro en el que –según Beatriz de Moura, editora de Tusquets– “vuelven a revivir aquí Ludvik, Marketa, Jaromil, Tomás y Teresa, personajes ya célebres a los que la historia y el azar les han gastado bromas funestas y que, bajo la mirada curiosa y atenta de Chvatik, a la vez lector e investigador, van revelando los secretos cuyos signos engañosos puede que nos hayan pasado inadvertidos. Chvatik se ha detenido también en el análisis de la estructura narrativa musical en la obra de Kundera, a la que inscribe en la tradición de la novela europea moderna fundada por Proust, Broch y Kafka”.

Novelar el sueño de la humanidad

Para Kundera, la novela dice: “Cervantes se pregunta qué es la aventura; con Samuel Richardson comienza a examinar ‘lo que sucede en el interior’, a develar la vida secreta de los sentimientos; con Balzac descubre el arraigo del hombre en la Historia; con Flaubert explora la terra hasta entonces incognita de lo cotidiano; con Tolstoi se acerca a la intervención de lo irracional en las decisiones y el comportamiento humanos.” Perpetuó: “La novela sondea el tiempo: el inalcanzable momento pasado con Marcel Proust; el inalcanzable momento presente con James Joyce. Se interroga con Thomas Mann sobre el papel de los mitos que, llegados del fondo de los tiempos, teledirigen nuestros pasos.” Estos planteamientos son unas de las premisas que constituyen El arte de la novela, obra maestra sobre el arte de escribir.

También entendió que la Edad Moderna planteaba el sueño de una humanidad que, fraccionada en diversas civilizaciones ajenas, hallaría la unidad y, con ella, “la paz eterna.” Para Kundera la Historia de la Tierra es, últimamente, un todo indivisible, pero es la guerra, nómada y eterna, la que realiza y garantiza ese componente de la humanidad “largo tiempo soñada”. Pensaba que el componente de la humanidad significa que “nadie puede escapar a ninguna parte.”

La Historia y el enigma del tiempo

Kundera se refirió a los últimos tiempos apacibles en los que el hombre sólo tenía que combatir a los monstruos de su alma –los tiempos de Joyce y Proust–, que permanecieron atrás. En las novelas de Kafka, Musil y Broch, “el monstruo llega del exterior y se llama Historia”.

Apuntó: “La muerte de la novela no es, pues, una idea fantasiosa. Ya se ha producido. Y ahora ya sabemos cómo muere la novela: no desaparece; su historia se detiene: después de ella sólo queda el tiempo de la repetición…” Recurrió a Tristram Shandy de Laurence Sterne y Jacques el fatalista de Denis Diderot. Las consideró como las dos más importantes novelas del siglo XVIII, dos libros concebidos como “un juego grandioso”. O como “las dos cimas de la levedad nunca alcanzadas antes ni después”. Y dijo: “Fue Franz Kafka quien despertó repentinamente la imaginación dormida del siglo XIX y quien consiguió lo que postularon los surrealistas después de él sin lograrlo del todo: la fusión del sueño y la realidad.” Siempre lo consideró como el genio de Praga. Y sobre Proust arremetió: “El peíiodo de las paradojas terminales incita al novelista no a limitar la cuestión del tiempo al problema proustiano de la memoria personal, sino a ampliarla al enigma del tiempo…” Fatalista, como su admirado Diderot, pensó que incluso el más inmaculado amor acaba por reducirse a un armazón de memorias débiles.

Para Kundera la razón de ser de la novela es la de conservar el “mundo de la vida” persistentemente iluminado, y la de resguardarnos contra “el olvido del ser”. Una de sus máximas fue: “El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad.” Y continuó: “El espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela.” Declaró sobre el acto de novelar –incluso ensayar, o escribir en su totalidad–: “no me siento ligado a nada salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes”.

El escritor admitió que la novela acompaña al hombre desde el comienzo de la Edad Moderna. Implica la “pasión por conocer” establecida por Husserl, quien la consideró la esencia de “la espiritualidad europea”. En ese sentido, Kundera compartió la insistencia con que Hermann Broch repetía: “Descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela. La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela.” También comprendió, con Cervantes, que el mundo es pura ambigüedad. Conoció la ambivalencia: K., inocente, es apabullado por un tribunal injusto, o bien tras el tribunal se oculta la justicia “divina” y K. es culpable. Su interpretación kafkiana resulta impecable. Y sobre Emma Bovary, el genio del ensayo dijo: “El infinito perdido del mundo exterior es reemplazado por lo infinito del alma.” Esa línea describe toda su obra.

 

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