Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 19 Nov 2023 10:40 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Morelia 21 (IV y última)

 

Por fortuna, las restantes seis largoficciones de la sección oficial en competencia del FICM21 no consistieron, como sucedió con las cinco aquí mencionadas antes, en buenas intenciones malogradas ya sea por la impericia, el exceso, el descuido, la obstinación o el sinsentido, y un par de ellas descuellan no sólo de lo exhibido en Morelia, sino entre la producción mexicana de los años recientes.

Mauricio Calderón Rico es director y guionista de Todos los infiernos, que retoma bien la bastante socorrida estafeta del subgénero “cine de adolescentes” –iniciaciones, transiciones, confusiones, ritos de paso–, aquí con la historia del muy conflictuado Bruno (bien Sebastián Rojano), cuya madre (Ximena Ayala igual) “traiciona” la memoria de su esposo muerto enamorándose de nuevo, cosa que a su hijo le resulta indigerible, mientras su sexualidad está, diría una frase coloquial, en el alambre.

Con guión de Armando Bautista, Itandehui Jansen propone en Cumbres de maíz una historia de ciencia ficción atípica en todos sentidos: ambientada en 2084, hablada en mixteco, hecha más con pericia que con dinero, especula sobre una sociedad implacablemente controlada donde comunicarse con el prójimo está prohibido y huir al campo es al mismo tiempo delito y utopía.

Mariana y Santiago Arriaga dirigen –aunque dicen los maledicentes díceres que eso sólo es un decir– el guión escrito por su padre, Guillermo Arriaga, quien asimismo es coproductor de A cielo abierto: dos hermanos, acompañados por su hermanastra, recorren medio México para vengar la muerte accidental de su padre, pero tras una sesión de crueldad contra el involuntario asesino, a la mera hora les gana la compasión.

El guión que Diego del Río tomó para Todo el silencio es de la experimentada Lucía Carreras, y la mancuerna funcionó muy bien: Adriana Llabrés, estupenda, encarna a Miriam, actriz de teatro y maestra de lenguaje de señas, cuya vida sin problemas aparentes –una novia amorosa, una casa bien puesta, un oficio muy grato– se cimbra cuando ella comienza a perder el oído y, de ese modo, empieza a sentir en carne propia la angustia de quienes experimentan cotidianamente una discapacidad tan invisible como dura de llevar.

Después de su notable debut largoficcional titulado Nudo mixteco, Ángeles Cruz filma Valentina o la serenidad, guión de su autoría y coproducido por ella e Isis Ahumada, en la que cuenta una historia de pérdida, duelo y resignación, esto último en el sentido más profundo de la palabra, es decir, de re-significación: el padre de la muy pequeña Valentina ha muerto ahogado en el río, pero a ella no la convencen ni la patente ausencia ni las explicaciones con las que su madre y otros quisieran verla conforme; Valentina se salta las clases, prefiere la compañía comprensiva de su amigo Pedro y, siempre que puede, va sola al río para hablar con su papá.

Con toda justicia festejada hace un lustro por su magnífica La camarista, Lila Avilés dobla su personal apuesta como directora con Tótem. A diferencia de su debut en largoficción, concentrado en la protagonista, el presentado ahora en el FICM21 es un auténtico, abundante y complejo coro histriónico, dramático y narrativo: Sol, una niña de siete años como hilo conductor, explora el microcosmos de una familia no desprovista de cohesión, solidaridad y amor por todos lados –paterno, materno, filial, fraterno...–, en el transcurso de una sola jornada pero esta vez reunidos para tratar de darle la vuelta al dolor y la tristeza: enfermo hasta el desahucio, el padre de Sol cumple años y hay que festejarlo. Avilés consigue, y con creces, transmitir la sensación agridulce, por oximorónica, de alegría con tintes melancólicos o de melancolía con tintes alegres, y lo hace repartiendo la carga en hijos, tías, abuelos, padres, primos, tal como –cuando menos idealmente– sucede en los núcleos familiares.

 

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