Gérard de Nerval y Pedro Castera: la alucinación como detonador creativo
- Ramón Moreno Rodríguez - Sunday, 27 Aug 2023 08:36
Como decía Octavio Paz, más que un movimiento, el romanticismo fue una revolución, un proyecto de vida, y eso es palpable en muchas de sus formas artísticas. La novela, como las que más. La novela romántica implicó una gran transformación cuando se le compara con la ilustrada, que se debatía entre el humor y los malabarismos formales, pero sin poder salir del esquema que Cervantes había propuesto con el Quijote.
De las diversas formas que se experimentaron en el siglo XIX (histórica, sentimental, de aventuras, de viajes, de costumbres, gótica, etcétera) hay dos noveletas entre sentimentales y de horror: Aurelia, del francés Gérard de Nerval, y Querens, del mexicano Pedro Castera, pertenecientes a este subgénero novelístico determinante para la configuración de la novela moderna y contemporánea, cosa que nunca o casi nunca la crítica especializada se ha preocupado por destacar y estudiar.
En efecto, la novela corta confesional fue una de las novedosas propuestas del romanticismo literario, dentro de los muchos géneros y subgéneros que renovó. Es posible señalar su origen en el siglo XVIII con Las penas del joven Werther (1774), de Goethe. Las de Nerval y Castera son de fechas muy posteriores (la francesa de 1855 y la mexicana de 1890) pero, sin duda, sus raíces se encuentran en la obra del alemán. Por supuesto que no se limitaron a seguir a Goethe ciegamente, sino que aportaron otros varios y complejos elementos a la evolución de la narrativa de ficción, y es eso lo que las hace valiosas y destacables. Por ejemplo, aparte de contar los sentimientos amorosos frustrados de sus protagonistas, proponen un discurso narrativo muy original, pues rompen con varias convenciones novelísticas, como el sentido de la acción (ambas se configuran con un conjunto de episodios aislados carentes de un hilo narrativo); también rompen con el principio de ficción versus no ficción (a los autores les importa dejar abierta la posibilidad de lo que cuentan en realidad les pasó a ellos y que el narrador no es necesariamente un ente de ficción).
Ambas novelas narran las penas de un protagonista sin nombre –aunque puede asumirse que se trata de las memorias de un alter ego de sus respectivos autores–, que lucha por sobrevivir
a la desdicha de no ser amado. El francés, porque la pretendida (Aurelia) ha muerto y el mexicano porque su amada (Querens) se debate entre la idiotez y el sonambulismo. Las novelas concluyen con una especie de serenidad mal asumida por los protagonistas. Es muy de elogiar esa solución, porque ambas rompen con la convención romántica de posponer el amor para la otra vida. Aquí no; los personajes saben que el amor es imposible y asumen esa derrota.
Empero, el elemento más atractivo de ambas es que fueron concebidas y escritas en momentos de crisis mentales de sus autores. Los dos escribieron en los momentos finales de sus vidas, cuando los episodios de demencia los hacían desatinar y, en ambos casos, los autores utilizan fragmentos e ideas que habían escrito bajo el influjo de las alucinaciones; esos textos desarticulados, caóticos y espeluznantes, son tratados como material creativo. A pesar de lo arriesgado de la propuesta, Nerval y Castera salen triunfantes del experimento.
Muchos son los correlatos entre ambas obras. Menciono algunos: entre los primeros síntomas de demencia y la escritura de estas obras pasaron muchos años (catorce para Nerval, siete para Castera); en ambas alternan fragmentos alucinados con episodios de un claro discurso narrativo; al parecer, se escribieron en momentos de aparente tranquilidad y eso reflejan ambos finales, pues los protagonistas, después de tanto caos, marchan tristes pero serenos. Finalmente, los autores morirán poco después en circunstancias violentas, lo cual evidencia que la intranquilidad de la demencia los había vuelto a atacar y la supuesta salud recobrada fue sólo una ilusión.
La lectura de ambas noveletas es tortuosa, pero vale mucho la pena hacer el esfuerzo porque hay una gran originalidad en ambas, y porque constituyen un hecho inédito en la literatura. Nada se había escrito antes en Francia que se asemeje a Aurelia, y lo mismo vale decir de Querens, nada hay previo o equivalente en México. Castera rompe el molde de nuestra narrativa y hace una propuesta muy original entre la confesión, la alucinación y el repaso de las modas científicas; trata de explicar la locura desde una cordura muy cuestionable. La voz narrativa hace reflexiones cerebrales y cultas; emparienta su discurso con los grandes correlatos culturales que le anteceden, como Pigmalión, Prometeo, el magnetizador de Hoffmann o el Frankenstein de Mary Shelley.
Es una pena que la obra de Pedro Castera no tenga el conocimiento y el reconocimiento de los cuales goza la de Nerval.