Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 22 Oct 2023 10:24



...y como dice la canción, también estaba “la gente loca de la emoción”, pero en el ring no podía verse al Santo, el Cavernario, Blue Demon y el Bulldog, sino a un luchador que había sido varios, como sucede con mucha frecuencia en el deporte de los costalazos: corría el año de 1988 y, con Rey Misterio como entrenador, a sus dieciocho años y del lado de los rudos, Mister Romano debutaba en los encordados. No transcurrieron siquiera doce meses para que ese primer avatar diera paso a Babe Sharon, y quizá menos todavía para que de su discreto mutis emergiera Rosa Salvaje. También breve debió ser el lapso entre la muerte de ese personaje, homónimo al telenovelesco en el que quizá se había inspirado, y el surgimiento definitivo de Cassandro.
En realidad, a quien la gente loca de la emoción veía, interpelaba, increpaba, azuzaba y festejaba era a Saúl Armendáriz, nacido el 20 de mayo de 1970 en El Paso, Texas. Si fuera preciso remitirse a su debut luchístico, fuerza sería reducir las dimensiones de aquella multitud, debido a las más bien modestas de la arena: improvisada, posiblemente clandestina e instalada en un garaje de la frontera –lo mismo pudo ser en la ciudad nata de Saúl o en la vecina Juaritos–, ahí daba inicio la carrera de luchadores que tenían cuando menos dos rasgos en común: unas tremendas ganas de triunfar, condición que en su mente no era/es otra cosa que hacerse famoso, y unas enormes probabilidades de no lograrlo, permanecer en el casi anonimato y un día retirarse, plenos de lesiones y pobreza. Así Mister Romano, Babe Sharon y Rosa Salvaje, pero para su fortuna no así Cassandro, que cifró su éxito en una transgresión: desde que era Babe dejó el bando de los rudos y se convirtió en Exótico, es decir, se vistió de Drag Queen, cosa que muchos otros ejecutan sin que importe su orientación sexual, pero que para Saúl/Cassandro no fue un mero y simple cambio de vestimenta sino toda una declaración de identidad y de principios: homosexual declarado, y ojo, en tiempos de homofobia rampante, fue el primero en romper la regla no escrita según la cual un Exótico estaba impedido de ganarle al resto, técnicos o rudos, y no hablamos sólo de ganarles un encuentro en la arena improvisada y cutre sino, en el caso de Cassandro, de repetir esa osadía tantas veces como fuese necesario hasta ceñirse la faja de campeón, como llegó a serlo en peso welter para la NWA y en peso ligero para la UWA.
En esta esquina
Esa es la historia real de Saúl Armendáriz, alias Cassandro, former Mister Romano/Babe Sharon/Rosa Salvaje, tal como se cuenta en el documental Cassandro, el Exótico (2018), que con toda seguridad fue abundantemente aprovechado por Roger Ross Williams, director, guionista y productor estadunidense, en la hechura del largo de ficción Cassandro (2023), que sin apartarse demasiado de las vías narrativas harto transitadas
de cualquier biopic o película biográfica, consigue de manera más que aceptable cumplir el que pareciera su cometido principal: contar la historia de Saúl, desde luego, pero con esa trayectoria vital como pretexto, echar una mirada panorámica a tres ámbitos superpuestos: el primero, la forma de ser y vivir en la frontera Estados Unidos-México, concretamente las ciudades de El Paso y Ciudad Juárez, hermanadas de tantos modos; el segundo, la naturaleza y la atmósfera de la lucha libre, acá y allá mucho más que mera industria del entretenimiento sino –como bien se sabe y, por lo demás, sucede en el país entero– rasgo cultural e idiosincrásico que dice mucho de la sociedad que lo hace vigente; y tercero, la condición igualmente sociocultural que, tan próximo en el tiempo como los años noventa del siglo pasado, hacía del repudio a la comunidad LGBTIQ+, crasa o discreta, manifiesta o soterrada, uno de sus principales prejuicios.
En el mundo real Cassandro y en el de ficción Cassandro, Saúl Armendáriz –interpretado de manera bastante aceptable por un Gael García Bernal que pareciera madurar histriónicamente–, le aplica la hurracarrana y la quebradora a la homofobia. Bien por eso