Terror y ladrillo: el golpe de Estado en Chile
- Mariana Elkisch - Sunday, 10 Sep 2023 12:26



Desde que recibí el libro Cien voces rompen el silencio. Testimonios de expresas y expresos políticos de la dictadura militar en Chile, recopilación de Wally Kunstmann y editado por la UACM/FCE, sabía que sería una lectura dolorosa y debía tener la fuerza y el coraje pero, sobre todo, el respeto y la atención que merece escuchar (porque este libro habla) los cien testimonios de hombres y mujeres que habitan en él.
Mañana se cumplen cincuenta años del golpe militar en Chile. 11 de septiembre de 1973. Los años, sin duda, pero también el deliberado intento de los poderosos por borrarlo, han hecho que esta emblemática fecha se diluya. Además, otro acontecimiento sucedido ese mismo día le ha servido al poder para profundizar el silencio y el olvido. Hoy, lamentablemente, para millones de personas, el 11 de septiembre los remite a Nueva York, uno de los principales centros de Estados Unidos, imperio que resulta pieza fundamental de lo que sucedió en Chile veintiocho años antes de aquel “atentado” a las Torres Gemelas.
La conmemoración de los cincuenta años del golpe cívico-militar en Chile no nos remite a un día en particular. Se trata, en realidad, del inicio de décadas oscuras que no han terminado de clarear. Y el principio del amanecer será, incondicionalmente, el día que se haga justicia. Por eso hoy y como cada día ¡Ni perdón ni olvido!
Rememorar y recordar el pasado debe ser un compromiso de cualquier hombre y mujer digna, porque la memoria es el antídoto al silencio y el olvido que, como bien dice Wally Kunstmann, no son otra cosa que la impunidad. Pero recordar también es indispensable para aprender, para imaginar y, sobre todo, para trabajar día a día para construir un mundo justo. El pasado no debe quedar en el remoto tiempo añejo, las experiencias del pasado son las herramientas del presente.
El golpe de Estado perpetrado contra el gobierno de la Unidad Popular en Chile no es un hecho aislado del Cono Sur. Tampoco lo son todas las dictaduras militares que se impusieron en gran parte de América Latina. El golpe militar al gobierno del presidente Salvador Allende fue y sigue siendo una de las expresiones más claras del capitalismo mundial. Esos sangrientos años marcan el inicio de la inflexión neoliberal, fase para la que, incluso antes del consenso de Washington, se montó uno de los más grandes laboratorios en Chile.
Después del golpe: el terror y el ladrillo
Este laboratorio se articuló sobre la base de dos grandes elementos. Por un lado, asistimos a la ejecución de una operación sistemática de terror y exterminio contra cualquier elemento subversivo que representara (real o no) un peligro para el sistema (el terror). Por otro, se ejecutó una profunda reforma económica desarrollada por los Chicago Boys, un grupo de tecnócratas neoliberales formados en la Escuela de Economía de Chicago siguiendo las ideas de Friedman y Harberger (el ladrillo).* El terror y el ladrillo signaron el rumbo de la vida de Chile a partir del golpe de Estado y, lamentablemente, aún signan la vida de ese país.
Tras el golpe de Estado, los militares impusieron un régimen que canceló todas las garantías civiles y políticas: se disolvió el Congreso, se suspendió la Constitución, se prohibieron los partidos políticos, se disolvieron los sindicatos, se intervinieron las universidades; además se desplegó una operación de exterminio. Genocidio. Cientos de centros de detención y tortura (detallados con precisión en el magnífico trabajo que ha encabezado Wally y que se plasman en el mapa del horror que acompaña este libro); miles de desaparecidos y torturados (cuyos testimonios, aquí cien, dibujan el horror indescriptible que vivieron ellos y miles y miles más); centenares de exiliados políticos que tuvieron que dejar su tierra y sus amores para no morir, y un pueblo entero atravesado por el terror.
Por otro lado, una agresiva política de privatizaciones, inversión extranjera, reducción del gasto público en materia social y la consecuente agudización de la explotación pusieron a Chile en pleno terreno neoliberal, escenario que se mantiene hoy día haciendo de Chile el país más privatizado de América Latina. El triunfo del candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende, en las elecciones presidenciales en septiembre de 1970, sin duda agudizó y aceleró las contradicciones internas en Chile. Los propios resultados de la elección reflejan la complejidad de la correlación: Allende 36.6; Alessandri 34.9 y Tomic 27.8 por ciento, y arrojan también luz a la complejidad que enfrentaría Allende para gobernar. Sin embargo, más allá del análisis de la correlación de fuerzas que se configuró al interior de Chile, incluso más allá de los aciertos y los desaciertos en que se haya incurrido en la estrategia del gobierno de la UP, resulta fundamental entender que la llamada vía chilena al Socialismo constituyó un desafío al capital mundial.
El gobierno de la Unidad Popular, los miles de hombres y mujeres que entregaron su vida para construir un Chile más justo, no enfrentaron sólo a las rancias oligarquías chilenas –imbricadas profundamente en y con la clase militar–; no tenían por enemigo sólo a la conservadora burguesía chilena y su Iglesia católica: luchaban y desafiaban al sistema capitalista que no iba a permitir, y sigue impidiendo, que nada ni nadie lo ponga en cuestión: ni desde un salón de clases, ni desde una avenida repleta de manifestantes, ni mucho menos desde un Palacio Nacional.
Pinochet no caminó solo. El bastón que realmente lo sostenía era en realidad el capital mundial operando su reproducción a costa de todo y de todos. El golpe de Estado en Chile, y los que le precedieron y sucedieron, encuentran su centro de operación en Estados Unidos y contaron con el respaldo y complicidad de los diversos personeros del capital internacional, incluido el infame Vaticano. El golpe cívico-militar en chile, la dictadura impuesta, fue una conjura internacional.
Memoria versus impunidad
Además de la tarea cotidiana de exigir justicia para las víctimas del terrorismo de Estado, justicia que lejos está de los actos de oropel para expiar culpas, es indispensable reconocer al brutal enemigo que enfrentaron y que es, con sus actualizaciones, el mismo que enfrentamos hoy: el capital, despiadado y poderoso que no se constriñe a los límites de un territorio nacional; que ante su constante necesidad de sostener e incrementar el ritmo de la acumulación de capital, desplegará sus fauces y mil cabezas.
Hace cincuenta años el monstruo se mostró con plenitud en Chile, pero no fue sólo una aparición coyuntural. Ese régimen de terror avanzó por el planeta entero y sigue rompiendo cuerpos y pueblos; opera y despliega todas las estrategias posibles para mantener el control, a costa de todo y todos. La brutal experiencia del golpe cívico-militar en Chile no es pasado: es presente que se refleja en los acuerdos que evitaron el juicio a Pinochet; en las leyes que pretenden resarcir el daño de los cuerpos rotos provocado por la tortura, otorgando pingües pensiones a las víctimas; en las alianzas estratégicas (lo que Lawner llama “el acuerdo de la infamia”) para conservar hoy por hoy los contenidos de la Constitución del régimen militar de Pinochet.
Pero es presente también más allá del territorio chileno. Camina en forma de Trump, de Boris Jonson, de Bolsonaro y de Milei. Camina en forma de crimen organizado. Camina en forma de organismos internacionales. Camina también en forma de los gobiernos que se dicen “progresistas” pero operan el despojo y la destrucción bajo el cobijo del gran capital y del poder militar.
El horror está en las cicatrices de los cientos de miles de torturados por todas y cada una de las dictaduras militares. Y está también en los cientos de miles de desparecidos por el crimen organizado; está en los millones de desplazados por las guerras; en las barcas hundidas con migrantes en todos los mares; en cada uno de los niños y niñas del mundo que no tienen acceso a la educación, ni al agua, ni al alimento; en las miles y miles de mujeres asesinadas. El horror está en la indiferencia ante la injusticia, en el pensamiento simplista y reduccionista, en las mentiras contadas mil veces para que se vuelvan verdad, en la intolerancia al otro, en la fragmentación.
La mejor manera de honrar la vida de todas y todos los compañeros que lucharon por un mundo más justo en Chile, de revistar a la Unidad Popular, es recuperar las experiencias del pasado para desplegar, con profundo amor, nuestro pensamiento más crítico y creativo que nos permita construir ese otro mundo que es posible. Que la memoria sirva para acabar con la Impunidad, pero sirva también para construir un mundo mejor.
Hasta que la dignidad se haga costumbre, ni perdón ni olvido.