Charles Reznikoff. Imagen de portada de Selected Letters of Charles Reznikoff: 1917-1976, Edited by Milton Hindus
Un testimonio sobre la violencia
Seguramente el lector coincidirá con la afirmación del crítico literario Richard Woodward acerca de que Meridiano de sangre, del recién fallecido narrador estadunidense Cormac McCarthy, “quizá sea el libro más sangriento desde la Ilíada”. Pero esta noción cambia de manera notable después de leer Testimonio (Matadero Editorial, 2022), del poeta neoyorquino Charles Reznikoff, autor que, sospechamos, McCarthy –lector atento y ávido– debió leer con particular interés. No parece ninguna coincidencia que en los trabajos de ambos autores aparezcan los mismos elementos: la muerte desencadenada por hechos violentos, precedidos por una creciente tensión, además, ocurridos en los sectores más desfavorecidos del sur, este y norte del Estados Unidos del siglo XIX. Página tras página y sin ninguna tregua para el lector, Testimonio describe hechos atroces: recién nacidos arrojados al fuego, riñas y ajustes de cuentas que culminan con la muerte, niños empujados a la corriente del río, rencores familiares que desencadenan sucesos sangrientos, asesinatos motivados por el racismo, negligencias laborales que no pueden sino ser resultado de la explotación rapaz, todo “relatado” con un tono gélido, apegado a los hechos, sin explicación ni condena, razón por la cual –nos dice Eliot Weinberger en la extraordinaria introducción– la crítica recibió Testimonio con desencanto, calificándolo como un material “horrendo, brutal e inhumano”, y los versos de Reznikoff, por otro lado, fueron tildados de prosaicos.
Perteneciente al grupo de los Objetivistas, destacado movimiento de poesía que surgió en Estados Unidos a principios de los años treinta del siglo anterior y que tuvo entre sus principales exponentes a autores como Louis Zukofsky, Lorine Niedecker, George Oppen, Basil Bunting y Carl Rakosi, Charles Reznikoff fue un hombre modesto y reservado, de quien se decía que acostumbraba caminar largas distancias en Nueva York, al mismo tiempo que tomaba apuntes de lo que veía y escuchaba alrededor suyo; de hecho nunca salió de su país porque, argumentó, que aún no terminaba de explorar Central Park. En realidad, Reznikoff dedicó muchos años de su vida a la investigación de hechos atroces que se suscitaron tanto en la historia de Estados Unidos como en el Holocausto del régimen nazi. Entre estas investigaciones estaba la revisión de documentos legales decimonónicos, que fueron la base sobre la que, más tarde, Reznikoff construyó Testimonio. La crítica asumió este procedimiento como una transcripción fiel de testimonios y declaraciones, cuando en realidad –de acuerdo con sus propias palabras– al poeta neoyorquino le tomaba un volumen entero de estas actas declaratorias para dar forma a uno solo de sus poemas. En cambio, la crítica no advirtió que la potencia de esta poesía tan original se debe al uso de un lenguaje concreto y claro, aparentemente sencillo, pero que se revela cargado de imágenes que el poeta logró aislar a través de perspectivas totalmente inusitadas, o mediante resonancias que genera la descripción de los hechos: “El berrear de los becerros/ pasando la noche en el matadero/ para ser sacrificados por la mañana”, y“El doctor, al moverle la cabeza, pudo oír/ el crujir de los huesos/ de su cuello roto”, y también: “María amartilló de nuevo su revólver:/ y con éste en mano/ fue adonde yacía su marido:/ rodeó a la muchedumbre que ahí se había reunido/ y miró el cuerpo por entre las piernas de la gente.”
Como señala Eliot Weinberger, Charles Reznikoff siguió la línea teórica del poeta William Carlos Williams acerca de contar la historia estadunidense a través de un lenguaje que –como decía Marianne Moore– hasta los perros y los gatos pudieran entender, totalmente desvinculado de los modelos del verso inglés, para “traer la poesía al mundo que vivimos”. De hecho, fue Carlos Williams quien –sin proponérselo– describió puntualmente las ambiciones poéticas de Reznikoff: “Mentando los incidentes que ocurrieron a la gente, la historia de su vida como naturalmente se desarrolló, sin indicar de un modo didáctico lo que ocurrió, se logra que las cosas sucedan en la página, y ahí uno puede ver qué clase de gente fue, qué padeció y a qué aspiró.”
Desde hace ya algunos años –y tal vez sin la atención que merece– Matadero se ha propuesto traer autores que ocupan un lugar fundamental dentro de la poesía escrita en lengua inglesa pero que continúan desconocidos en México: George Oppen, Sean Bonney, Diane di Prima, Jack Spicer, Jerome Rothenberg y, en esta ocasión, Charles Reznikoff, siempre de la mano de extraordinarias traducciones, como es el caso del trabajo de Sarug Sarano, que tuvo el mérito –nada fácil– de sostener en nuestra lengua la concreción y claridad con la que fue redactado Testimonio, libro que, como menciona Eliot Weinberger, “no sabemos por qué fue escrito, únicamente cómo”.