Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 10 Sep 2023 14:40 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El amor de Alfonso Montelongo

 

Licenciado en comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana, U. Xochimilco, graduado como traductor en El Colegio de México y doctor en lengua y literatura hispánicas por la Universidad de California, en Santa Bárbara, Alfonso Montelongo acostumbra compartir en un muro de Facebook los asombros y el deleite de sus lecturas en italiano, francés, inglés y alemán. A últimas fechas llamaron mi atención sus comentarios sobre Hermann Hesse, y en ésas estaba cuando de pronto, como suele hacerlo, escribió sin más una deslumbrante explicación de lo que para él significa leer. Su reflexión me recordó las agudísimas observaciones de Edith Wharton sobre “el vicio de la lectura”, así como la genial verificación de Umberto Eco acerca del “lector modelo”.

Montelongo nació el 11 de agosto de 1961, estudió y enseñó literatura, se especializó en las obras de Sergio Pitol y Fernando del Paso antes de jubilarse para, según sus propias palabras, “dedicarme a seguir leyendo lo que me gusta”. Es, además, y sobre todo, un traductor –un traductor secreto, aunque con una decena de títulos trasvasados–, que manifiesta predilección por Kurt Tucholsky (1890-1935) y por alguien tan desafiante como Giorgio Manganelli (1922-1990), lo que quizá dé una idea de la calidad de sus traducciones. Con su generosa autorización, me enorgullezco de participarles lo que escribió para explicar sus amoríos con las letras:

“Vuelvo al porqué me encanta leer textos difíciles en una lengua que no domino por completo. La lectura no es un proceso que el lector sufra pasivamente; es una actividad y siempre implica cálculos que a veces rayan en lo adivinatorio. Entre las fases que distingo, más simultáneas que sucesivas, están: decidir qué función gramatical cumple cada elemento; para cada palabra, determinar cuál de sus sentidos posibles va mejor con el contexto; y relacionar el texto con nuestra vida, pues leemos no sólo con nuestro conocimiento del idioma, sino con toda nuestra experiencia de la literatura y de la vida (bueno, lo que recordemos de ella). Si nos gusta leer, nos gusta esta actividad cuasi adivinatoria y nos gusta el resultado, es decir, la interpretación que nos inventamos…

”Ahora, no todos los textos requieren el mismo nivel de actividad del lector. Roland Barthes llamó lisibles (o simplemente legibles) a los textos menos exigentes y scriptibles a los que requieren mayor actividad del lector. Se entiende la necesidad de que sean legibles los textos informativos, apofánticos; pero para mí la percepción estética de la literatura es potenciada por el desciframiento de textos scriptibles

”Para complicar más el asunto, empecé a aprender alemán a principios de los años ochenta y lo ejercí sobre todo a finales de esa década, leyendo obras de algunos de sus autores canónicos; pero no llegué al punto de dominarlo como el inglés y el francés, en los que he leído mucho más. Bueno, ahora estoy retomando esa actividad que inicié hace unos cuarenta años…

”Al placer de adivinar y construir una interpretación plausible se suma el hecho de que vuelve a la vida (a veces rápido, a veces lentamente) lo que pareció olvidado durante décadas. También me da gusto, aunque no tanto, reconocer conocimientos que acabo de adquirir. La cereza del pastel es que esta intensa actividad cerebral es muy grata para mi autoestima, por no decir vanidad. En fin, por todo eso, ahora mismo leer literatura en alemán es la actividad más interesante que puedo imaginar.”

Lecturas de esta naturaleza son las que reclaman y ofrecen obras como la de Jesús Gardea, revivido en todo su vigor gracias a Roberto Bernal, quien también es –y no por casualidad– un traductor fuera de serie, como Alfonso Montelongo l

 

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