Bemol sostenido

- Alonso Arreola | @Escribajista - Sunday, 12 Nov 2023 10:45 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Amado amateur

 

Amar no es cosa fácil. Suena bien, claro. Implica compañía (de algún tipo). Sí. Implica entrega (de algún tipo). También. Implica un cambio de prioridades (de algún tipo) en el orden de la vida. Sin duda. A partir de ese verbo, amar, se mueven engranajes fundamentales de la humanidad. Es un acto definitivo y definitorio del cual, en el peor de los finales, nunca hay una total marcha atrás.

De Paris y Helena a Romeo y Julieta, pasando por Whitney Houston y su guardaespaldas, sobran ejemplos de cómo el amor transformó vidas diminutas y grandes imperios. Sería imposible enumerar las obras, las canciones dedicadas al amor. De lo que se trata hoy, sin embargo, es de abordar una palabra que con los años se ha vuelto peyorativa, dislocada: amateur. ¿Alguien quiere ser operado de los ojos por un doctor amateur? No lo creemos. ¿Alguien quiere entregar su seguridad en vuelo a un piloto aficionado? No. Pensando en la manera como se crea y recrea la cultura, sin embargo, el amateurismo es comprensible (incluso deseable) sobre todo en actividades como, verbigracia, la musical.

Para muchos, amar y llevar a cabo una actividad sin esperar dinero a cambio parece una locura. El sinsentido que da razón a quienes temen que los hijos vayan a “salirles” músicos. En nuestros días, los youtubers y llamados influencers buscan desesperadamente monetizar sus esfuerzos, como si la creación y difusión de contenido albergara intrínsecamente esa naturaleza financiera. Dicho en otras palabras: profesan su “religión”. Justo de allí viene el término profesional. De profesar, compartir creencias y conocimientos sobre un tema específico. Inicialmente se trataba de asuntos religiosos, pero luego hizo referencia a cualquier actividad remunerada.

Con el intercambio y el trueque atrás, el dinero podía simbolizar el agradecimiento, el reconocimiento, dar al asalariado la libertad de elegir en qué gastar su esfuerzo. Pronto fueron muchas las profesiones que se vieron pagadas. Quienes antes pintaban o escribían sin poner su firma, ahora buscaban reconocimiento, eran presumidos por mecenas y benefactores. ¿Arruinó esto la sustancia de las obras? No lo sabemos, pero comenzó una suerte de perversión aceptable si los poderes que las comisionaban tenían sensibilidad, educación y otorgaban libertad.

Pensando en esto, pedimos opinión a algunos amigos con los que ahora estamos de gira. Uno de ellos dijo que, en Estados Unidos (su país de nacimiento), la palabra amateur cada vez resulta más un insulto. Agregó que no la usaría más que para referirse a una incapacidad, incluso cuando conoce el origen del vocablo. Otro, por el contrario, dice que intenta usarla continuamente con su sentido primigenio. También es de Estados Unidos. Nosotros estamos de su lado. Consideramos que es un buen momento para recuperar su rumbo y devolver a parte de la música esa espontaneidad que puede ostentar cuando se hace por el solo gusto de comprobar una sospecha sonora, una intuición, un fuego inspirador. Incluso por la sed que el cuerpo entrenado tiene de movimientos específicos.

Recordamos así al adolescente que fuimos en un cuarto de azotea, intentando organizar eso que llamamos canción. Existía la idea de mostrarse ante una audiencia, claro, incluso de conquistar chicas con los más variados clichés del escenario (imagine nuestra risa, lectora, lector), pero nunca esa urgencia nos llevó a entregar algo de lo que no estuviéramos orgullosos (desde nuestra ignorancia, si quiere). Jamás hubiéramos aceptado algo que de tan breve o simple exhibiera una función ambiciosa y vacua. Y eso nos lleva al deseo final: que vuelva el amateurismo (por lo menos la vida semiprofesional del arte). El tiempo de los amantes sin más expectativa que la presencia del fuego. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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