La flor de la palabra

- Irma Pineda Santiago - Sunday, 12 Nov 2023 10:37 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
¿Hijo de quién eres?

 

La interacción con el entorno humano y natural es vital para los pueblos indígenas, no sólo a partir de las necesidades, sino de una vinculación espiritual y cosmogónica, ya que quienes pertenecemos a alguna de las culturas originarias de este país no nos consideramos seres aislados que sólo se acercan unos a otros en función de sus requerimientos. Por el contrario, naturaleza y humanos constituimos una amplia red interdependiente que deja de tener sentido si un hilo se rompe. Mantener esta red a lo largo de los siglos ha sido posible gracias a una serie de valores entendidos y por la creación de símbolos que nos permiten establecer códigos comunes y formas de reconocimiento mutuo, dondequiera que nos encontremos.

Una de las situaciones que me parece representativa de lo anterior son los nombres de las familias, o los apodos que se otorgan en función de las actividades o características físicas o de carácter de los miembros de las mismas. Así como identificamos a “los López, los Santís o los Tehuacatl”, también podremos encontrar entre los zapotecas, familias con sobrenombres como Guchachi (iguana), que se dedican a la cacería de estos saurios, o Xhuili (pícaro) a la persona que suele ser bromista. Estos nombres o apodos se vuelven familiares, porque se heredan de generación en generación, siendo representativos para el reconocimiento de los integrantes de la comunidad.

Es por ello que en los pueblos, cuando nos encontramos por primera vez con alguien, o cuando presentamos en casa a los pretendientes o enamorados, la primera pregunta ante el extraño es “¿hijo de quién eres”, incluso antes de la presentación del nombre del mismo. Es decir, lo que importa no es sólo conocer quién es la persona, su carácter u oficio, sino cuál es su antecedente en el pueblo, a qué linaje pertenece, puesto que no se nos mira en solitario, como individuos, sino como elementos importantes de una familia y de una comunidad, por lo que el valor, la fortaleza y la razón de ser de cada persona están en dependencia del grupo al que pertenece y, en ese sentido, se confía o no en esa persona y se le reconoce o no como parte de una determinada población.

El nombre o sobrenombre de la familia se vuelve el símbolo de pertenencia y de interacción con otros miembros de la comunidad, pero cuando este tipo de símbolos es visto desde afuera no siempre es comprensible para quienes son ajenos a las diversas culturas indígenas, a menos que se trate de alguien que ocupe un tiempo en conocer e interactuar con la comunidad para tener claridad del funcionamiento de los símbolos que le dan cohesión y sentido. Hace unos días conversaba sobre este tema con un grupo de estudiantes de la Universidad Pedagógica en el istmo, la mayoría provenientes de pueblos zapotecas, ikoots, zoques, mixes, chontales y nahuas, quienes entre risas compartían los momentos incómodos que pasaron en sus casas al llevar a alguna enamorada o pretendiente a conocer a su familia y surgía la famosa pregunta “¿hijo de quién eres?”, con lo que terminaban enterándose de que la persona en cuestión resultaba ser algún pariente.

Aun con las risas, decían que esta pregunta es necesaria, ya que, además de evitar algunos incestos, también se podían conocer otros aspectos importantes de la persona, ya sea como pareja o amistad, tales como el reconocimiento que tienen en la comunidad (como una buena o mala persona, trabajadora o haragana), los servicios comunitarios que han dado y cómo han cumplido con ellos, el respeto que muestran hacia los demás miembros de la comunidad, hacia la naturaleza y otros seres vivos, para con esto saber si el vínculo con esta persona será correcto o no, puesto que no sólo nos vincularemos con un individuo, sino también con todos aquellos que sean miembros de su colectividad, pues nadie llega ni está solo en este mundo, somos un todo con lo que nos rodea y olvidarlo nos está costando caro.

 

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