Foto: Facebook de la autora
De la realidad y sus horrores
El Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, convocado por la Universidad de Guadalajara, fue fallado en esta última ocasión a favor de la obra titulada Los intrusos, escrita por Alma Rosa Mancilla. Estos cuentos han corrido con buena fortuna de lectores, pues desde su lanzamiento, hace ya un año, no era fácil conseguir ejemplares impresos en las librerías aunque, por fortuna, es posible descargar la versión electrónica a través de internet.
En este ejemplar se reúnen ocho cuentos. Los encabeza el que le da título y le siguen “Madriguera”, “Serán comida de fieras”, “Lamento”, “Flores”, “De lo que hay afuera y a veces adentro”, “Transmisión” y “La resurrección de Miguel”.
El primer rasgo distintivo de esta recopilación –resalta desde el inicio y la autora logra sostenerlo a lo largo de todas las páginas– es su tono oscuro. Predominan en todas las historias los grises, los negros; colores terrosos y apagados que nos recuerdan las oscuras pinceladas de José Clemente Orozco o, quizá, los grabados de Goya titulados Los desastres de la guerra. En efecto, aquí todo es desolación, muerte, carroña, mugre, albañal. Palabras como putrefacto, maloliente, cadáver, pestilencia, son el cañamazo constructivo de estas historias necrofílicas.
El segundo rasgo definitorio del estilo de Mancilla es la construcción de una especie
de realismo mágico inverso. Si aceptamos, como en verdad lo hacemos, que la fantasía literaria que creó Gabriel García Márquez se basa en presentar los hechos sobrenaturales y prodigiosos como algo natural y bien acogido por todos y, a la inversa, hechos naturales como el hielo o los imanes plantean un indescriptible asombro a los habitantes de Macondo, podemos afirmar que las historias fantasmagóricas que en este libro conocemos son presentadas como hechos inquietantes e inexplicables, hasta que el cuento concluye sin dar solución lógica a los hechos. Lo fantástico se le impone
a los personajes sin solución posible de retornar al raciocinio, a la cordura, a las leyes de la física y de la naturaleza como las conocemos.
Así sucede en el cuento que le da título al volumen, en el que unos ángeles, más pajarracos decrépitos que seres divinos, se posesionan de la vivienda de la protagonista y ahí, como intrusos mal avenidos, poco a poco van destruyendo a la familia: primero fulminan a una chica que se había hecho amante de uno de ellos, después muere la madre y hasta el final, en que todos los habitantes de la casa, incluida la vivienda y todo lo que los rodea desaparece y se integra a ese polvo estelar que los buitres divinos levantan al alejarse.
En efecto, los ángeles destructores, poseedores de alas azules e iridiscentes o filosas garras aparecen una y otra vez. Por ejemplo, eso sucede en la historia de Helena (“De lo que hay afuera y a veces adentro”), que asiste a la boda de su hija pero tiene la desdicha de ver en lo alto de una columna del templo a uno de aquellos pajarracos que la espía y no habrá de abandonarla hasta que la lleve a la tumba.
Si las ocho historias de horror aquí reunidas las asociamos al gusto ya centenario que impusieron los románticos (Poe, Hoffmann, Shelley, Maupassant, etcétera) nos equivocamos, pues no hay una gratuidad social, ideológica o política. Quiero decir que aquellas historias del siglo XIX se caracterizan por centrar su interés en el misterio y se olvidan de la realidad que rodea a los personajes o a sus autores. En Mancilla no es así. Las historias están bien trabadas en el aquí y ahora de nuestra realidad mexicana. Por ejemplo, la marginación de los excluidos (en “Lamento” se cuenta la historia de una muchachita hospiciana que hace recordar a las muertas de Juárez), la discriminación de las mujeres (en “Madriguera” una jovencita es vejada para ser aceptada por un grupo de niños), los prejuicios contra los indígenas (en “Flores” una mujer hace una ceremonia con hierbas y magia pero es vista con desprecio por un marido racionalista), la pobreza de las clases obreras (en “La resurrección de Miguel”, un obrero vuelve a la vida en Ecatepec y su retorno sólo sirve para marginar más a la viuda y a los huérfanos) o las frustraciones de la clase media aspiracionista (en “Flores”, una odiosa suegra cuenta historias macabras desde su perspectiva de pequeñoburguesa venida a menos), son el caldo de cultivo de todas estas historias.
El horror, la marginación, la suciedad, la necrofilia y el realismo mágico invertido son los elementos que le dan señas de identidad propias al estilo narrativo de Alma Rosa Mancilla