Una obra extrema: el escándalo de Toña, nacida virgen

- Rafael Aviña - Sunday, 20 Aug 2023 08:40 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Basada en la novela testimonial, ‘Del oficio’ (1972), de Antonia Mora, historia siniestra de explotación sexual de una mujer desde su adolescencia hasta su madurez, la película ‘Toña nacida virgen o Del oficio’ (1982) dirigida por Rogelio A. González y producida por Gustavo Alatriste, es un caso atípico en la filmografía mexicana del siglo pasado por su carácter descarnado y violento, acusador de un machismo rampante.

 

En febrero de 1985, en las salas de cine Buñuel, Godard, Chaplin II y Del pueblo II, propiedad de Gustavo Alatriste, se estrenaba un filme inclemente, una obra tremenda y descarnada que, sin embargo, se quedaba un poco a la zaga comparada con la fuente de inspiración original: Toña nacida virgen o Del oficio (1982) dirigida por el solvente y atípico Rogelio A. González, producida, coescrita y comusicalizada por el citado empresario, productor y realizador Gustavo Alatriste, era la versión fílmica de la novela testimonial de Antonia Mora titulada simplemente Del oficio, publicada en 1972 por la editorial Samo, que tuviera en su momento elogiosos comentarios de personalidades como Salvador Elizondo y José de la Colina, entre otros. Un relato de crudeza extrema que narraba el calvario y el periplo de una prostituta iniciada en el oficio a la edad de catorce años e hija de otra agresiva mujer de la calle, apodo violento y normalizado en aquel entonces, en el interior de una sociedad inmersa en una brutalidad machista inconcebible pero real.

Una curiosa anécdota sobre María Antonia Mora y su libro la aporta mi querido maestro, el desaparecido escritor Vicente Leñero, en un texto aparecido en la Revista de la Universidad en 2013. Ahí, relata la manera en que conoció a Antonia Mora, quien intentaba escribir entonces su novela; se trataba de una joven recién salida de prisión que pretendía redactar la historia de su propia experiencia como niña maltratada y prostituta adolescente, que acaba en la cárcel por su complicidad con unos maleantes. A finales de los años sesenta, Margaret Shedd, entonces directora del Centro Mexicano de Escritores, se la presentó a Leñero para que le ayudara: “Me lo explicó. Una joven desconocida acababa de entregarle los borradores caóticos de una historia que consideraba sensacional. Puede ser un libro como Los hijos de Sánchez –aseguró… Lo cuenta todo con una franqueza absoluta… Detalles sórdidos, episodios terribles, degradaciones que ni se imagina. Es conmovedora su confesión… Me interesé. Intercambiamos puntos de vista. La señora Shedd sería algo así como su agente literaria y yo su escritor fantasma… Antonia vivía en pareja con el abogado que la liberó de Santa Marta Acatitla: un trajeado de aire gruñón. Empezamos a reunirnos los jueves por la tarde en las oficinas del centro de escritores; luego en su casa bajo la esporádica vigilancia del abogado gruñón…”

Leñero narra que María Antonia se presentaba con él cada jueves en una suerte de taller y que nunca llegaba sola, sino en compañía de Sergio Beltrán, un joven que trabajaba en la sección de cine de la revista Tiempo, quien era en realidad el verdadero “escritor fantasma” de su texto. Total, que a Leñero jamás le pagaron nada y el marido de María Antonia, quien pensaba que explotaban a su mujer, decidió que ella lo terminara por su cuenta… “Ignoro si fue Sergio o algunos otros quienes la ayudaron en la escritura, o fue ella misma quien terminó el trabajo. En fin, en junio de 1972, con un buen título, Del oficio, y firmado por Antonia Mora, apareció el libro en formato pequeño y con 163 páginas. Mal editado, modestísimo. Lo publicó aquella editorial Samo de Sara Moirón. Se tiraron 3 mil ejemplares con un prólogo de La China Mendoza… María Antonia me lo envió con una dedicatoria de letra temblorosa que me pagó con creces mi tarea inconclusa: Casi puedo decir que tú fuiste el único que se ocupó de mí como un ser humano…”, concluye Leñero.

 

Crónica del machismo salvaje

Sin duda, Toña, nacida virgen resulta una obra atípica dentro de la industria fílmica nacional y de una ferocidad extrema para exponer a personajes repelentes y degenerados (todos hombres) o para mostrar escenas sexuales muy gráficas (sin llegar a extremos de pornografía) en esencia, debido a la exposición de los cuerpos desnudos de sus protagonistas: en particular Dora Elsa Olea como Toña, Gabriela Araujo en el papel de su madre y Lizetta Romo como Artemisa. Más aún, por encima de una crítica al tema de la prostitución en México, el filme propone una crónica del machismo salvaje imperante y lo que hoy
se denomina como sistema patriarcal, en donde las mujeres son vistas como meros objetos desechables. Asimismo, es un muestrario de cómo se normalizaban conductas masculinas violentísimas; así lo ejemplifican las acciones de ese médico del Sector Salud (Mario Casillas) que desvirga con el dedo a la adolescente Toña (Sandra Ivette Sánchez Parra) mientras la ausculta para ver si aún es virgen y minutos después, con cinismo, le dice a la madre: “Su hija ya no es señorita”; es entonces que la madre agrede a golpes a la niña pese a que no ha hecho nada. Al igual que el médico, se encuentra el padrote explotador Tiburón (eficaz Gregorio Casal, por cierto, hermano de Mario Casillas) que no sólo violenta físicamente a la madre de Toña o la explota sexualmente, sino que se convierte en amante de Toña cuando sabe que ha perdido la virginidad a los catorce años, para más tarde venderla como prostituta y agredirla también, aunque ella no se deja como la sumisa mamá. Junto a ellos hay abogados, guaruras, políticos y sujetos adinerados que ven en Toña y Artemisa y en otras mujeres más del oficio, sólo cuerpos en los que pueden saciar todas sus agresiones, traumas o fantasías sexuales, en un filme con mucho de documental y de una dureza sorprendente, cuya sinopsis habla por sí sola: Toña es una niña de unos tres o cuatro años, que observa a las trabajadoras sexuales de la vecindad donde vive con su madre; incluso juega a ser lo mismo con los niños del lugar. Pocos años después, la madre conoce al Tiburón, atractivo explotador de mujeres que la convierte en su amante, la embaraza y más tarde la obliga a venderse. A los doce años Toña sabe que cuando llega el Tiburón tiene que salirse del cuarto y escucha los jadeos y los orgasmos: “La cigüeña te va a traer un hermanito”, le dice la madre y Toña responde: “No mientas. Tú vas a tener a tu hijo como la perra de enfrente que tuvo a sus perritos. Le creció la panza y le salieron por donde orina.” La madre encuentra al Tiburón con otra prostituta en su propia vivienda y se va furiosa con las dos niñas. El día de reyes, la hermanita desea una muñeca, la madre llega alcoholizada y con la ropa destrozada; la agredieron, manosearon y robaron; Toña hurta el dinero de una vecina para comprar la muñeca y comida. Un día se va de paseo a una plaza comercial y, cuando llega la madre, la golpea, la regaña, y Toña le miente diciendo que unos hombres la subieron a su auto y se la llevaron y ella la lleva a una clínica; una enfermera le dice: “Entra mocosa, anda quítate los calzones” y un médico le rompe el himen, la madre la golpea y el Tiburón la convierte en su amante: “Me dieron una ganas desesperadas de crecer, de coger, de cogérmelo…”

Madre e hija comparten en la cama al Tiburón. Toña crece y se convierte en una mujer espectacular: “Un día me acosté tablas y me desperté llena de tetas”, dice. Tiburón se percata de que Toña será un gran negocio; la lleva a cortarse el cabello y hacerse manicure y la prostituye, primero con clientes de baja estofa y más tarde con hombres adinerados: un tipo demente que se droga y se comporta como cerdo (mete la cabeza en un inodoro y gruñe), un paralítico obsesionado con las nalgas, un politiquillo menor en un burdel de lujo donde Toña conoce a Artemisa, con quien hace un show lésbico y se vuelven inseparables, o un alto político que le rebana un pezón a Toña, que luego le reconstruye un cirujano plástico. Toña le quema levemente los genitales al Tiburón, y él le pide que le ayuden en una chamba con unos productores de cine, uno de ellos hace que un perro viole a Artemisa, quien se suicida. Toña encuentra a su madre tuberculosa en la calle, la lleva a comer y después fallece. Más tarde, conoce en la Basílica de Guadalupe a un estudiante de leyes (Rojo Grau, hijo de Rogelio A. González) que se enamora de ella y le propone matrimonio, desconociendo su oficio. El día que ella sale para casarse no se lo permiten en el hotel de paso donde vive, la agreden y ella arremete a su vez y tiene que acostarse con un abogado y un médico para poder irse. Sin embargo, el novio ya no está y ella termina arrojando al suelo su velo y se aleja con su ajado vestido de novia.

Por supuesto, Alatriste extrajo de la novela los episodios más morbosos y terribles y las situaciones más escabrosas, en la línea de su propia película Historia de una mujer escandalosa, producida, escrita, dirigida y protagonizada por él mismo y Sonia Infante (su mujer de entonces) y Gregorio Casal, filmada también en 1982; incluso aparecen escenas de ésta en Toña, nacida virgen. Por su parte, Historia de una mujer escandalosa se inspiraba en la vida del corrupto periodista Carlos Denegri (tema a su vez de la intrigante y espléndida ficción histórica El vendedor de silencio, de Enrique Serna). Sin duda, a cuatro décadas de existencia, la adaptación fílmica de Antonia Mora sigue siendo un inclemente enigma de nuestro cine.

 

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